5. Ciudad de Ángeles

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El pelirrojo alado seguía allí, mirándola con el ceño fruncido. Había intentado convencerla de que era la descendiente directa de María Magdalena... con muy poco éxito, por supuesto. ¿Qué había hecho para merecer aquello? ¿Por qué todo tipo de ridículos, atractivos, fanáticos y lunáticos personajes aparecían aquel día por su puerta? ¿No había sido suficientemente malo el incidente de la madrugada? Estaba convencida de que o se había golpeado la cabeza y entrado en un coma, o la habían drogado, o estaban experimentando con ella en algún laboratorio secreto. O puede que estuviese en el Matrix. Cualquiera de aquellas cosas tendría más sentido que la existencia de un Dios. ¿Y por qué no conseguía echar a ese pájaro humano?

— ¿Hay algo que pueda hacer para demostrarte de la existencia de un dios?

Alexa se cruzó de brazos.

—Podrías morirte y resucitar a los 300 años —propuso.

Gabriel negó con la cabeza y cogió el vaso vacío de la mesita. Ante sus ojos, este se comenzó a llenar de agua, y con un nuevo giro de muñeca, el agua se transformó en vino. Él le dio un trago y se relamió, mientras Alejandro, a su lado le suplicaba que hiciese lo mismo con su propia bebida.

— ¡Alex! —Protestó.

— ¿Qué? —Se encogió de hombros —Puede convertir agua en vino y yo tengo un esguince. Necesito alcohol.

—Traicionada por mi propio hermano —pensó al dirigirse a la salida. Muy bien, si se llevaban tan estupendamente, seguro que no les importaría que se marchara de allí. Después de todo, estaban a jueves, podía irse a trabajar. Y si Alex necesitaba ir al baño, que pidiera ayuda a su amigo plumífero, o cojeara hasta el retrete. Cerró con un portazo y se apresuró escaleras abajo.

Salir a las calles de Barcelona fue un verdadero alivio. Habían cometido el intento de robo en la madrugada y cuando llegaron al piso, apenas amanecía. Ahora, el sol brillaba y calentaba las calles como si aún fuese verano. El calentamiento global no estaba haciendo ningún bien. Aunque en este caso, podía disfrutarlo. Cerró los ojos y se dejó bañar por la luz durante unos instantes. Después, llegó el olor y su estómago gruñó. Vivían en la Eixample, a pocas manzanas de su negocio y muy cerca de dos panaderías. Por la mañana, la calle siempre se llenaba del perfume a pan y a dulces, que empujaba a la mayoría de viandantes a detenerse para comprar algo. En cierto sentido, tenían suerte. De haber estado en el Rabal o el barrio Gótico probablemente estaría oliendo el pescado o las cloacas, que rezumaban hedor a causa del calor. En su lugar, se detuvo delante de una panadería para comprarse un croissant crujiente y un zumo de naranja recién exprimido.

— ¿En qué puedo ayudarla?

Alzó la vista al reconocer la voz, y allí estaba Lucifer. ¿En serio? ¿No podían dejarla en paz?

Fingiendo indiferencia, hizo su pedido y se marchó veloz. Se libraría de esos monstruitos, aunque fuera lo último que hiciera... Y ahora comenzaba a sonar como un villano de Scooby- Doo. Tenía que centrarse, debía pensar en el trabajo. Un amigo le acababa de recomendar un artista principiante y no estaría mal ver sus obras y en caso de que fuesen buenas, exponer alguna en la galería. Su móvil vibró, y se lo sacó del bolsillo para leer el mensaje recibido. Era de un número desconocido y ponía:

"Haz honor a tus antepasados, como ellos honraron a su fe. Así en la tierra como en el cielo"

Estuvo tentada de tirar el teléfono al suelo y pisotearlo como una condenada. Ella no era descendiente de ninguna Magdalena, ningún ángel o demonio estaba intentando contactar con ella, y Dios no existía. Además, si fuera cierto, y existía, ¿por qué solo él? Seguro que de ser así también existían Buda, Shiva y Zeus. Pensó por un momento si valdría la pena rezarle a Thor para que fulminara con un rayo a todos los zumbados que la estaban persiguiendo. Entonces se golpeó con alguien.

Ángeles, demonios y otros seres de pesadillas (reeditando)Where stories live. Discover now