49. La guerra entre los mundos

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—Bueno, al menos no somos los únicos disfrazados—comentó Jezebeth cuando llegaron al paraíso. Las calles, al menos aquellas que les quedaban a la vista, vestían de carnaval. Inconscientes de la amenaza que se les venía encima, los habitantes del cielo celebraban con todas sus fuerzas, como hacían todos los días. Las calzadas estaban atestadas de los personajes más variopintos. Sobre un palco de mármol que flotaba en mitad del aire, una orquesta tocaba grandes éxitos del jazz. Spiderman escalaba una pared y el fantasma de la Ópera tocaba el piano, mientras máscaras de Venecia y caretas de monstruos desconocidos les saludaban y ofrecían antifaces, sombreros y demás decoración. 

—Encontrar a todo el mundo va a ser bastante difícil en estas circunstancias —afirmó Isabô y apretó la mano de Lucifer al ver la preocupación y furia de este. Aun en proceso de rehabilitación, su hermano mayor llevaba sus emociones a flor de piel. Mientras Maríam saludaba a aquellos que la reconocían, Loki aceptó encantado una mascara de terciopelo negro con hilos de oro y pequeños rubíes, además de un sombrero pirata a juego. Con un movimiento de manos se transformó rápidamente sus ropas en las de un rico bucanero, pelo largo recogido y pendiente en oreja incluidos. Pronto, todos siguieron su ejemplo. Con una mascara veneciana y un chasquido de la lengua, Jezebeth se transformó en el Rey Sol. Isabô , a su vez, abrazó a su hermano y lo disfrazó de alfil blanco, mientras ella se vestía de reina de corazones. Maríam acepto unas gafas enormes con cejas y bigote, y una corbata falsa.

—Ahora que hemos probado todos lo grandes espías que somos, ¿qué tal si me dejáis acercarme a vuestos parientes y preguntarles dónde tienen a los chicos? Yo no tengo que esconderme. Aunque no lo parezca, soy la esposa de un miembro de la Santa Trinidad.

Todos se detuvieron en mitad del gentío al escuchar un plan tan brillante. Era tan simple... ¿Cómo no se les había ocurrido?

—No puedo negarme ante una propuesta con una lógica tan aplastante —aceptó Loki, como si realmente estuviese buscando una forma de negarse.

—Gracias. Me encanta aplasta a la gente.

Tras estas palabras, la mujer comenzó a moverse entre los festejos y aceptó encantada mano tras mano mientras ascendía hasta un podio flotante en el que un gorila tocaba el saxofón y buscaba a su alrededor. 

—Con semejante personalidad, no me extraña que Yeshúa se casase con ella —murmuró  Jezebeth. Maríam saludó en una dirección, como si hubiera reconocido a alguien, y en efecto, vieron que Azariel, disfrazado de cupido con alas rosadas y tan solo unas telas para cubrir su inexistente masculinidad, se acercaba hasta ella. Sin embargo, antes de que la alcanzara la mujer miró hacia otra parte, reconoció un rostro conocido y empalideció visiblemente. En efecto, no fue un solo ángel el que se subió a la tarima flotante para saludarla. Miguel también estaba allí. Miguel, el maldito, engreído, oh-tan-glorioso, bendecido-por-la luz-del-Señor arcángel, miraba con aspecto desconfiado a su alrededor y prácticamente ignoraba a la mujer que hablaba y gesticulaba a los dos ángeles. Estaba más lúgubre y recto que de costumbre. Se alzaba como un sombrío  autócrata dispuesto a condenar a todos aquellos que no siguieran su códice. Y sus ojos investigaban al gentío como si supiera que les encontraría allí. Jezebeth se encogió y buscó instintivamente a su gemela. Suspiró aliviada al ver que Isabô se había escondido entre unos bailarines y se unía disimuladamente a sus pasos. Era una costumbre de su infancia esconderse de su hermano mayor, pero ambas sabían que de ser descubiertas, en este caso no recibirían un mero, aunque muy largo, sermón de Metatrón. Comprobó que Loki besaba a una mortal con gran pompa, imitando el cliché de tantos libros y películas. En secreto, su superior disfrutaba mucho de la teatralidad. Fue entonces, por desgracia, cuando se percató de que un miembro de su equipo no hacia nada por ocultarse. Al contrario, Lucifer se erguía en el centro de la calle, un héroe solo ante el peligro. Y como si todos los presentes se hubiesen percatado de la importancia de su pose o, tal vez, intimidados por su mirada de odio, se habían alejado de su alrededor, creando un círculo vacío al rededor del demonio.

Ángeles, demonios y otros seres de pesadillas (reeditando)Where stories live. Discover now