🌠Capítulo 38: Conflictos familiares🌠

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Patrick me pidió narrar a modo de disculpa (no puedo dar más detalles). Se me hizo un gesto muy noble, así que acepté.

—¡Mamá! —la llamé entrando a la casa—. ¿Dónde están las sillas de montar extra?

—¡Busca junto a los adornos navideños en el granero tesoro! —me contestó desde piso de arriba. Preferí no imaginarme qué estaría haciendo allí, ya que papá se encontraba con ella.

Daisy y yo entramos al lugar indicado. Había una escalera un tanto inestable que dirigía al segundo piso, o, como papá siempre le decía: "el lugar donde van las cosas que deberían ser botadas pero tu madre no me lo permite". Le ayudé a Daisy a subir. Sentía una gran satisfacción cada vez que la ayudaba en algo.

Para ser honesto era imposible que algo no me agradara en ella. Tal vez, la única cosa con la que tenía un constante conflicto, era su absurda obsesión por Asa Butterfield.

—En serio, Patrick. No veo por qué es tan necesario que monte un caballo —me dijo cuando estuvo arriba.

Se veía preciosa con su pelo desordenado, con sus ojos preocupados. Me divertía que, aun cuando estábamos en medio del campo, ella anduviera con unos zapatos planos descubiertos, una falda negra con motas blancas y una blusa blanca con encaje en la espalda. No importaba si estábamos en un desfile de modas, o en un campamento: Daisy no vestía ropa sencilla.

—¿Vas a responderme?

Olvidé por completo que me había dicho algo en primer lugar. Le sonreí, pero ella abrió los ojos, alzando las cejas.

—¿Qué pasó? —me preguntó—. ¿Tengo algo en el rostro, o es en mi ropa?

—No, yo tengo algo.

—¿Qué es? —quiso saber.

La tomé por la cintura y la atraje hacia mí.

—A la mejor novia del mundo.

Ella tuvo que ponerse en puntitas para darme un beso. Creí que me diría algo de vuelta, pero decidió sonreírme y responder:

—Eres un tonto.

—Insultarme no te liberará de los caballos, Ovejita.

—Valía la pena intentarlo.

Le indiqué un par de cajas a la izquierda, mientras yo revisaba las del otro lado. Yo sabía que ella les tenía un miedo profundo a los caballos, pero también albergaba la esperanza de que, sentada sobre uno, entendería que son animales geniales. Además, me moría de ganas de cabalgar con ella. Últimamente, Nick me evitaba, y aunque Daisy no me lo había dicho, de alguna forma sabía que también se había alejado de ella. Él era mi hermano, de todas formas seguíamos hablando y riendo, y compartiendo. Pero ella... No lo sé, simplemente creí que se divertiría mucho cuando aprendiera a cabalgar. Quería que sonriera. Que fuera feliz.

Por otro lado, conocía lo suficiente a Daisy como para saber que se empeñaría en no encontrar la silla de montar extra; era muy cobarde y rara vez intentaba hacer cosas nuevas o que "pusieran en peligro su vida" (qué chica más dramática). Así que, cuando la mandé a ver las cajas, era para que se distrajera mientras yo las buscaba, pues de mi lado estaban los adornos de navidad, mientras que ella solo tenía cajas llenas de basura que nunca necesitábamos. Mamá no opinaba lo mismo.

Estuvimos buscando alrededor de quince minutos en completo silencio. Puede que eso fue lo que más me alteró cuando habló, con un tono que no significaba nada bueno

—No es posible. —Su voz me preocupó. Me di vuelta y la vi de espaldas, sosteniendo algo en sus manos—. Patrick, tienes que ver esto —agregó, sin siquiera mirarme.

Coma (Entre comillas, #1) [¡Disponible en las principales librerías de Chile!]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora