A mis muertos cuervos

1K 31 12
                                    

Su belleza esta formada por negras paredes claustrofóbicas. Todo permanece detrás de prendas oscuras: el vestido, las medias, las gafas y el sombrero de ala negra. Nadie nunca ha cruzado palabra con ella. Sus labios son rojos como las cerezas en invierno. Su cabello rubio como la mala suerte. En ocasiones lleva una sombrilla negra, pero no se sabe nada más de ella, salvo que vive en la casa que hay después del bosque. Cuentan que se baña en sangre de Estorninos negros, a los que luego despelleja para quedarse con las plumas gastadas.

Siento su canto. Oigo su reclamo al otro lado de la ventana. Y aunque no deba ir con ella (—Thais ha desaparecido), no me va a comer. Ella no es un ángel, pero tampoco un demonio.

Me encierra en un cuarto oscuro (que mofletes tan rojos, que labios tan brillantes), y usa sus enormes uñas para abrirme las rodillas, y con la cuerda me cubre el cuello, oprimiéndome los pulmones, haciendo medrar saltamontes en ellos. (No soy una bruja, no soy ningún monstruo).

Y lloro de miedo. Y me pego, me pego me pego me pego hasta que los bichos de dentro se calman y ella vuelve a entrar como una enorme águila que me vigila desde la luna, desde las sombras.

—¿Por qué esos ojos de hielo tan gruñones? No querrás, que me los coma, ¿verdad? —susurra lentamente.

Porque se los comerá, y me atará cadenas a las muñecas, inyectándome barro y huesos de mariposas. Y me abrirá con una cuchilla afilada de arriba abajo, succionando todo lo que encuentre, mordiendo a los insectos que revolotean produciéndome nauseas.

Sus dientes son perlas podridas, su piel es arcilla, su pelo rubio no son más que plumas robadas a los Tordos. Hunde su puntiaguda nariz en mi pelo de barro después de la lluvia. Lo acaricia, lo calma, lo mima como una madre. Me besa, filtrándome el sol a través de sus grietas. (Ella no es tan mala, realmente)

Hay cuervos en mi habitación y búhos a los que evito mirar por las noches. Las arañas duermen en mi pelo, tejiendo telas de oro e hilos de plata. Caminan en busca de mis labios, añorando algo que infectar.

Pero mi carne esta putrefacta, apestando a muerto y sangre quemada.

—¡Thais, Thais! Toma esta corona de huesos, así que sonríe con esos labios partidos, ¡Thais, Thais! te quedaras conmigo por siempre, mi pequeño Pico Coral.

Y me cose unas alas de un Pájaro diablo a la espalda con un cordel de sabia, y me obliga a volar. Y salto, salto salto salto para tocar el sol y dormir caliente sobre la esfera. Pero no llego, ¡no alcanzo! Tengo las alar rotas, y aún no sé volar.

Lo vuelvo a intentar, cubriéndome las lagrimas con corazones disecados y canciones de mamá, (y ella ríe) hasta que me abro las rodillas y todo vuelve a empezar.

Vivo envuelta en pieles de animales, y la ruego a la hora de dormir.

—Dama, concédeme flores para poder dejar de escuchar —digo, despacito. Los labios me duelen y me cuesta hablar—, tengo cuervos en las entrañas, que picotean sin parar, y no dejan de graznar: Thais, ¿dónde estas? ¿dónde estas?

(Y ella ríe)

Kozmic blues「Recopilación de relatos 2017-2018」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora