Hula-hoop

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El 16 de Julio del año pasado, un astronauta entró a la lavandería Oso Polar.

Stella Ruth, que frotaba desesperadamente sal contra una mancha de caramelo, escuchó el tintineo de la campana de viento de la entrada.

—¡Sí, ya voy! —gritó, girándose un poco.

Alcanzó a ver, tras el mostrador, a un tío semidesnudo con un casco espacial.

Lanzó la prenda a la colada como si fuese una patata caliente. Con un nerviosismo aterrorizado, buscó la radio para apagarla. Se enmudeció en mitad de una canción de The Steel Wheels, que últimamente no hacía más que sonar en esa cadena.

Asustada de tener que enfrentarse a ese rarito, empuñó el teléfono inalámbrico por si hacía falta llamar a la policía.

Llegó arrastrando sus zuecos de plástico.

—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó Stella con la frente arrugada.

—Venía a recoger mi traje.

Llevaba unas botas negras y unos calzoncillos blancos. Muy blancos. «Un blanco perfecto», se maravilló Stella, aunque lo que más llamaba la atención era lo sumamente apretados que éstos eran.

—Tu traje —repitió la rubia.

—Espacial —agregó la voz amortiguada por el casco—. Me voy de viaje.

—Sí, ya, iré a buscarlo —Stella retrocedió, y con suspicacia, añadió, antes de girarse:— No toques nada.

Corrió a las perchas y, sintiéndose ridícula, buscó el traje entre el resto de ropa.

Lo encontró, junto a una etiqueta que citaba el nombre 'Floyd'.

—¡Cuánto pesa!

Stella, con unos brazos flacuchos, tuvo que traerlo a rastras.

—Eso no será problema en el espacio —dijo Floyd.

—¿Así que te vas de verdad? —los ojos verdes de Stella se abrieron como platos, y soltó una risita— Vale, ya entiendo. Por eso llevas unos calzoncillos slip.

El astronauta inclinó su casco hacia la derecha.

—¿Unos calzoncillos slip?

Stella siguió tirando del traje.

—Sí, ya sabes. Apretados. Para que todo se mantenga en su sitio —su voz tenía un débil rastro de vergüenza—, porque en el espacio voláis, ¿no?

—Puedes dar volteretas —contestó el astronauta.

—¿Y a qué planeta te vas? ¿A la Luna? ¿Al rojo? ¿Al qué tiene un hula-hoop? —quiso saber la rubia.

Seguía arrastrando el traje por el suelo. Le quedaba poco para llegar al mostrador.

—Me voy a una estrella.

—¡Pero si son muy pequeñas!

—Eso es lo que parece. A la que yo voy, es más grande que esta lavandería —dijo Floyd.

Agarró su traje con cuidado por los hombros. Por el peso, era como si estuviese sujetando a otro hombre.

—Pues que guay —pensó Stella—. Yo nunca he salido del país.

El astronauta la miró con lástima. En comparación con su traje espacial, el uniforme de trabajo de Stella era muy feo. Tan soso, sin ningún brillo, y sin botones.

—¿Me mandarás una postal desde tu estrella?

—¡Claro! —Stella no pudo ver su sonrisa por el casco— Y también te traeré una pequeñita, para que puedas usarla como lámpara, o lo que tú quieras.

—¡Qué bien!

Stella le ayudó a ponerse el traje. Cuando estuvo listo, el astronauta se movió con dificultad hasta la entrada.

—Ten buen viaje —le deseo la joven con un cóctel de tristeza y alegría.

La campana de viento emitió su tintineo nítido;

el astronauta se había marchado a su viaje.

Stella esperó por su astro un año entero.

Las puertas de las lavadoras le recordaban a su casco, y las facturas de la luz que le llegaban cada mes, a la promesa que él le hizo.

Luchaba contra manchas imborrables, y llevaba esos horribles zuecos de plástico todos los días.

Se dio cuenta, de que su vida no tenía sentido entre detergentes difluentes y quita-grasas en seco.

Por eso, un día apagó las luces de la lavandería, vendió su piso, y se fue de viaje.

Ella también tenía derecho a conocer las estrellas.

Kozmic blues「Recopilación de relatos 2017-2018」Where stories live. Discover now