Capítulo 19

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Antes de dormir, la noche anterior, Marit y Gunnar estuvieron analizando la situación. Marit le contó con detalle todo lo que había hablado con Dani y cómo éste había finalmente aceptado no interferir más en la vida de Jan.

—Mientras Dani y Jan estén cerca, tenemos que evitar a toda costa que se queden solos —dijo Marit—. No estoy muy segura de que Dani pueda mantenerse firme en su decisión. Para eso nos turnaremos, de forma tal que Jan esté acompañado siempre por alguno de nosotros dos.

—De acuerdo —se limitó a decir Gunnar, quien en el fondo, no estaba para nada ni convencido de que eso funcionara ni, peor aún, de que la intervención de Marit (que muy a su pesar juzgaba despótica) fuera en verdad, lo correcto de hacerse en este caso.

Le intrigaba sobremanera el cambio operado en Jan. En realidad nunca creyó que ese Jan mujeriego pudiera llegar a enredarse con un hombre, y menos como parecía que había sucedido con Dani y a tal nivel.

Luego de ver que, efectivamente, Jan se había interesado en Dani, concluyó que por la personalidad lujuriosa de Jan, y considerando la prácticamente nula presencia de mujeres jóvenes y fáciles en San Martín, pudiera haber caído presa de la urgencia y la necesidad sexual y, a falta de nada mejor, terminara satisfaciéndola con Dani, si este se lo hubiera permitido. Esto lo entendía bien por cuanto el mismo Gunnar había tenido experiencias de ese tipo y no pocas. Sabía que la satisfacción sexual podía obtenerse también de esa manera, siempre y cuando ningún trauma, complejo o prejuicio, lo impidiera, y él era un hombre libre, sano y desprejuiciado. Sin embargo, lo que más le llamaba la atención, fue lo que Jan, en definitiva, había demostrado. La escena en la cocina, cuando por el terremoto Dani había quedado prensado por la pesada estantería y había sido herido por la olla de barro, mostraba mucho más que la preocupación de Jan por su juguete sexual. No solo le había dicho «mi amor», «mi vida» y todo eso, sino que su estado de desesperación, su llanto y la urgencia con que pedía ayuda, indicaban que lo que había surgido entre ellos era algo mucho más profundo y auténtico. Todo eso lo convencía de que, en verdad, Jan amaba a Dani plenamente y con todo lo que el verbo 'amar' significaba. Por eso, no estaba seguro de que la interferencia que Marit había decidido llevar a cabo, fuera la solución a un problema que, al parecer, solo ella veía. Pero al mismo tiempo, entendía que la preocupación de Marit por su hermano, por su futuro, por su realización como profesional y como ser humano, era también genuina. El mundo no se acabaría, ni para Jan, si decidía quedarse con Dani, pues si el romance llegaba a su fin, lo cual podía suceder en menos tiempo del pensado, Jan siempre podría volver a Noruega; a no ser que se cayeran todos los aviones del mundo y se hundieran todos los barcos de los siete mares. En resumidas cuentas, pensaba que la actitud de Marit, justificada pero despótica, comprensible pero no necesariamente digna de ser compartida, podía ser una exageración, un sobredimensionamiento de un peligro que bien pudiera manejarse de otra manera. Pero cuando a Marit se le metía un asunto entre ceja y ceja, no había nada que la detuviera, ni siquiera él.

                                              *     *     *

Cuando Jan se despertó, fue directa e inmediatamente a la cocina para iniciar el procedimiento de reconciliación. Pero Dani no estaba allí. Se apresuró al comedor y en lugar de su Dani, encontró a Marit y Gunnar que estaban desayunando. Antes de saludar y desear los buenos días, Jan preguntó:

—¿Y Dani?

—Buenos días hermanito —dijo Marit—. La gente bien educada empieza siempre por saludar.

—Sí, sí. Está bien. Buenos días. ¿Y Dani?

—Fue al pueblo a comprar algo —contestó Gunnar.

La posada del Sol y la LunaWhere stories live. Discover now