ACTO I, ESCENA IV

1.6K 21 5
                                    

CLAUDIO, GERTRUDIS, HAMLET, POLONIO, LAERTES, Damas, Caballeros y acompañamiento.

CLAUDIO.- Y tú, Laertes, ¿qué solicitas? Me has hablado de una

pretensión, ¿no me dirás cuál sea? En cualquiera cosa justa que pidas al Rey de Dinamarca, no será vano el ruego ¿Ni qué podrás pedirme que no sea más ofrecimiento mío, que demanda tuya? No es más adicto a la cabeza el corazón ni más pronta la mano en servir a la boca, que lo es el trono de Dinamarca para con tu padre. En fin ¿qué pretendes?

LAERTES.- Respetable Soberano, solicito la gracia de vuestro permiso para volver a Francia. De allí he venido voluntariamente a Dinamarca a manifestaros mi leal afecto, con motivo de vuestra coronación; pero ya cumplida esta deuda, fuerza es confesaros que mis ideas y mi inclinación me llaman de nuevo a aquel país, y espero de vuestra mucha bondad esta licencia.

CLAUDIO.- ¿Has obtenido ya la de tu padre? ¿Qué dices Polonio?

POLONIO.- A fuerza de importunaciones ha logrado arrancar mi tardío consentimiento. Al verle tan inclinado, firmé últimamente la licencia de que se vaya, aunque a pesar mío; y os ruego, señor, que se la concedáis.

CLAUDIO.- Elige el tiempo que te parezca más oportuno para salir, y haz cuanto gustes y sea más conducente a tu felicidad. Y tú, Hamlet, ¡mi deudo, mi hijo!

HAMLET.- Algo más que deudo, y menos que amigo.

CLAUDIO.- ¿Qué sombras de tristeza te cubren siempre?

HAMLET.- Al contrario, señor, estoy demasiado a la luz.

GERTRUDIS.- Mi buen Hamlet, no así tu semblante manifieste aflicción; véase en él que eres amigo de Dinamarca; ni siempre con abatidos párpados busques entre el polvo a tu generoso padre. Tú lo sabes, común es a todos, el que vive debe morir, pasando de la naturaleza a la eternidad.

HAMLET.- Sí señora, a todos es común.

GERTRUDIS.- Pues si lo es, ¿por qué
aparentas tan particular sentimiento?

HAMLET.- ¿Aparentar? No señora, yo no sé aparentar. Ni el color negro de este manto, ni el traje acostumbrado en solemnes lutos, ni los interrumpidos sollozos, ni en los ojos un abundante río, ni la dolorida expresión del semblante, junto con las fórmulas, los ademanes, las exterioridades de sentimiento; bastarán por sí solos, mi querida madre, a manifestar el verdadero afecto que me ocupa el ánimo. Estos signos aparentan, es verdad; pero son acciones que un hombre puede fingir... Aquí, aquí dentro tengo lo que es más que apariencia, lo restante no es otra cosa que atavíos y adornos del dolor.

CLAUDIO.- Bueno y laudable es que tu corazón pague a un padre esa lúgubre deuda, Hamlet; pero, no debes ignorarlo, tu padre perdió un padre también y aquel perdió el suyo. El que sobrevive, limita la filial obligación de su obsequiosa tristeza a un cierto término; pero continuar en interminable desconsuelo, es una conducta de obstinación impía. Ni es natural en el hombre tan permanente afecto; que anuncia una voluntad rebelde a los decretos de la Providencia, un corazón débil, un alma indócil, un talento limitado y falto de luces. ¿Será bien que el

corazón padezca, queriendo neciamente resistir a lo que es y debe ser inevitable, a lo que es tan común como cualquiera de las cosas que más
a menudo hieren nuestros sentidos? Este es un delito contra el Cielo,

contra la muerte, contra la naturaleza misma; es hacer una injuria

absurda a la razón, que nos da en la muerte de nuestros padres la más

frecuente de sus lecciones, y que nos está diciendo, desde el primero de

los hombres hasta el último que hoy expira: Mortales, ved aquí vuestra

irrevocable suerte. Modera, pues, yo te lo ruego, esa inútil tristeza, considera que tienes un padre en mi puesto, que debe ser notorio al

mundo que tú eres la persona más inmediata a mi trono y que te amo

con el afecto más puro que puede tener a su hijo un padre. Tu resolución de volver a los estudios de Witemberga es la más opuesta a

nuestro deseo, y antes bien te pedimos que desistas de ella; permaneciendo aquí, estimado y querido a vista nuestra, como el

primero de mis Cortesanos, mi pariente y mi hijo.

GERTRUDIS.- Yo te ruego Hamlet, que no vayas a Witemberga; quédate con nosotros. No sean vanas las súplicas de tu madre.

HAMLET.- Obedeceros en todo será siempre mi primer conato.

CLAUDIO.- Por esa afectuosa y plausible respuesta quiero que seas

otro yo en el imperio danés. Venid, señora. La sincera y fiel condescendencia de Hamlet ha llenado de alegría mi corazón. En

aplauso de este acontecimiento, no celebrará hoy Dinamarca festivos

brindis sin que lo anuncie a las nubes el cañón robusto, y el cielo retumbe muchas veces a las aclamaciones del Rey repitiendo el trueno de la tierra. Venid.

Hamlet.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant