ACTO I, ESCENA XII

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  HAMLET, LA SOMBRA DEL REY HAMLET

 Parte remota cercana al mar. Vista a lo lejos del Palacio deElsingor. 

 HAMLET.- ¿Adónde me quieres llevar? Habla, yo no paso de aquí. 

LA SOMBRA.- Mírame. 

 HAMLET.- Ya te miro. 

LA SOMBRA.- Casi es ya llegada la hora en que debo restituirme alas sulfúreas y atormentadoras llamas. 

 HAMLET.- ¡Oh! ¡Alma infeliz! 

 LA SOMBRA.- No me compadezcas: presta sólo atentos oídos a loque voy a revelarte. 

 HAMLET.- Habla, yo te prometo atención. 

 LA SOMBRA.- Luego que me oigas, prometerás venganza. 

 HAMLET.- ¿Por qué? 

 LA SOMBRA.- Yo soy el alma de tu padre: destinada por ciertotiempo a vagar de noche y aprisionada en fuego durante el día; hastaque sus llamas purifiquen las culpas que cometí en el mundo. ¡Oh! Sino me fuera vedado manifestar los secretos de la prisión que habito,pudiera decirte cosas que la menor de ellas bastaría a despedazar tucorazón, helar tu sangre juvenil, tus ojos, inflamados como estrellas, saltar de sus órbitas; tus anudados cabellos, separarse, erizándose comolas púas del colérico espín. Pero estos eternos misterios no son para losoídos humanos. Atiende, atiende, ¡ay! Atiende. Si tuviste amor a tutierno padre...

 HAMLET.- ¡Oh, Dios! 

 LA SOMBRA.- Venga su muerte: venga un homicidio cruel y atroz. 

 HAMLET.- ¿Homicidio?

 LA SOMBRA.- Sí, homicidio cruel, como todos lo son; pero el máscruel y el más injusto y el más aleve. 

 HAMLET.- Refiéremelo presto, para que con alas veloces, comola fantasía, o con la prontitud de los pensamientos amorosos, meprecipite a la venganza. 

 LA SOMBRA.- Ya veo cuan dispuesto te hallas, y aunque taninsensible fueras como las malezas que se pudren incultas en las orillasdel Letheo, no dejaría de conmoverte lo que voy a decir. Escúchameahora, Hamlet. Esparciose la voz de que estando en mi jardín dormidome mordió una serpiente. Todos los oídos de Dinamarca fuerongroseramente engañados con esta fabulosa invención; pero tú debessaber, mancebo generoso, que la serpiente que mordió a tu padre, hoyciñe su corona. 

 HAMLET.- ¡Oh! Presago me lo decía el corazón, ¿mi tío?

 LA SOMBRA.- Sí, aquel incestuoso, aquel monstruo adúltero,valiéndose de su talento diabólico, valiéndose de traidoras dádivas...¡Oh! ¡Talento y dádivas malditas que tal poder tenéis para seducir!...Supo inclinar a su deshonesto apetito la voluntad de la Reina mi esposa,que yo creía tan llena de virtud. ¡Oh! ¡Hamlet! ¡Cuán grande fue sucaída! Yo, cuyo amor para con ella fue tan puro... Yo, siempre tan fiel alos solemnes juramentos que en nuestro desposorio la hice, yo fuiaborrecido y se rindió a aquel miserable, cuyas prendas eran en verdadharto inferiores a las mías. Pero, así como la virtud será incorruptibleaunque la disolución procure excitarla bajo divina forma, así laincontinencia aunque viviese unida a un Ángel radiante, profanará conoprobio su tálamo celeste... Pero ya me parece que percibo el ambientede la mañana. Debo ser breve. Dormía yo una tarde en mi jardín según lo acostumbraba siempre. Tu tío me sorprende en aquella hora dequietud, y trayendo consigo una ampolla de licor venenoso, derrama enmi oído su ponzoñosa destilación, la cual, de tal manera es contraria a lasangre del hombre, que semejante en la sutileza al mercurio, se dilatapor todas las entradas y conductos del cuerpo, y con súbita fuerza leocupa, cuajando la más pura y robusta sangre, como la leche con lasgotas ácidas. Este efecto produjo inmediatamente en mí, y el cutishinchado comenzó a despegarse a trechos con una especie de lepra enáspera y asquerosas costras. Así fue que estando durmiendo, perdí amanos de mi hermano mismo, mi corona, mi esposa y mi vida a untiempo. Perdí la vida, cuando mi pecado estaba en todo su vigor, sinhallarme dispuesto para aquel trance, sin haber recibido el paneucarístico, sin haber sonado el clamor de agonía, sin lugar alreconocimiento de tanta culpa: presentado al tribunal eterno con todasmis imperfecciones sobre mi cabeza. ¡Oh! ¡Maldad horrible, horrible!...Si oyes la voz de la naturaleza, no sufras, no, que el tálamo real deDinamarca sea el lecho de la lujuria y abominable incesto. Pero, decualquier modo que dirijas la acción, no manches con delito el alma,previniendo ofensas a tu madre. Abandona este cuidado al Cielo: dejaque aquellas agudas puntas que tiene fijas en su pecho, la hieran yatormenten. Adiós. Ya la luciérnaga amortiguando su aparente fuegonos anuncia la proximidad del día. Adiós. Adiós. Acuérdate de mí.

Hamlet.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora