Capítulo 9

513 72 43
                                    

Me quedé lo que parecieron horas en el jardín, bajo el roble del que momentos atrás había saltado Morfin; descalza, temblando como una hoja por los escalofríos que sentía  pese al tibio amanecer que se avecinaba, abrazándome tan fuerte que me hacía daño con las uñas.
Lloraba en silencio, esperando lo inevitable: verle salir de nuevo, ésta vez acompañado de mi padre, con la cara desencajada por la furia después de saber que su hija, la miserable squib, la deshonra de los Gaunt, pero aun así  su hija, espiaba con ilusión a un muggle, y no cualquiera, el más arrogante muggle de Little Hangleton que además se había atrevido a llamarlo vagabundo, ¡a él, el único heredero de la sangre de Slytherin, el mago más grande de todos los tiempos!
Sabía que me exigiría una explicación, sabía que en su cólera acabaría por lastimarme.
Y sabía que yo no tendría la fuerza de negarlo, porque un amor tan fuerte es imposible de ocultar.

El canto de las aves me devolvió a la realidad, estaba amaneciendo y no había rastro de ninguno de los dos, mi alivio fue momentáneo pues sabía que probablemente estarían dentro, esperándome, cómo las serpientes silenciosas esperan que se acerque el ratón.
Entré a la casa presa del pánico, pero ésta se encontraba en el más profundo silencio.
Me quedé en el umbral, aguzando el oído.
Nada.

Regresé a mi habitación en puntillas, maldiciendo mentalmente mi torpeza y sobre todo los crujidos de la desgastada madera, que ahora me parecían descomunales.

Me senté frente al tocador, mirándome en el espejo la cara surcada de lágrimas, mi rostro triste, demacrado...
¿Quién dijo que el amor no duele? ¿Qué clase de persona se atrevió a asegurar que nadie ha muerto de amor?
Éste amor solitario estaba acabando conmigo y aún así se había vuelto mi mayor motivo para seguir viviendo; si a mi existencia gris se le podía llamar vida.

¿Qué sería de Tom después del hechizo de Morfin? ¿Estaría en esos momentos  sufriendo la agonía provocada por las pústulas que yo bien conocía? ¿Qué clase de pensamientos cruzarían por su mente después de todo aquello?
Me pesaba el corazón sólo de imaginar que él creyera que yo tenía algo que ver, es algo estúpido, lo sé, pero me dolía realmente; aunque no podía engañarme, ¡por supuesto que pensaría mal de mí!, la hija del vagabundo, hermana del loco capaz de hacerle daño con palabras extrañas, gritadas a la distancia; me encontraba en la misma miserable categoría que mi hermano y mi padre: escoria.

Ése pensamiento me consumía, nublaba mi mente, me hacía daño.
Podía vivir con su indiferencia, pero me sentía incapaz de vivir con su odio.

Tratando de apartar ésos negros pensamientos me levanté, dándole una última vista a la chica temerosa y deplorable del espejo; bajé a preparar el desayuno con tiempo de sobra, no quería darle motivos a Morfin para delatarme, y pensaba que si hacía su habitación con esmero y además sus tareas con las serpientes, probablemente accedería a realizar el contra hechizo para ayudar a Tom, era una medida desesperada, pero si funcionaba...
"Dile que si lo hace, y además un obliviate, no tendrá problemas, que malentendió todo, que te preocupas por él..."

Cuando bajaron esa mañana, yo había hecho la mayor parte de las tareas, y esperaba el momento preciso, un descuido de mi padre, para abordar a Morfin, quién parecía de excelente humor.
Sentía su pesada mirada en la nuca, y notaba su sonrisa burlona con el rabillo del ojo.
"Silba silba pequeño reptil, arrástrate por el suelo, pórtate bien con Morfin o te clavo en el alero, pequeño y miserable insecto, pórtate bien con Morfin o..."
Sabía que su canción en parsel no iba dirigida a la pequeña serpiente que tenía en las manos y sabía que mi plan fracasaría, porque ni siquiera tendría el valor de pedírselo...
Sentí vergüenza de mí misma, por ser tan débil, tan insegura, una squib; por ser una cobarde incapaz de ayudar al hombre que amaba.

MEROPE GAUNTWhere stories live. Discover now