Narrado III

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La brisa de la madrugada comenzaba a calar sus huesos, habían pasado varias horas desde que el auto de Tom se había alejado, sin embargo ella seguía sentada en el desvaído escalón de la entrada, abrazando fuertemente sus rodillas, incapaz de moverse, incapaz de detener sus lágrimas que ya habían empapado las mangas de su blusa.

"Si nadie muere de amor, ¿Por qué siento que mi corazón se está desmoronando?"

Tenía miedo de levantarse, le aterraba entrar a la casa y hacerle frente a su soledad.
No se sentía lista para mirarse en el espejo, ni para afrontar que todo había terminado, que el hombre de su vida se casaría en unas horas sin siquiera sospechar que esa boda estaba destinada a enterrarla de por vida en la miseria y el olvido.

Volvió a oír las palabras de su padre, tan claras cómo el día en que las escupió en parsel, en aquel entonces eran sólo más ofensas que incluir a la larga lista, pero ahora le atravesaban el alma, porque sabía que eran la maldición que cargaría por el resto de su vida:
"... y por eso maldita basura, nunca nadie te querrá, squib asquerosa, buena para nada! Agradece que yo te doy un techo y llevo comida a tu boca, roñosa malagradecida, que soy lo único que tendrás en tu perra vida.... "

Ocultó la cara entre sus brazos y meciéndose desesperada, trató de ahogar los quejidos lastimeros que se apiñaban en su garganta sin ningún éxito.
Sin poder evitarlo comenzó a llorar como nunca antes lo había hecho, ruidosamente, como un niño pequeño incapaz de controlar su llanto.

No escucho la verja abrirse ni los pasos firmes que se acercaban por el adoquín.

Un Tom desconcertado se arrodilló frente a ella.

-Señorita, Gaunt, disculpe la hora, yo... Es que... Necesito hablar con usted, es muy importante y no podía esperar hasta mañana.

Lo escuchó antes de verlo, la oscuridad era casi total, apenas alumbrada por instantes en que las abundantes nubes dejaban al descubierto una media luna blanca.

Con suavidad  tomó su barbilla y levantó su rostro hacia el de él.

-No llore, por favor no llore, que me parte el alma verla así.

Merope temblaba como una hoja, se sentía tan mareada que temía desmayarse y despertar para descubrir que sólo había sido una alucinación, una broma cruel de su corazón afligido.
Con manos temblorosas tomó la mano que Tom tenía en su rostro.
¡Era su mano cálida! ¡Era él!  ¡Era real!
Tom había vuelto para estar con ella, la Amortentia se lo había regresado.

-Por favor, señorita Merope, vamos adentro, hace mucho frío, está helada. - Dijo Tom mientras la cubría con su chaqueta a cuadros. -Necesito que me escuche, por favor.

Lentamente, la levanto y la abrazo por la espalda, dirigiéndola al interior de la oscura casucha.
La sentó con cuidado en el sofá y buscó a tientas por la mesilla y los estantes las cerillas.
Una vez se hizo con ellas alumbró con urgencia todas las velas que encontró a su alrededor.

Cuando hubo luz suficiente, se sentó frente a ella, la miro y de inmediato su corazón comenzó a latir aprisa, desbocado, como nunca antes lo había hecho.
Su melena negra brillaba descomunalmente con el leve resplandor de las velas.
Admiro sus facciones fuertes, sus finos labios rosados, su espigado cuello, su tez blanca.
Surgió en su interior un deseo tan fuerte de abrazarla y besarla que debió recordarse que ni siquiera le había declarado su amor todavía.

MEROPE GAUNTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora