Parte 6

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Di un respingo y la libreta cayó al suelo. No habían pasado ni cinco minutos, ¿cómo demonios había vuelto ya?

Me dirigió una mirada gélida que daba miedo. Así, con todas las letras. Estaba claro que era un chico peligroso. Me pareció que incluso el perro detrás de él me miraba mal.

Recogió el cuaderno del suelo, y con un movimiento brusco abrió el armario y lo arrojó dentro. Después cerró de un portazo (sí, él consiguió dar un portazo a una puerta corredera, puedo asegurarlo).

Nos quedamos mirándonos durante un segundo que me pareció eterno. Tenía la mandíbula tensa, y los ojos tan oscuros como dos pozos sin fondo. Su perfecta boca formaba una dura línea.

No tenía defensa posible, así que sólo podía atacar.

—Esta es mi casa. Puedo andar por donde quiera. —Puse los brazos en jarras y lo miré fieramente, retándole a que me contradijese de alguna manera—. Además Bruno necesita por lo menos quince minutos de paseo. —Añadí, sin poder creer que fuese tan bruja.

—¿Quieres decir que necesitabas un cuarto de hora para registrar esto? —Hizo un gesto con la mano hacia la habitación—. Muy lenta eres, entonces.

Le dediqué mi peor mueca. —¿Sabe mi padre que tienes eso? —Miré con asco hacia la esquina. Por mucho que dijese Diego, mi hombre perfecto no dormiría con un saco de boxeo, de eso estaba segura.

Para mi asombro sonrió.

—Es prescripción médica. —Dijo con una fingida alegría que no le llegó a los ojos. Se encogió de hombros.

—Ya veo. —Fruncí el ceño—. ¿Y sabe que has taladrado el techo para colgarlo?

—Él mismo me ha ayudado. —Hizo una infinitésima pausa y añadió —Siéntete libre de seguir marujeando mientras yo paseo al perro, esta vez con la correa. —Se acercó, invadiendo peligrosamente mi espacio personal, y mis fosas nasales se llenaron de ese increíble olor que no reconocía como colonia—. Pero como se te ocurra volver a tocar ese cuaderno —señaló el armario, mientras una vena le palpitaba en el cuello peligrosamente— tendrás problemas conmigo.

Volví a sentir miedo. Era una clara amenaza, y viniendo de él tendría que haberla tomado en serio. Pero ese chico iba a quedarse en mi casa durante varios meses, y no podía dejar que las bases de nuestra futura relación se asentaran de esa manera. Además mi padre estaba abajo, seguro que si intentaba hacerme algo acudiría a mi rescate y lo pondría de patitas en la calle.

Me acerqué un poco más a él, con su mirada fija en mis movimientos.

—No te tengo miedo. —Silabeé, y agradecí que mi voz no temblase.

Sus labios se movieron ligeramente y me sorprendí a mí misma mirándolos más rato del necesario. Súbitamente se alejó.

—No me pongas a prueba. —Dijo con voz firme, pero pareció dudar por un segundo.

Aunque no lo aparentara, estaba asustada y no se me hubiese ocurrido acercarme a su dichoso diario. Sin embargo él no debía estar tan seguro de que su amenaza hubiese funcionado, porque volvió a abrir el armario, sacó el cuaderno, y se fue a pasear al perro con él debajo del brazo.

Todavía estaba en su habitación cuando oí la puerta de la entrada cerrarse.

Me escabullí a la mía y me metí directamente en la cama, con el corazón latiéndome desbocado.


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