Parte 51

172 13 7
                                    

Cuando llegué a casa me encontré con la mesa puesta, y con Diego esperándome con una diminuta sonrisa, junto a una cacerola de pasta al pesto.

—Bienvenida. —En su expresión quedaban resquicios más que notables de su tristeza, pero al menos estaba levantado. Había temido que se pegase todo el día metido en la cama.

Mi padre llamó al móvil antes de que pudiese cruzar una palabra con él. Desde su partida había intensificado notablemente las llamadas. Hablamos un par de minutos, simplemente para que se quedase tranquilo al saber que todo iba bien (si es que el desastre que había en casa podía tildarse como "ir bien"). No sospechó nada, y en cuanto colgué me acerqué a mi amigo, para poder examinarlo minuciosamente.

Estaba vestido, parecía haberse duchado nuevamente y pese a las bolsas de los ojos no estaba llorando. Conclusión: mejoría notable.

—¿Cómo has pasado la mañana? —Me interesé.

—¿Te gusta? —Me señaló la pasta, como si no me hubiese escuchado.

—Sí, claro.

—Siéntate y te cuento mientras comemos. —Obedecí y él mismo me sirvió. Después se puso el doble de cantidad en su plato y se sentó frente a mí. Bruno se había unido a nosotros y se paseaba entre nuestras piernas esperando que le cayese algún pedazo de pan—. El panorama ha cambiado bastante desde que te has ido al instituto. —Comentó, con un atisbo de esperanza en la voz.

—¿En seis horas? —Enarqué una ceja. Recordaba haberlo dejado durmiendo a pierna suelta.

—Para empezar, me ha llamado Julián. —Sus ojos brillaron un poco—. Dice que me va a apoyar en todo lo que haga falta.

—Bueno, eso está bien. —Admití a regañadientes.

—Me ha ofrecido su casa.

Lo miré con escepticismo.

—¿Su casa? —"¿En el barrio ese?" Quería decir—. Pero si te puedes quedar aquí... —Aún no me había hablado de su decisión y ya empezaba a sentir crecer la indignación dentro de mí. ¿Dónde iba a estar mejor que conmigo?

—Por supuesto le he dicho que no. —Negó con la cabeza—. Lo que está claro es que no me puedo quedar aquí por siempre.

—¿Por qué no? —Repuse, dejando el tenedor sobre la mesa—. Casi siempre estoy sola... además tan solo llevas un día.

—La historia es que me ha llamado Pedro.

—¿Tu hermano? —Lo interrumpí.

—El mismo que viste y calza. —Entorné los ojos—. De alguna manera se ha enterado del desaguisado que tuve con nuestros padres. Ya sabes cómo es él —perfectamente perfecto, quería decir—, y lo que opina de mi circunstancia, pero se ha mostrado muy preocupado por mi situación. Me ha ofrecido ir a vivir con él y Sara una temporada.

—¿Entonces te vas con ellos?

—No puedo... ¿vivir con mi hermano y su mujer? Casi sería como vivir con una réplica de mis padres, solo que en versión más joven. —Miró al frente, pensativo—. Total que cuando lo he rechazado me ha ofrecido un pequeño estudio en la calle Alfonso, propiedad de su bufete, y que está vacío.

—¿Un estudio para ti sólo? —Abrí los ojos. No estaba nada mal, teniendo en cuenta sus tristes expectativas de la noche anterior.

—Así que he aceptado. Pedro tiene sus cosas, pero esta vez se ha portado, y es ahora cuando de verdad lo necesito. —Sus ojos brillaron levemente por la emoción—. Me ha avisado de que mis padres habían salido para ir al médico para que mirase a mi madre, que se encuentra indispuesta por mi culpa, así que he podido pasar por casa para coger mis cosas.

—¿Has estado en tu casa? —Inquirí. Cuántas cosas me perdía por culpa del instituto—. Podías haberme llamado, te hubiese ayudado. —Me imaginé a mi pobre amigo, desvalido y triste, haciendo innumerables viajes para bajar las maletas a un taxi que tenía el taxímetro encendido.

—No era necesario. Además Moreno me ha ayudado a llevar las pocas cosas que he cogido.

Me atraganté con la comida. Empecé a toser escandalosamente, y Diego se apresuró a pasarme un vaso con agua.

—¿Qué Moreno? —Conseguí preguntar con voz rasposa, aun ahogándome.

—¿Cuántos conoces? —Dijo mientras regresaba a su sitio.

—¿Rafael? ¿Rafael te ha ayudado con el traslado? —Repetí, por si acaso no había escuchado bien—. ¿El chico que vive aquí?

—¿Te has quedado sin oxígeno en el cerebro? —Preguntó, petulante—. ¡Claro que ha sido él!

—¿Qué me he perdido? —Siseé, empezando a enfadarme—. Hasta donde yo sé los dos lo odiábamos por lo que hizo anoche.

—Bah —hizo un gesto con la mano, restándole importancia—. Yo no lo odio. Ni tú tampoco. O eso creo, vamos.

—¿Y cómo habéis llegado al punto de que él te esté ayudando a llevar tus cosas de un piso a otro? —Lo miré escéptica. Nada tenía sentido—. Además estaba en condiciones lamentables. —Añadí, más para mí misma.

—Sí, no tenía muy buen aspecto... Pero entró en tu habitación cuando te fuiste, y me pidió disculpas por su comportamiento de anoche. —Parpadeé. ¿Qué? ¿Había sido un completo descarado conmigo, que era la dueña de la casa, y a él que simplemente estaba de paso le había pedido perdón?

FRÁGILWhere stories live. Discover now