Parte 43

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El día siguiente amaneció lluvioso, lo que justificó mi mal humor ya desde temprano. Además teníamos Educación Física las dos primeras horas, mi asignatura odiada, incluso más que las Matemáticas. No había en todo Nuestra Señora alguien más negado para el deporte que yo.

Diego, que estaba a mi nivel en lo que a entrenamiento físico se refiere, no había venido a clase y Naiara fue mi pareja. Pese a ser de la misma constitución, ella parecía una elegante gacela y yo un pingüino. Hicimos ejercicios por parejas y carreras de relevos, para calentar. Después llegó el turno del atletismo y llegué la penúltima, justo antes de que Julia "la foca", una pobre chica que ya no estaba tan gorda como antaño, pero que seguía conservando el mote.

Cuando la clase terminó el profesor nos anunció que pronto empezaríamos con los deportes de equipo. Ese odiado último trimestre que todos los años dedicábamos a jugar al baloncesto, fútbol, balonmano y voleibol.

—Bueno, chicas, —Pamela se subió a uno de los bancos del vestuario para hacerse escuchar por encima de las conversaciones—. Creo que deberíamos establecer de antemano unos equipos heterogéneos, para que las que no sois competitivas no arruinéis a las que sí lo somos. —Sonrió dulcemente pese a la puñalada trapera que acababa de lanzar. Yo me sentí personalmente aludida—. Por lo tanto, me ofrezco voluntaria para ser capitana de uno de los equipos, y propongo a Lala y Pilita como suplentes.

—Qué petarda. —Le susurré a Naiara, dándole la espalda a la Barbie rubia, que intentaba hacer un sondeo de las chicas de clase que secundaban su idea.

—¿Sabes quién me llamó ayer? —Me miró expectante.

—¿Quién?

—Intenta adivinar.

—No sé, tu hermana.

—Pero ¿cómo me va a llamar Sonia? ¿Tú sabes lo caras que salen las llamadas desde el extranjero? —Me miró como si no tuviese remedio mientras sacaba una camiseta limpia de la bolsa de deporte—. Nicolás.

—¿Qué Nicolás?

—¿Qué Nicolás va a ser? ¡El de Ligüerre! —Ligüerre de Cinca era el pueblo en el que veraneaba con su familia.

—Ah.

—Hija qué poco entusiasmo. —Se quejó.

—Bueno, ¿qué quería? —Intenté sonar interesada, pero en verdad el tal Nicolás era el último de mis intereses.

—Pues saber de mi vida, ver cómo me iban las clases y tal... —Se cambió de pantalones y empezó a cepillarse el pelo—. Me ha dicho de quedar algún día.

—¿Se supone que va a venir a verte? ¿O es que piensas ir tú hasta Ligüerre?

—Dice que va a pasar un fin de semana en Zaragoza. Ya sabes, para aprovechar y vernos en plan amigos.

—¿No os liasteis? —La miré escéptica. ¿Hacía eso con todos sus amigos?

—Cuatro besos adolescentes, no más. —Hizo un gesto con la mano, quitándole importancia.

—No te entiendo, Nai, en serio. —Me giré bruscamente hacia ella—. ¿No estabas tan colada por Raúl?

—Y lo estoy. —Asintió, de camino a la siguiente clase.

—¿Entonces qué haces pensando en quedar con otro tío? —Casi grité, pero el resto de compañeros que pululaban por el pasillo hablaban aún más alto y mi voz quedó amortiguada.

—Estoy hablando de quedar con un amigo. —Enfatizó la palabra amigo.

—No sé qué te pasa, pero te veo muy suelta últimamente.

—¿Suelta yo? ¿Y no será que estoy evolucionando y que tú te has quedado anclada? —Espetó

—¿Qué quieres decir con eso? —La miré con la boca abierta.

—Pues ya sabes, que no tienes mucha experiencia con los chicos. —Explicó pausadamente con una tímida sonrisa en los labios, para que no me enfadara.

Era cierto que mi experiencia era nula, pero porque todavía no había aparecido uno que me llamase de verdad la atención. Además tenía mi público, puede que no fuese un bellezón con patas como Pamela, pero no estaba nada mal. Sin embargo, oírlo de labios de mi amiga me dolió. Ella debió de darse cuenta por mi expresión, porque añadió: —Pero que vamos, que no hay prisa, simplemente digo que... —Se detuvo abruptamente, mirando hacia delante. Seguí su mirada y vi a Pablo acercándose a nosotras, a escasos metros de distancia. De detuvo frente a mí.

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