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El día siguiente, sus padres habían organizado una cena con Alejandro y su abuela y ella había invitado Raúl, presentandolo come un amigo del joven vecino. Ella había preparado la comida para todos. Cuando estaba triste, le gustaba cocinar, porque quitaba cualquier pensamiento de su cerebro y se concentraba en los platos que quería hacer.
Cuando Alejandro y Raúl llegaron le besaron la melilla, pero Raúl se fue al balcón a hablar con los demás, mientras Alejandro se quedó con ella en la cocina. Su cara estaba un poco triste.
- ¿Que pasa? - preguntó Martha.
- Hemos discutido.
- ¿Porqué?
- Han publicado unas fotos de una fiesta que he organizado por un local y en una hay una chica que me besa la melilla abrazandome.
- Y él está celoso
- Si, dice que siempre estoy rodeado de chicas, que al final una de ellas me va a seducir, que no parezco gay.
- Eso es verdad. Yo no lo imaginaba, al revés, pensaba que querías algo conmigo.
- Lo sé. Es que he pasado toda mi vida a intentar no parecerlo. Nadie sabe que soy gay, ni siquiera mis amigos u mis padres. Sólo tu.
Ella sonrió - Ya se arreglará todo, no te preocupes. Son cosas que pasan.
- Lo se, pero yo también me he enfadado con él. Es como si no confie en mi. Esto es mi trabajo y si él no confía en mi, no iremos tan lejos. Yo he dejado mi vida para venir aquí por él y todavía tiene dudas sobre mis sentimientos.
- No hay una solución rapida por eso. Tienes que decirle cada día que lo amas. Tienes que hacerlo sentir como lo más precioso que hay en el mundo. La verdad es que la gente piensa que el amor es algo que llega y se queda u se va. No es así. Las relaciones son complejas y para que el amor no se vaya, hay que trabajar todos días, alimentarlo. La felicidad no llega porqué si, llega porqué trabajamos por ella.
Sólo en ese momento los dos vieron Raúl mirandolos de la puerta. No dijo nada, solo se acercó y abrazó Martha.
- ¡¡¡Mami!!! ¡¡Hambre!! - María llegó corriendo con su muñeca favorita.
- Si, princesa. Ya está todo listo y ahora los tíos van a ayudarme a traer la comida afuera. Dile a los abuelos que se sienten.
- Siiiiii - gritó la niña corriendo al balcón.
- Tío Ale...suena muy bien - dijo el chico antes de salir de la cocina.

****

Después de la cena, Alejandro acompañó María a la cama.
- Hija, yo y tu padre queríamos hablarte de una cosa.
- Vale - dijo Martha sorprendida.
- Yo y tu mamá - empezó su padre - vamos a cerrar la tienda. Vamos a ser dos jubilados, así como nuestra empleada.
- ¡Que bien! - dijo ella. Aunque ellos no trabajaran todo el día, tener una tienda era muy complejo.
- Pero... - Paulo miró su mujer que sonrió - estábamos pensando que si tu quieres, podemos regalarte la tienda. Así puedes resolver muchos de tus problemas.
Martha no sabía que decir. ¿Sus padres lo hacían por ellos u para ayudarla?
- Papá, no se...- intentó decir, pero su padre la interrumpió.
- No contestes ahora. Piénsalo, tenemos tiempo.
- Vale - dijo ella, mirando Raúl, que sonreía. Alejandro volvió, con el móvil en su mano, leyendo algo.
- Quiero un helado, ¿quién viene conmigo?
- ¡Yo! - dijo Raúl.
- ¿Martha?
- No puedo salir, la niña duerme.
- No te preocupes, nosotros quedamos en casa - dijo su madre.

Los tres salieron enseguida. La heladería italiana no estaba lejos de su casa, así que después de veinte minutos ya habían acabado sus helados y habían decidido caminar un poco. Llegaron a una playa que estaba después del puerto y decidieron sentarse en la playa, mirando el mar. Martha estaba muy callada, pensando en lo que le había dicho su padre.
- Voy a comprar una botellita de agua - dijo Raúl.
- Voy contigo - Alejandro miró la chica - ¿Te importa?
- No, no. Os espero aquí.
En cuanto se fueron, Martha se levantó y después de haberse quitado los zapatos, caminó hacia el agua. Todas las veces que tenía que tomar una decisión importante, iba a mirar el mar de noche. Había algo en la luna que se reflejaba en el agua que le daba tranquilidad. Limpiaba su mente y le permitía pensar claramente. Esa noche, pero, no podía pensar en sus padres y la tienda. Lo único que conseguía pensar era Diego. Quizás hubiera podido hacer algo, ¿pero que? Una ligera brisa sopló y ella sintió un poco frío, pero se quedó mirando el agua.
- Hay algo tan poético en una mujer mirando el mar de noche - esa voz, acompañada de una chaqueta sobre sus espaldas, calentó el corazón de Martha. Ella cerró los ojos, convencida que fuera su imaginación. Pero luego sintió unas mano acariciar su rostro.
- Sobre todo si es hermosa como tu.
- Diego - susurró ella, abriendo sus ojos.
- He descubierto que no puedo vivir sin hablarte...sin verte.
- Yo... - ella miró la arena, triste - Yo no soy tan buena como piensas...yo he hecho cosas que...
Él la interrumpió - No me importa lo que has hecho en tu pasado. Sólo me importan tu presente y tu futuro, porqué yo quiero ser tu presente y tu futuro - la besó tiernamente, como deseaba desde que la había visto.

La fuerza de tus palabras (Editando)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt