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Martha se puso su vestido favorito, el de flores y se maquilló. Quería ser guapa, para que Marcelo se diera cuenta de que lo que había perdido. Sabía que no era lo más maduro, pero quería hacerlo. Media hora después estaba esperando su ex marido y su querida María. Los vio llegar y caminó hacia ellos, para abrazar su preciosa niña.
— ¡Mami! — La sonrisa de María siempre la dejaba feliz. Olvidaba todo y sólo se fijaba en el hecho de que si ella estaba contenta, ya había cumplido sus tareas como madre.
— ¡Princesa! Te he echado de menos — Martha vio Marcelo sonreír.
— Estas muy guapa.
Martha se puso nerviosa oyendo esas palabras.
— Gracias.
— Mira, prometí un helado a la niña. ¿Quieres tomarlo con nosotros?
— Si, mami...¡helado!
Martha no tenía hambre, sobretodo no quería más helado, pero su niña había puesto esa carita dulce a la que ella no sabía decir que no.
Diez minutos después estaba sentada con su ex, mietras María comía su helado, jugando con unos niños que había encontrado en la heladeria.
— Entonces, ¿dónde son esas vacaciones? — preguntó ella.
— En París. Vamos a Disneylandia.
— ¡Que bonito! Vas a traer las niñas a Disneylandia — se paró un segundo — Perdona, no tenía que decir eso. Estoy cansada, ha sido un día muy largo.
— ¿Todo bien? — preguntó Marcelo.
— Claro — se dibujó una sonrisa falsa sobre su cara.
— Martha te conozco desde años y se cuando hay algo que no está bien.
Martha lo miró, molesta — No quiero a hablar de mi vida contigo.
—¿¿Has discutido con tu novio??
— Callate.
— Eso era un si.
— Marcelo, por favor, déjame en paz.
— No piensas que es un poco mayor para ti.
— No es asunto tuyo.
El hombre suspiró, quedandose callado por unos minutos.
— ¿Crees que está bien? — preguntó a la chica.
— ¿Quien?
— María. ¿Crees que le ha creado algun problema esto que ha pasado entre nosotros?
— Bueno, su vida ha cambiado y los primeros meses fueron difíciles, pero mis padres fueron muy buenos en esto. Aunque eres el cabron que eres, nunca le hablé mal de ti, porque eres su papi, su superhéroe y así tiene que seguir siendo.
— Siempre has estado muy madura en los momentos de dificultad.
— No creas — su mente se fue a Diego, a Ana y todo lo que había pasado ese día y se puso triste.
— Y se alguien te hace pensar algo diferente, no te merece — miró sus manos — como no te merecía yo. Siempre has estado mas allá. Más inteligente, más simpática — ella lo miro confundida — Más hermosa.
Se miraron y por un segundo Martha se acordó de sus primeras citas, de la boda, del nacimiento de María. Uno años felices.
— Hemos estado felices — dijo ella.
Él suspiró y se acercó. Martha se quedó inmóvil, sin darse cuenta de lo que estaba pasando hasta que pasó. Marcelo la besó y por un momento olvidó todo y correspondió su beso, pero se dio cuenta de que había algo equivocado. Estaba besando el hombre equivocado. Se levantó de repente.
— Pero ¿que haces? — casi gritó.
— Perdón Martha, yo....no se...es que estás tan hermosa.
— Yo no estoy hermosa, soy hermosa. Esto ha sido tu problema, nunca te has dado cuenta de eso.
Llamó María, levantandose y acercándose a ella. Estaba cansada, ese día habia sido increíble, nunca se habría imaginado que su vida podía volverse en una de las novelas de amor que escribía Diego.
— ¡Martha! — Marcelo le fue detrás — Espera, hablamos.
— ¡Hablar! Ahora quieres hablar.
— Si, por favor Martha, escuchame...
— ¡Marcelo el tiempo de escuchar ya ha pasado!
— ¿Porque dices así?
— Porque me has traicionado.
— Pero eso fue sólo un error, una caída. Lo nuestro es tan bonito.
— Lo nuestro ya no existe, Marcelo. Se ha acabado, ¡nunca podré perdonarte!
— ¡Podrías intentarlo!
— ¿Y esa mujer? ¿Tu novia? ¿Esas vacaciones?
— Voy a dejarlo todo para ti.
Marta lo miró, si sólo él le hubiera dicho esas palabras un mes antes.
— Yo te amo — le dijo él.
— Marcelo...
— Es por él, ¿verdad? ¿ Ese Diego?
— Yo...
— ¿Lo amas?
— Marcelo...
— ¿LO AMAS?
— Si... — se miraron por algunos minutos. Luego Martha volvió a llamar su hija, que esta vez se acercó y saludó su padre.

— Mami te gusta mi pulsera? — su hija le mostró su muñeca.
— Muy bonita mi amor, ¿te la compró papi?
— No, es un regalo de Diego.
— Oh...— escuchar ese nombre la dejaba siempre más triste, sintió una lagrima correr sobre su rostro. La secó antes de que su hija pudiera verla.
— ¿Donde está Diego, mami?
— En su casa.
— ¿Cuando viene?
— No lo se, mi amor.
Se sintió morir, pero rechazó sus lagrimas. Para llorar tenía que esperar que su niña durmiera.

La fuerza de tus palabras (Editando)Where stories live. Discover now