1. Señal

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Mi mirada está nublada por las lágrimas que amenazan por salir de mis ojos, mi pecho sube y baja con mi respiración agitada, y mi corazón late a un ritmo frenético e irregular.

Mis uñas se clavan en el cemento del alfeizar de la ventana de la que estoy sostenida. Los brazos me tiemblan, las palmas me arden y la sensación vertiginosa que invade mi cuerpo me revuelve el estómago. Voy a caer. Voy a morir...

No puedo ver nada. El viento me azota el cabello contra la cara con tanta violencia, que las hebras oscuras me hieren y escuecen. Los músculos de mis extremidades superiores están hechos mierda y por más que lucho, no logro empujar el peso de mi cuerpo hacia arriba. No logro ponerme a salvo a mí misma.

Algo me golpea en un costado del torso. Una ráfaga luminosa me da de lleno y mi débil agarre termina cediendo por completo.

Durante un segundo, no ocurre nada. Me quedo suspendida en el aire, como si fuese capaz de flotar...

Entonces, empieza la caída.


Grito. Grito con todas mis fuerzas mientras que caigo en picada. Mis piernas patalean inútilmente y braceo, en un desesperado intento por encontrar algo en qué sostenerme; sin embargo, sé que nada va a detener el inminente golpe de mi cuerpo contra el concreto.

Mi cabeza duele, mis oídos pitan y me siento mareada. De pronto, me siento lánguida y pesada. La presión generada por la velocidad en la que me muevo, hace que mi visión se nuble y mis músculos se contraigan de manera involuntaria.

No puedo más. No puedo luchar más...


Un haz negro aparece en mi campo de visión. Es apenas un borrón, una mancha oscura sin inicio ni fin, que se mezcla entre las siluetas desdibujadas de los edificios entre los que caigo. Una figura amorfa que se mueve a toda velocidad. Me atrevo a decir que cae, incluso, más rápido que mi propio cuerpo.

Me quedo sin aliento.

Mi vista inestable se posa en el centenar de borrones luminosos comienzan a aparecer en el cielo y que viajan a toda velocidad junto con la mancha de color negro que avanza en mi dirección, y el pánico se arraiga en mis huesos.

La silueta oscura toma forma y de pronto, me encuentro viendo la figura de un chico de alas de murciélago precipitándose hacia mí a toda velocidad. Me encuentro estirando los brazos en su dirección para que pueda tomarme y detener mi caída...


Entonces, despierto.

Estoy bañada por una fina capa de sudor. Mi corazón ruge dentro de mi pecho mientras me incorporo jadeando y tanteando sobre la mesa de noche de mi habitación. La oscuridad hace difícil mi tarea; sin embargo, cuando por fin encuentro mi inhalador, tomo una calada profunda para permitir que el coctel de medicamentos invada mi tráquea y mis pulmones.

Mis ojos se cierran con fuerza mientras inhalo y exhalo con lentitud para acompasar mi respiración. Es entonces cuando noto el temblor de mis manos y el dolor de mis brazos.

Las pesadillas son cada vez más frecuentes y vívidas. Siento como si realmente hubiera estado colgada de aquel alfeizar. Como si realmente hubiese estado a punto de morir impactada contra el concreto.


Enciendo la lámpara junto a mi cama y me siento en el borde del colchón, al tiempo que cierro los ojos con fuerza. A veces, me cuesta mucho trabajo convencerme a mí misma de que mis aventuras nocturnas son sólo sueños. A veces, las imágenes en mi subconsciente son tan reales, que me cuesta mucho trabajo desapegarme de ellas...

STIGMATA © ¡A la venta en Amazon!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora