SOL

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El sol seguía calentando nuestras cabezas, y si no parábamos a comer y a resguardarnos del calor abrazador, terminaríamos desmayados antes de que nos pudiéramos atender unos a otros.

Recorrimos a paso lento veinte minutos a través de pastizales que daban la impresión de nunca haber sido transitados, pero lógicamente era una mala concepción al poner en escena a los bandidos cuyo único refugio eran precisamente los matorrales y los árboles del bosque de Roca Redonda.

Teníamos no sólo la urgencia de alimentarnos e hidratarnos, si no también darle de comer y beber a nuestros animales cuya tarea era la más pesada, y si no conseguimos buenas hierbas era muy probable que nuestros vehículos cayesen víctimas del sol que ya derretía el horizonte, haciéndolo ondear a la vista.

Cuando comenzábamos a abandonar la esperanza de encontrar una fuente de agua, Metre hizo señas con su mano para indicar que unos pocos metros más adelante se podía apreciar, en un costado de un cerro de no más de veinte metros de altura, el color de la humedad en la pared producto de la caída constante de un hilo de agua.

Así pues, con no poco esfuerzo bajamos de nuestros caballos y nos dispusimos a dejar descansar a los animales y a nuestros doloridos cuerpos aunque sólo fueran unos minutos para poder comer algo.

La tarea de abrevar fue más difícil de lo que había pensado, y tan sólo cerrar un perímetro para lograr construir una pequeña presa fue extenuante; no por el esfuerzo, si no porque la lentitud de la caída del agua era exasperante.

Por fin la cuenca se llenó a un nivel no despreciable y llenamos cantimploras y estómagos; no mucho pues debíamos comer aún y aunque el alimento fuera poco, no queríamos correr el riesgo de adjudicarnos una diarrea fulminante. No se malentienda. El agua parecía fluir limpiamente, pero eso era acá abajo, y arriba no podríamos saber si la fuente estaba o no contaminada con algún cuerpo que obstruyera el flujo normal del agua.

La habilidad de Metre con las artes culinarias era asombrosa. No sólo por el hecho de que nos llenó la panza sólo con lo que reunió en el sitio, si no porque logro salar sin la carísima sal que no teníamos, sin considerar claro está el excelente sabor de algo que se ha cocinado sólo con una olla de hierro.

—No he visto que cargaras con esa palangana —Inquirí a sabiendas de que Metre se molestaría con mi observación.

—No es de extrañar que no lo notaras, pero dado que soy cocinero siempre llevo atado a mi caballo mis utensilios, y déjame decirte que sobre esta olla jamás se ha posado algo que no se precie como comida. —Su tono de voz denotaba molestia y decidí dejar el tema de la olla hasta ahí.

Metre se perdió durante un tiempo no muy breve, pero al cabo de dos cuartos de hora donde ni Luccio ni yo habíamos cruzado palabras, volvió más cargado que una mula porfiada.

Dejó todo con sumo cuidado en el suelo, sacó su olla y colocó unos leños de manera que pudieran arder pero a la vez sostener la olla de Metre. Ingeniería.

Me llamó la atención el hecho de que encontrara salicornia en estos lugares, yo sabía que esas plantas eran propias de zonas salinas o costeras donde incluso el mar muchas veces las ahogaba, pero ahí estaban. Metre me vio observar aquellas inusuales hierbas y me comentó que a pesar de requerir de un entorno salino, esas plantas crecían cerca de desembocaduras y muchos años antes, la zona donde ahora comeríamos, alguna vez estuvo cubierta de mar.

Al cabo de una hora Metre nos llamó para comer, y a pesar de no tener cuencos, nos turnamos para tomar directamente de la olla. La sopa estuvo deliciosa y a pesar del recelo por los tubérculos de ñame, su sabor me dejó atónito.

Reposamos y no cruzamos palabras, en parte porque las preguntas habrían sido inquietantes, y en parte porque a estas alturas el sol nos tenía a todos irritables a pesar de haber descansado.

—Nos vamos —Indicó Luccio con un tono inflexible que no dejaba cavilación alguna.

Nos paramos, apeamos nuevamente a los caballos, rellenamos nuestras botas de agua y nos subimos nuevamente a nuestros animales.

Ya sólo quedaban cuatro jornadas de viaje para llegar a la ciudad y estaba ansioso por comenzar lo que fuera mi nueva vida. Al menos eso quería. No, no lo quería, lo anhelaba.

Kaled Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang