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Capítulo 9

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Me suelta y abre las puertas del armario donde saca una camiseta y unos pantalones holgados. Me los entrega en las manos y se dirige a la puerta, pero se detiene cuando sus ojos captan algo en mí. No tengo idea de que es hasta que sus dedos atrapan una lágrima que cae con lentitud.

—Yo... —No puedo seguir. Todo lo que había contenido hasta hace un segundo, se me desmorona encima.

Adrien no lo duda ni un segundo y me envuelve en sus brazos.

No me doy cuenta de que siento frío hasta que me envuelve con su calor. No tengo idea de lo rota que estoy hasta que me contiene. Su mano en mi espalda y con la otra acaricia mi cabello. Dios, me estaba destrozando y había sido tan ciega como para no verlo.

—Lo siento tanto, Sienna —me susurra en el oído.

Había escuchado todo lo que había dicho. Dos sentimientos se pelean en mi interior: la vergüenza y el alivio. Pero en este momento no debo pensar en eso. Mis hombros se agitan levemente con los sollozos silenciosos que involuntariamente dejo escapar. Las lágrimas no tardan en empaparme la cara y su chaqueta.

Aferro con mis dedos la tela de su ropa y oculto mi rostro en él mientras él me abraza con fuerza. Me siento sostenida, reconfortada. Por primera vez en la vida, siento que realmente tengo un pilar que me sostenga. Quizás no nos llevemos como mejores amigos o algo así, pero sé, en el fondo, que Adrien está para mí.

Ya calmada, me suelta y sus ojos buscan los míos. Me sonrojo instantáneamente al darme cuenta de que estoy en un estado deplorable. No es que me haya importado alguna vez mi aspecto, pero en este momento siento que podría haberme arreglado el cabello aunque sea con los dedos.

—Vamos, cámbiate para que Evan pueda hablar contigo. —Asiento lentamente y me acaricia la cabeza antes de dirigirse a la puerta. Yo me doy media vuelta y me encuentro con sus ojos y una débil sonrisa antes de que abandone la habitación, la que contrasta con la fuerte corriente que me recorre.

—Gracias —susurró débilmente a una puerta cerrada.

Cuando termino de vestirme, noto que la ropa me queda muy suelta sobre mi menudo cuerpo en comparación. Me miro en un espejo de cuerpo completo que tiene junto al escritorio y me peino el cabello con los dedos. Tengo la nariz roja y los ojos cristalinos, pero supongo que no luzco tan mal como mi cerebro me quiere hacer ver. O quizás sí.

Lanzo un largo suspiro y me dirijo a la puerta, pero alguien la abre antes. Frente a mí, está una chica más alta que yo. Si nunca había tenido complejos de altura, ahora los tengo. Y eso que tengo una altura dentro del rango de lo común.

Me mira con superioridad. Tienen la nariz respingada y el cabello castaño liso hasta los hombros. No tengo por qué fijarme en el color de sus ojos para saber que los tiene igual que todos en este maldito lugar, pero definitivamente no sé qué le hice como para que me observe con desprecio.

Trago saliva y me aparto para que pueda pasar, pero no se mueve ni un solo centímetro de allí. Eso significa problemas para mí.

—Sienna, ¿no? —Noto un tenue acento extranjero en su voz, pero no logro descifrar de donde exactamente. Europeo, quizás.

—Con la misma. —Miro un punto por encima de su cabeza. No creo que hacer contacto visual con alguien como ella sea buena idea. Quizás qué clase de torturas está planeando para mí en este momento.

Al parecer ella sí quiere hacer contacto visual, ya que busca posicionarse frente a mis ojos. Ni loca, señorita, no pienso entrar en esa cabeza.

—Tenía curiosidad sobre el alboroto que había abajo cuando llegaste, pero supongo que no era la gran cosa. —Ella no acaba de decir eso.

Parasomnia #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora