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Capítulo 12

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Abro los ojos lentamente. No despierto como siempre, más bien como si tan solo hubiera cerrado los ojos por un par de segundos. Me incorporo lentamente cuando oigo la puerta de entrada cerrarse y luego el motor de un auto que no tarda en alejarse. Seguramente es mamá yéndose a trabajar.

Miro a mi lado y veo a Adrien aún ahí, con la boca entreabierta y el cabello revuelto. Suspiro sin quitarle los ojos de encima y me levanto de mi cama. Tomo ropa del armario y salgo de la habitación sin hacer mucho ruido para no despertarle. No tardo mucho, pero de todos modos me quedo más de lo normal arreglándome en el espejo. Tengo esta extraña urgencia de arreglarme un poco aunque sea.

Me quedo mirándome y me siento estúpida. No tengo para quién arreglarme hoy, ¿no? En el sueño no pasó nada de nada. Con Adrien seguiremos con esta relación hostil que a ratos se vuelve normal, nada más. Todas son tonteras mías.

Salgo y me encuentro con Adrien parado frente a mi puerta frotándose los ojos con pereza y luego me mira confundido.

—Puedes volver a la cama si quieres —digo y me dirijo a la escalera, esquivándolo en el camino—. También hay toallas en el armario del pasillo si quieres una ducha.

Llego al primer piso sin mirar atrás. Su presencia me tiene nerviosa, quiero que se vaya y efectivamente tener mi tarde de tranquilidad. Ya puede esperar a la noche para seguir torturándome.

Bostezo con fuerza y tomo un par de tazas para servir café y comienzo a tostar el pan. Trozo fruta y preparo la mesa. Para cuando él baja, ya tengo todo listo. Me mira con curiosidad del umbral de la puerta mientras yo me llevo un poco de pan con mantequilla a los labios y revuelvo el café distraídamente. Está con la misma ropa de antes y el cabello húmedo desordenado sobre su cabeza.

—Gracias —dice y se sienta frente a mí.

Es extraño esto. Me siento como una pareja de recién casados y eso me hace sonrojar. No tendría por qué haberle servido el desayuno, no era mi obligación ni nada. Ni siquiera es mi invitado. El muy maldito se coló ayer por la noche a mi casa sin decir nada para luego hacer lo mismo en mis sueños, u obligarme a entrar en los suyos. Como sea que funcione todo.

Quiero echarlo, pero no quiero volver más frágil nuestra relación. Las escenas de lo que paso se repiten en mi cabeza una y otra vez sin descanso. Estoy tan sumida en ellos que me olvido que el café está hirviendo y me quemo.

—¡Mierda! —Suelto la taza que cae en la mesa, derramándose por todas partes y cayendo en mi ropa.

Me levanto empujando la silla hacia atrás y corro al lavamanos para tragar agua fría. Adrien me persigue y pone una mano en mi espalda, preocupado. Yo, sobresaltada por su gesto, me muevo rápidamente, chocando con la coronilla con el mueble que cuelga de la pared. Lanzo otra maldición y llevo mis manos allí.

Resignada a mi torpeza, me siento en el suelo de cerámica mientras sostengo mi lengua quemada entre mis dientes y mi futuro cuerno con mis manos. Adrien se sienta a mi lado y ambos nos observamos en silencio, hasta que estallo en una carcajada y él me sigue. Río con él hasta que saltan lágrimas de mis ojos y no de dolor exactamente. Una vez que nos calmamos, volvemos a guardar silencio.

—Eres la torpeza personificada —sentencia con una media sonrisa.

Me limpio una de las lágrimas que sale lentamente de mi ojo y me apoyo contra la encimera con soltura.

—No tienes idea.

—Lo siento por lo que paso, Sienna —dice luego de otro silencio entre los dos, donde lo único que se escucha es el agua de la llave corriendo—. No quise ser así contigo, es solo que es...

Parasomnia #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora