IV. EL CASTIGO

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La Navidad pasó, la primavera llegó.

Louis se sentía algo deprimido mientras caminaba hasta la casa de Harry. En estos meses, su relación con Natashka había fructiferado de veras. Acudía un par de veces en semana al piso de la morena y lo hacían toda la tarde. En esos momentos, no se acordaba de Harry para nada. Sin embargo, más tarde, su culpabilidad y su dependencia lo atormentaban hasta que volvía a ver a Natashka.

Era algo especial para él. La morena asumió perfectamente el rol dominante y lo hacía vibrar. Salían de compras juntos y se comportaban como buenos amigos, cuando, en realidad, parecían más bien marido y mujer. Natashka consiguió un vibrador especial en un sexshop con el cual le encantaba penetrarlo. Lo poseía como si fuese un hombre y Louis enloquecía con ello.

Louis no lo hacía con ella porque quisiera una relación, lo hacía porque el sexo era más relajado, suave, tierno. Eso le gustaba.

Aunque no podía quejarse del buen sexo que ha tenido con Harry. Con él, es más rudo, más fuerte; con cada embestida siente que en algún momento podría romperse en dos.

El sexo oral lo incomodaba un poco, pero no dejaba de gustarle el sabor de Harry. Éste suele meter toda su extensión en la cavidad bucal de Louis por un par de segundos, provocando que esté al borde de las arcadas y emesis. Cuando se corre, lo hace tomar hasta la última gota del líquido grisáceo. Le encanta ver al pequeño castaño llorar y tratar de recuperarse de los espasmos que apoderan su cuerpo.

Harry no lo besó cuando abrió la puerta. Estaba preparando un poco de té en la cocina. Se limitó a saludarlo, un tanto fríamente, y Louis supo que algo pasaba. Harry se giró y lo miró, atentamente.

―Tenemos que hablar -le dijo-. Siéntate.

Louis lo hizo en una de las sillas y apoyó las manos sobre la mesa de madera.

―¿Qué sucede, Harry?

―Sé lo tuyo con Natashka.

―Oh, Dios mío...

―Lo sé desde hace tiempo. Comprendo que tienes edad para estar con otra gente, para descubrir cosas nuevas. Por eso mismo, no te he dicho nada antes. Pensé que volverías a ser el mismo, pero no ha sido así.

―Lo siento, Harry, yo no quería... -las lágrimas brotaron, incontenibles.

―No quiero disculpas. Te has comportado de un modo completamente egoísta, Louis. Me has traicionado, engañado. Yo la compartí contigo y sólo la he visto cuando tú estabas delante. En eso quedamos, te lo prometí, ¿no? Entonces, ¿por qué lo has hecho?

―No lo sé. Me siento muy bien con ella. Es como una amiga.

―Tienes otras amistades y no te acuestas con ellas. ¿Por qué tiene que ser diferente?

Lo que más le dolía es que Harry no le gritaba; se mantenía frío y firme. Supo que estaba a punto de perderle y el llanto arreció.

―Perdóname, Harry. Sucedió así, sin más. No la volveré a ver más.

―Vete, no quiero seguir hablando por ahora -dijo él, marchándose de la cocina.

Tardó mucho tiempo en regresar a casa. No quería que sus padres lo vieran en ese estado. Finalmente, consiguió serenarse y regresó, pero se negó a cenar y se encerró en su habitación. Se excusó con sus padres diciendo que estaba cansado y necesitaba dormir.

Se dejó caer en la cama y siguió llorando. Después, un poco más calmado, estuvo tentado de llamar a Natashka y contárselo todo, pero se reprimió. Ya había hecho suficientes tonterías. Primero debía ver en qué quedaba todo con Harry. La simple idea de ser repudiado por su hombre le causó un malestar físico que lo postró en la cama al día siguiente. Estaba en medio de una depresión.

El arte de manipular Where stories live. Discover now