Capítulo 7

1.6K 154 7
                                    

A la mañana siguiente teníamos los caballos, ya que por la noche Voron y Sila habían ido a buscarlos. Nos levantamos muy temprano y desayunamos lo más rápido posible.

Llegamos en tres días. Efectivamente, fue más rápido gracias a la diferencia del número de personas que habíamos viajado.

Voron, Sila y Erenna contemplaron la ciudad al detalle, ya que nunca habían estado. En el centro de la ciudad estaba el castillo, ligeramente elevado por encima de las demás casas. Lo rodeaba un foso poco profundo, pero nunca había visto que se levantara el puente levadizo. La mayoría de las casas no tenían más de un piso, a excepción de algunas en las afueras como El Refugio. No pensaba que volvería a verlo tras tan poco tiempo, lo que me provocó una sensación agridulce.

Cuando estuvimos frente al castillo, bajamos de los caballos y, puesto que Voron y Sila sabían manejarlos mejor que nosotros, fueron a atarlos mientras los demás nos dirigíamos a la entrada del castillo.

Debía de ser el cambio de guardia, porque no había nadie en la puerta, así que entramos corriendo, agradeciendo la suerte que habíamos tenido.

Les conduje hacia la sala de audiencias, comúnmente conocida como la sala del trono. Sin previo aviso, empujé las pesadas puertas de dicha sala y sentado sobre el célebre trono de oro, estaba el antiguo conserje de mi padre, que por alguna razón me parecía más imbécil que nunca.

Philip (o por lo menos así recordaba que se llamaba) estaba bebiendo en ese preciso instante, y en cuanto nos vio se atragantó y acabó escupiendo lo que parecía vino.

—¿Quién osa entrar en la sala del trono? ¡Y encima sin cita previa! –exclamó el hombre poniéndose en pie.

Con paso firme me acerqué a él mientras decía:

—Pues nada más y nada menos que la heredera de los quince reinos.

Él se detuvo en la parte superior de los escalones que elevaban el trono, mientras que yo me situé justo debajo de ellos.

—¿Quién eres? –preguntó.

—La hija del Rey Vissan –contesté.

Soltó una carcajada y algunos de los presentes de la sala le imitaron.

—La hija del Rey Justo está muerta.

—¿De qué hablas? –exclamé furiosa.

—Encontraron sus restos carbonizados hace años en la casa de ese maestro de esgrima tan inútil que tenía.

—¡No era inútil! –grité–. ¡Y era mi maestro!

—La chica está muerta –espetó rabioso y apretó los puños–. Encontraron su cadáver. Y aunque esa niña siguiera viva, tú estarías muy lejos de ser ella. Eres un chico.

—¡Eso pretendía el día que me escapé! ¡Cambiar de identidad! ¡Estaba asustada, mis padres acababan de morir y medio reino quería engañarme! ¿¡Qué queríais que hiciera!? –Philip esbozó una sonrisa de suficiencia, pero me hizo muy feliz poder quitársela de la boca en cuanto dije—: ¡Los quince reinos van a hundirse en el lodo como sigas reinando! ¡No sucedía una guerra civil desde hace ciento cincuenta y tres años y casualmente cuando tú asciendes al trono, ocurren tres! ¡Y actualmente sigue en pie una de ellas y tú estás aquí bebiendo un vino que solo te va a atontar más de lo que ya estás, por no mencionar que eso es imposible!

Se le tensó el rostro y durante uno segundos, la sala entera se centró en cómo Philip y yo nos fulminábamos con la mirada.

—Como rey misericordioso que soy, no voy a mataros. Guardias, echadlos.

Varios soldados se acercaron a nosotros y antes de que pudiera sacar la espada, dos ya me sujetaban los brazos. Forcejeé y tuvieron que traer a otros dos guardias para que me cogieran de las piernas.

—Si vuelves a acercarte por aquí, no habrá piedad que valga.

—¡Soy la reina! ¡Hay gente que me conoce y puede corroborarlo!

Grité los nombres de algunas personas que había reconocido en la sala, pero todos miraron hacia otro lado, avergonzados. No dejé de chillar hasta que los soldados me tiraron al camino de tierra a la salida. Cerraron las puertas, pero aun así me acerqué a ellas aporreándolas y gritando:

—¡Ese hombre es un farsante! ¡Yo soy la heredera de los quince reinos! ¡Si no me hacéis caso todo se va a desmoronar! ¡Escuchadme!

Seguí así durante unos minutos. Kenny me puso la mano en el hombro y susurró:

—Déjalo, Shundra. Habrá otra manera y la encontraremos.

—¡No, Kenny, esta es la única manera! –grité con lágrimas en los ojos–. ¡No hay otra manera! ¡Esto es lo único que puedo hacer para que los quince reinos no se vayan al garete! ¡Es lo único que...!

Pero de repente se me ocurrió una idea. Era arriesgada, parecía inalcanzable y no tenía ni idea de cómo iba a llevarla a cabo, pero si funcionaba, tenía asegurado mi trono.

—Ya está. –Por fin me percaté de que Sila y Voron habían llegado–. ¡Ya está! ¡Sé cómo vamos a conseguirlo!

Corrí hacia mi caballo y me subí lo más rápido que pude.

—¿Qué va a funcionar? ¿Qué estás haciendo? –preguntó Kenny.

—¡No hay tiempo que perder, hay que ponerse en marcha! ¡Os lo cuento por el camino!

—¡Pero si está anocheciendo! ¿No sería mejor que pasáramos la noche aquí? –propuso Yomar.

—¡No! ¡Tenemos que volver lo antes posible! ¡Corred!

Mi caballo empezó a cabalgar muy deprisa y oí a mis amigos siguiéndome. Aunque la alegría del momento pudiera resultar incluso incomprensible, no sería tan sencillo desarrollar la idea. Ni mucho menos.

Heredera #1Where stories live. Discover now