Capítulo 11

1.2K 103 3
                                    

Aquella tarde nos encontramos con muchísima ropa en el armario. También había una nota en la que decía que era un obsequio. Añadían que un grupo de hombres y mujeres se habían pasado la noche anterior trabajando en ellos y que esperaban que fueran de mi agrado.

Me puse el primer vestido que había usado estando allí y el segundo lo dejé sobre la cama. Cogí el resto y les dije a las chicas:

—Vuelvo enseguida.

Llegué a recepción y pregunté:

—¿Sabe dónde están quienes han cosido estos vestidos?

—En la planta -1, tercera puerta a la izquierda. Pero...

—Muchas gracias.

Fui al ascensor, que ya me había acostumbrado a usar y le di al -1. Llamé a la puerta y abrí sin esperar respuesta. Me encontré con un grupo de gente cosiendo con unas máquinas extrañas.

—¡Señorita Shundra! –exclamó una mujer ellas reconociéndome y todos se levantaron para hacer una reverencia.

—¿Es cierto que habéis estado haciendo vestidos para mí esta noche? –pregunté. Asintieron, temerosos.

—¿No le han gustado? Podemos hacer más... —respondió un chico, que solo me sacaría un par de años.

—Son preciosos. Pero no puedo aceptar tanta hospitalidad. Si os habéis pasado la noche cosiéndolos, deberían ser para vosotros.

—Pero, señorita Shundra... —comenzó a decir una chica.

—¿Quién ha cosido este? –pregunté levantando un vestido. La chica más joven levantó la mano y me acerqué para dárselo–. ¿Y este?

Poco a poco, todos cogieron su respectivo vestido y algunos incluso se llevaron más de uno.

—Lucidlo en alguna fiesta, vendedlo o regaládselo a vuestros conocidos. Lo que hagáis con ellos me trae sin cuidado, porque ahora son vuestros.

Todos empezaron a agradecérmelo atropelladamente, pero enmudecieron cuando hablé:

—No tenéis que darme las gracias por nada en absoluto.

—Señorita Shundra... —dijo la primera chica que había hablado cuando entré–. Será una reina magnífica.

Con una sonrisa me despedí de ellas y regresé a las habitaciones.

—¿Qué has hecho? –me preguntó Laver cuando llegué.

—Nada especial –contesté.

Como les había ordenado, los cinco soldados y Meryse estaban a las puertas con seis caballos, cuatro de ellos a las riendas del carromato más grande que había visto nunca.

—¿Pero el carromato no disminuirá el ritmo? –pregunté.

—No se preocupe por eso, señorita Shundra –explicó Meryse–. Como prometimos las nuevas tecnologías les hemos administrado a los caballos un suero para que corran mucho más rápido y que no se cansen. El carromato está repleto de provisiones para el viaje a parte de toneles llenos del suero que tanto yo como los soldados les iremos administrando.

—Perfecto –contesté–. Ahora tengo que hablar con vosotros seis. Y lo que os voy a decir no podréis olvidarlo, ¿vale?

—Sí, señorita Shundra –dijeron a coro los cinco y se pusieron en línea delante de mí.

—A esto me refiero. No quiero que me veáis completamente como a una jefa. También quiero que me veáis como a una amiga con la que podéis contar si necesitáis cualquier cosa. No quiero más "señorita Shundra" ni que me tratéis de usted. Me llamo Shundra y así me llamaréis, ¿entendido?

Heredera #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora