Capítulo XI

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Una pareja de niños jugaban a alimentar a los patos en la orilla de un estanque; ella con un coqueto vestido color rosado pastel, él con una camisa de mezclilla y pantalones claros. Se veían tan tiernos, eran como una versión en miniatura de las parejas que habitaban el parque. Amor no podía definir qué era, no podía ponerle nombre a lo que cosquilleaba en su interior, pero sabía que aquellos niños eran y seguirían siendo muy importantes el uno para el otro con el paso de los años.

Lo había estudiado, había sido un paquete de lecciones poco comunes que había recibido hacía mucho tiempo. La mayoría de las personas eran asignadas a sus almas gemelas alrededor de los trece y dieciocho años. Pero aquella era una conexión que estaba destinada a pasar desde que los niños habían sido concebidos, algo que lamentablemente traería problemas si no se sabía manejar de la manera adecuada, pero aun así con los mejores resultados del mundo; era amor infantil, el más puro de su clase.

La pequeña niña se sentó en el césped para dar a comer a los patos de una forma más cómoda, el niño la imitó. Amor sabía que aunque aquel amor era el más puro de todos, necesitaba de una pequeña ayuda que podría proporcionarle los polvillos; sin ellos, sería más difícil.

Amor miró a ambos lados para asegurarse de que nadie la veía, aparentemente, así era. Con sólo visualizarlo, una montañita de polvillos color violeta apareció en su mano. Se levantó cuidadosamente del banco en el que se encontraba y caminó los pasos que faltaban hasta donde estaban los niños, volvió a mirar a su alrededor y sopló, de modo que los polvillos cubrieron a la pequeña pareja.

Ellos no iban a sentir el cambio, ya que después de todo, los sentimientos estaban escondidos muy adentro de ellos. Los polvillos sólo ayudarían a que las cosas en el futuro fueran un poco más fáciles para ambos, el resto quedaba de parte de los dos.

En su cuenta, ya iban diez parejas a las que había juntado gracias a esos instintos tan acertados, según ella.



Cuando volvió a la casa de Jordan, y dejó su copia de las llaves sobre la mesa, encendió la laptop de él, decidida a buscar más información de Esmeralda Blake, tenía la necesidad de saber más de aquella mujer.

Ya llevaba una semana en casa de Jordan, una semana de dormir entre sus sabanas mientras el insistía en que estaba bien durmiendo en el sofá, una semana de salidas a diferentes y hermosos lugares, su mejor semana en todo el tiempo que llevaba allí. Aunque también se sentía culpable por cómo estaría su padre, y no estar haciendo nada para ayudar a lo que fuera que estuviesen pasando sus amigas.

En internet no encontró mucho; la misma historia de una mujer perfectamente normalmente que simplemente dejó de serlo un día para caer en brazos de la locura. Había páginas y relatos que afirmaban que era una hermosa mujer de piel oscura, otros que afirmaban que era imposible que Esmeralda hubiese dado a luz a un bebé cuando no había registros de ella en ningún hospital de la ciudad.

Frustrada cerró todas esas páginas que no le decían nada importante, no sabía qué era pero algo, quizás su instinto, le decía que era realmente importante saber quién había sido Esmeralda Blake. Si seguía así las únicas respuestas que conseguiría sería si lograba que la Doctora Moore le dijera todo lo que sabía.

En algún lugar del mundo debía haber polvillos para eso.

Recordó de pronto que los jeans que llevaba eran los mismos con los que había llegado a la Tierra, y tanteó en sus bolsillos a ver si encontraba lo que buscaba, le había parecido ver...

Sintió el papel entre sus dedos y sacó y desdobló el mapa sobre la mesa, rápida y cuidadosamente para que no le pasara nada. Allí, a cinco cuadras del apartamento de Esmeralda, encerrada con un círculo, se encontraba el Bazar Mágico.

La Promesa de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora