Capítulo XII

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Hey lectores, antes que comenzaran su lectura de este gran capítulo, quería desearles un muy feliz años nuevo y que este año 2017 sea un año lleno de prosperidad y felicidad para todos ustedes. 

Aprovecho también para agradecerles por tomarse su tiempo para leerme, a pesar de que a veces tardo meses para actualizar. Gracias por cada voto, cada comentario, cada vez que agregan mi historia en su lista de lectura... Todo eso me hace muy feliz y me motiva muchísimo, son los mejores. 

¡Gracias de corazón!


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Amor no supo exactamente qué fue lo que la hizo abrir los ojos, solo supo que cuando lo hizo, lo primero —y único— que vio fue que toda la habitación estaba cubierta de un brillo rojo. Su corazón se aceleró cuando comprendió que provenía del espejo.

Tomó el espejo de la mesa de noche de Jordan y este, para su decepción, dejó de transmitir la luz roja. Amor tocó el rubí del centro y apartó su dedo inmediatamente; estaba caliente. Estuvo a punto de volver a poner el espejo en su lugar cuando algo se reflejó en la pared gris que tenía en frente, ella no pudo evitar compararlo con un cine.

Como si fuera una película, una escena comenzó a tomar forma en la pared. No era una escena agradable.

Una gran cantidad de hombres en uniforme entraban armados a un edificio que se parecía mucho a la Base. Algunos rodeaban el edificio y otros simplemente se quedaban en la entrada sacaron a un anciano con la cabeza gacha que parecía estar en sus últimos momentos de su vida.

Como si el anciano supiera que Amor estaba viendo eso, levantó el rostro y a ella se le paralizó el corazón. Aquella mirada del anciano, no era cualquier mirada.

No había una mirada ni unos ojos como aquellos en el mundo. Y entonces Amor lo comprendió.

De alguna manera aquél era su padre. De hecho, si prestaba atención a los detalles se daría cuenta de que, en realidad, la escena estaba tomando lugar en su hogar.

La Base era inconfundible, solía pensar, cuando era más pequeña, que ese era como su castillo de juegos y ella era la princesa que se salvaba a sí misma con nada más que un arco y un carcaj lleno de flechas. Allí estaban los hermosos relieves de las puertas que, en espirales, terminaban dirigiendo la vista hacia la hermosa manilla de latón, aquella que sólo Cupido y sus descendientes podían abrir —y los trabajadores de confianza de su padre—.

Pero ese hombre que parecía un anciano había sido fácil de confundir a primera vista hasta que sus miradas parecieron conectarse. No podía haber un error, aquellos ojos no podían ser de nadie más. Prestando más atención, se daba cuenta de que si aquél era su padre entonces debía de haber pasado por algo muy malo para que tuviera ese aspecto; su cabello como el oro ahora parecía una maraña sucia y sin forma, su piel tenía un tono enfermo y su cuerpo estaba desprovisto de músculos, todo lo que quedaba era una masa de huesos.

Una lágrima se escapó de sus ojos. Ni siquiera se había dado cuenta de que tenía ganas de llorar, sentía que estaba más impresionada y estupefacta que dolida. No sabía nada de lo que estaba pasando y aquello le molestaba, no sabía qué había pasado con su padre y aquello le dolía, tampoco sabía que había pasado con sus amigas y aquello le molestaba y le dolía.

En la película, su padre, a pesar de verse casi sin fuerzas, comenzaba a forcejear con los hombres que lo tenían agarrado por los brazos. Intentaba zafarse de aquellos brazos musculosos con patadas, rasguños e insultos, y nada parecía funcionar. Hasta que alguien le asestó un puñetazo en el rostro.

La Promesa de CupidoWhere stories live. Discover now