Capitulo Tercero

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Víctor había estado encerrado en esa habitación solo dos veces en su vida, veces en que sus emociones le habían jugado en contra y su control pendía de un hilo: el día que recibió la noticia del asesinato de su padre y el día después de que falleciera su madre.

Respirando profundo observo que las cosas seguían como las había dejado cuando tenía quince años y su madre había partido a reunirse con su padre en las estancias de los Dioses Estrella. El pequeño libro de tapa gastada sobre la mesita de noche que su madre le leía, la cama con la cabecera dañada, los zapatos pequeñitos medio escondidos bajo la cama que le había dado su padre.

Como en aquel tiempo, estaba a la espera de que Lilia entrara en algún momento cuando el sol despuntara en el cielo y hablaría con él con su voz autoritaria y su mirada aguda.

No sabía porque volvía a recordar a su madre justamente ahora. No lo había hecho en más de una década y había supuesto que no lo volvería a hacer nunca más en su vida hasta que le tocara su tiempo de partir junto a sus padres.

Pero allí estaba, recostado en la mullida cama mirando el techo alto pintado con un cielo estrellado y recordándola.

Podía asegurar que su madre había sido una mujer hermosa porque todos aseguraban que no ha habido -ni habría- Joya más hermosa como lo había sido ella en todo el zenana. Él había heredado todo de ella: cabello, ojos, estatura, su presencia y seguridad.

Pero Víctor recordaba otras cosas más personales. Más íntimas.

Recordaba la calidez de su regazo suave, su aroma a primavera y la cadencia dulce de su voz cuando le hablaba sobre las constelaciones, de cuanto lo amaba y sobre su hogar de nacimiento en tierras que nadie llegaría a conocer jamás.

Víctor la recordaba etérea y hermosa. Perfecta y demasiado buena.

Su padre -el anterior Gran Rey-, el pueblo y el mismo; la habían amado profundamente. Y la habían llorado cuando se había ido.

"La pena se la llevo." Rememoro Víctor. "La consumió por años desde que mi padre murió en manos de los bandidos en su viaje de retorno de las Tierras Limítrofes cuando tenía seis años. Solo un guardia Gamma y un joven Alfa llegaron magullados y sedientos a las puertas de palacio. Mi padre les había dado la oportunidad de huir con su entrega.

>>Mi madre no lloro al ver al guardia ni al escuchar sus palabras, ella lo había visto y lo había sentido.

>>Sus visiones mostrándole el destino de su compañero como ya antes lo habían hecho con ella y conmigo.

>>Había llorado la muerte de su esposo refugiada en las sombras de su habitación la noche anterior junto a Lilia, quien había sido su dama de compañía y -para ese entonces- se había vuelto su familia por el matrimonio con el hermano del Gran Rey.

>>Y desde ese día, comenzó a secarse como una flor en tierra estéril.

>>Su vida evaporándose como las estrellas."

Su madre había sido una mujer con un don raro.

En ocasiones tenia sueños que la llevaban a saber que pasaría. Ella le había dicho que eran mensajes de los Dioses Estrella. Ellos le mostraron que solo tendría un hijo, su vientre se marchitaría y ella se dedicaría en cuerpo y alma en hacer de su hijo -Alfa- un heredero digno.

"—Tu destino, Maya Zvezdochka*— Le había dicho una noche, cuando la luna brillaba redonda y clara mientras él estaba acostado a su lado -una de las últimas veces- y ella le acariciaba el cabello pausadamente y apoyaba sus labios suaves en su frente—, esta donde las grullas anidan. Entre nieve espesa y mares congelados, rodeado de sedas adornadas y olor a hogar."

La Joya del DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora