Capítulo Séptimo

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Aun no amanecía cuando Yuuri despertó.

Estaba acostumbrado a que su día comenzara antes del alba y acostarse muy entrada la noche. En su tierra natal, el tiempo en el que se podía aprovechar la luz del sol eran momentos preciados por su corta duración. En Tierra Central el período donde el sol alumbraba era mucho más amplio y Yuuri se vio teniendo mucho tiempo de ocio antes de que el zenana comenzara a moverse con el despertar de los sirvientes y posteriormente de las Joyas.

Minami estaba abrazado a él como cada mañana. El menor gustaba de conciliar el sueño aferrándolo en un abrazo suave, escondiendo su rostro contra el pecho del mayor. Yuuri disfrutaba de acariciarle el cabello hasta que Minami se removía un poco y hacia un sonidito feliz parecido a un ronroneo para seguir durmiendo. Una sonrisa apareciendo en sus labios y Yuuri viéndose incapaz de despertarlo.

Ese día era el cumpleaños del Gran Rey y Yuuri estaba nervioso y ansioso a partes iguales. Era su debut como Joya dentro de pocas horas y eso significaba dos cosas: un solo de danza y estar frente a los ojos de todos.

Su traje había sido llevado a él el día anterior y Yuuri se había enamorado de cada pieza del conjunto. Se lo había probado a puertas cerradas; solo Minami, Seung-Gil y Lilia con el junto a cuatro sirvientas que lo ayudaron. La pedrería y la suave tela lo habían hecho sentir bello y emocionado. El traje era pesado, pero de una manera que lo hacía sentir reconfortado. Seguro.

Deseaba poder usarlo pronto.

Yuuri miro por sobre su hombro y descubrió que el cielo aún estaba de un profundo tono oscuro. "Aún no amanece", pensó Yuuri y un vacío en el estómago le hizo percatarse del hambre que sentía. Soltando un suspiro mientras sonreía, se separó lentamente de Minami para no despertarlo. Iría a buscar algo a la sala donde las sirvientas dejaban fruta fresca y volvería. Un paseo corto que nadie notaría.

Envolviéndose en una bata de seda y andando descalzo, salió silenciosamente de su habitación. Había aprendido que andar descalzo era la mejor forma de evitar hacer algún ruido que alertara a los guardias que resguardaban las puertas del zenana. Aunque las Joyas tenían libertad dentro del zenana, el toque de queda era respetado de manera estricta, el descanso era velado y cuidado como una forma de cuidar de la salud y la belleza de cada Joya. Y Yuuri encontraba mucha razón en ello, había visto de primera mano lo que la abstinencia de sueño y el poco descanso podía provocar en las personas.

Guiándose con una mano sobre la muralla mientras bajaba la escalera que se encontraba a oscuras a esas horas, Yuuri pensó en las cosas que habían pasado en un solo día desde la llegada de la comitiva. Había recibido un nuevo presente la mañana anterior: un velo bordado de precioso tono azul. Yuuri se había dado cuenta que el Gran Rey era un hombre de decisiones y que no se andaba con rodeos sobre sus intenciones con él, todos sus regalos estaban siendo realizados en los tonos de la Casa Real y Yuuri se sentía profundamente alagado.

Llegando al descanso de la escalera, camino con cuidado hasta la sala donde estaba la mesa dispuesta con fuentes con fruta fresca, selecciono un poco que lavo y dejo en un platito de cerámica que se llevó consigo para sentarse en un diván que daba al río principal de Gran Capital que era por donde amanecía. Se sentó allí, observando tranquilo hacía el exterior, dejando que los colores cambiarán anunciando la salida del sol y el comienzo con ello de un nuevo día.

Disfrutaría de la vista antes de volver a su habitación. Aún estaba oscuro afuera, pero se podía comenzar a ver el halo anaranjado del cielo en el horizonte, las nubes tomando el tono más claro hacía el este.

No supo cuánto tiempo estuvo allí, comiendo granos de uva y brevas maduras, el sabor dulce de la fruta relajándolo mientras escuchaba a los primeros comerciantes darle vida al mercado. Recogió sus piernas bajo su cuerpo y cubrió sus pies descalzos con la tela de la bata, hasta que en un momento escucho a alguien bajando las escaleras por el ala oeste del zenana con pasos apresurados, girando el rostro vio a Yurio que se detuvo de golpe al verlo, un gesto de dolor en el rostro. Caminando a paso rápido, el menor cruzo la estancia, llegando a su lado y dándole el tiempo justo para que Yuuri levantara el platito con la fruta que le quedaba, antes de que Yurio recostara su rostro contra su regazo y se hiciera un ovillo en el espacio vacío del diván.

La Joya del DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora