El cuarto de los recuerdos.

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Jimin caminaba con dificultad por aquel pasillo. Apoyándose de la pared, se movía hacia la oscuridad. Había querido darse vuelta un par de veces para ver a Jungkook pero sabía que eso iba a empeorar las cosas.

Sólo quería, si en serio estaba destinado a morir esta noche, despedirse adecuadamente de él y, si era posible, tener una conversación normal. Esto último era uno de sus más grandes deseos, aunque para otros eso fuera lo más sencillo e insignificante del mundo.

No recordaba exactamente cuando fue la última vez que intercambiaron palabras con normalidad. Pero tenía la certeza de que había sido hace mucho-muchísimo-tiempo. Muchas veces, durante todos esos años, se preguntaba por qué él había cambiado de un día para el otro.

Antes de deprimirse y culparse de ello (siempre había pensado que él era el causante de todo este infierno), su mente viajó a los primeros años en los que los dos habían sido muy felices. Su corazón se llenó de un sentimiento muy cálido al imaginar la sonrisa inocente del Jungkook de 8 años. Dibujó en su cabeza lo que recordaba de él; del angelito.

Sus manos, sin duda, habían sido muy pequeñas (más que las de él) que le costaba mucho agarrar apropiadamente una taza. Siempre terminaba derramando un poco de leche chocolatada y siempre terminaba siendo regañado por mamá. Sus ojos siempre brillaban. Parecían dos esferas de cristal; dos estrellas, que podían iluminar la noche entera (O al menos eso hacían en el mundo de Jimin). Y sus risas (oh, sus risas) eran hermosas melodías para los oídos de Jimin. Eran tan contagiosas y, a su vez, tan encantadoras que derretían el corazón del mayor.

Dejó que una sonrisa se apoderara de su rostro. Deseó, con todas sus fuerzas, que regresara el Jungkook de ese entonces; el dulce y santo Jungkook de antes. No es que no lo amara ahora, de lo contrario, seguía amándolo con toda su alma. Sólo quería que a veces él fuera más delicado y tierno, ¿era eso mucho pedir? Pues al parecer sí.

Una risa escandalosa interrumpió sus recuerdos. Desde lejos se lo escuchaba a Jungkook reír como un loco. Reía tan fuerte y descontroladamente que no pudo evitar que se le pusiera la piel de gallina. Eso hizo que despertara de su sueño.

Para su sorpresa, se encontró con que había caminado sólo la mitad del camino. Empezó a caminar más rápido, casi correr, sintiendo más presente e insoportable el dolor en todo el cuerpo. Recordó el golpe y, luego inconscientemente, pensó en el beso. Se tocó los labios suavemente y enseguida se puso rojo como un tomate. Rápidamente sacudió su cabeza porque sabía que el juego ya había empezado, pues la risa macabra de Jungkook sólo indicaba que algo malo se acercaba.

Cada vez más cerca, divisó la puerta que lo salvaría. Aquella se encontraba al final del pasillo, sumida en la completa oscuridad.

¿Si estaba tan oscuro, cómo es que sabía en dónde estaba? Eso era porque conocía muy bien ese camino como si fuera la palma de su mano. Había recorrido el pasillo todas las noches hacia esa habitación porque ahí era donde se escondía a llorar. Era una clase de consuelo.

Tanteó la puerta encontrando el picaporte y con mucho cuidado abrió la puerta. La luz que entraba por las ventanas era suficiente para divisar algunas cosas y no tropezar. Tomó una gran bocanada de aire y puso los pies adentro del cuarto cerrando la puerta tras de si.

Como decía el nombre, este era el cuarto de los recuerdos. Estaba lleno de los momentos de la vida de Jungkook. A la derecha estaban sus juguetes apilados en una montaña y en la izquierda estaban alineados, uno al lado de otro, todos los armarios que el menor había tenido en su vida.

La razón por la que tanto le gustaba esa habitación era- a parte de ser el cuarto más grande de la casa- porque prácticamente toda la vida de Jungkook estaba ahí y porque tenía muchos lindos recuerdos de ellos dos jugando en el piso de aquel lugar.

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