Epílogo

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"El ruido blanco en mi cabeza,
no se calmará.
Eres todo en lo que pienso"


Incluso ahora, aún después de tantos años de que aquello ocurriera, los recuerdos de todo lo que había vivido con mí mejor amigo y de como todo eso se había derrumbado siguen torturándome. Como si los escombros de todos aquellos momentos felices cayeran sobre mí una y otra vez para recordarme todo lo que he perdido. A veces el dolor es tanto que no puedo evitar largarme a llorar -aunque con todo lo que ha pasado estos últimos días, ya no sé cuál es el verdadero motivo de mí llanto-, deseando que con cada lágrima aunque sea una pequeña parte de ese dolor se vaya y que deje solamente los recuerdos felices. Esos son a los que me quiero aferrar.

No quiero llenar mi diario con una historia depresiva porque si, el dolor del pasado a veces es mucho pero así como viví cosas malas también han habido tantos momentos que han hecho que tanto dolor valiera la pena, que me han hecho crecer. Pero sentía que para poder darle algo de sentido a todo lo que pasó debía comenzar con eso, con el dolor de ese momento y todas las consecuencias que trajo consigo después. Por qué si todos los problemas que agobiaron tanto mí presente tuvieron algún inicio, ese fue precisamente el momento de la pelea de nuestros padres.

Y el momento en el que rompí la promesa más importante que alguna vez hice.

Nos mudamos a la ciudad en la que vivía mi tía tan solo unos días después de que mí padre me lo contara. En su momento traté de negarme con todas mis fuerzas, incluso amenacé a mí padre con encerrarme en mi cuarto y quedarme ahí hasta que él se fuera. Por lejos no era el mejor plan del mundo pero no sabía que otra cosa hacer para no alejarme de aquel lugar que era mí hogar. Porque no se trataba solo de que nos mudaríamos de casa. No, íbamos a dejar la ciudad y, con ello, nos alejaríamos de todo lo que habíamos vivido en ella. Tendría que dejar la escuela, papá debería dejar su trabajo; no solo eso, al irnos del pueblo también estábamos dejando atrás a mamá... y a Matt, a pesar de que le había prometido que estaría siempre allí para él. Es por eso que se sentía como si abandonara mi hogar, porque hogar es aquel lugar donde está la gente que amamos y que nos ama y al mudarme, estaba abandonando el recuerdo de mamá y también dejaba mí mejor amigo detrás.

¿Cómo esperaba papá entonces que aquella idea me pareciera lo correcto? Incluso ahora me es difícil no enfadarme por lo poco que hizo para que la transición fuera más fácil para mí, pero ahora que soy mayor -y con todo lo que ha ocurrido- creo que alcanzo a entender todo lo que lo motivó a tomar aquella decisión. Además yo tampoco fui muy cooperativo en ese entonces.

Los primeros meses después de que dejáramos la ciudad fueron duros y, aunque la tía Val hacía todo lo que podía por hacerme sentir lo más cómodo posible, no podía dejar de sentir que aquella nueva ciudad no era mí hogar. Ahora puedo reconocer que no debió haber sido fácil tratar conmigo en ese entonces, estaba enfadado y desolado y sentía que nadie comprendía mí punto de vista. Me sentía solo, como si a pesar de estar en toda una nueva ciudad llena de gente yo fuera la única persona sobre la tierra. Lo odiaba. Quería sentir que alguien podía entenderme, quería poder hablarlo con alguien. Quería que Matt estuviera allí para ayudarme a seguir.

Matt... ni siquiera había podido despedirme de él. La mudanza fue tan rápida y yo estaba tan desolado que no tuve tiempo para poder decírselo a Matt. De todas maneras creo que, luego de lo que me había dicho acerca de cómo estaba su padre, no habría tenido muchas posibilidades de acercarme a su casa sin terminar empeorandolo todo. Aquello solo me hacía sentir peor, lo estaba dejando de lado y ni siquiera podía decírselo. Lo estaba abandonando, y con él también abandonaba la promesa que habíamos hecho.

Todo eso fue la causa de que, cuando las clases comenzaron y yo me encontraba en una nueva escuela, mí actitud cambiara bastante. No estoy muy orgulloso de la forma en la que era en ese entonces y definitivamente me arrepiento de todos los problemas que le causé a mi padre.

Tarde mucho en entender que tampoco todo aquello era fácil para papá. Él, que no solo tenía que lidiar con el problema en que me había convertido sino que también tenía su propia carga encima. No supe ver en esos días el cambio que había surgido en él. Ya no sonreía, se veía mucho más pálido que antes e incluso -por lo que me contó después- tenía problemas para dormir. En ese tiempo yo estaba demasiado sumido en mi propio dolor como para ver que el cargaba el suyo.

Fue un día en el que parecía que las cosas ya no podían empeorar más en el que efectivamente lo hicieron. Papá tuvo un accidente, tuvieron que internarlo en el hospital. Nunca voy a olvidar el día en que mi tía vino a buscarme a la escuela y casi llorando me contó de la situación de mí padre y de como lo habían derivados a urgencias en el hospital. Yo tenía doce y mí relación con él estaba más que deteriorada, pero aún así cuando escuché las palabras de la tía Val sentí una vez más el mismo dolor que había sentido cuando se había ido mí madre y admití algo que hasta entonces me esforzaba en negar. Amaba a mí padre y no quería perderlo, no quería perder a nadie más.

Es curioso como a veces nos damos cuenta del valor que tiene alguien para nosotros solo cuando parece que estamos por perderlo.

Por suerte mí padre logró recuperarse, y a partir de entonces nuestra relación consiguió volver a la normalidad. Yo no quería perderlo y me había dado cuenta de que, al actuar como lo estaba haciendo, solo lo alejaba más y más de mí. Gracias al cielo el me perdonó por la forma en la que me había comportado y me confesó que el también había cometido errores y también sentía que me estaba perdiendo de la misma forma en que había perdido a mamá. Fue entonces que supe que fue ese el motivo de que nos mudaramos, el dolor que le causaba estar en aquella casa, en aquella ciudad era muy grande porque adónde sea que él veía también veía a mamá. Lo entendía perfecto, conocía el sentimiento.

A partir de entonces las cosas empezaron a mejorar, y poco a poco el dolor que en un principio sentí parecía volverse más tenue. Por supuesto ese no era el caso, el dolor no desaparecía para nada pero, conforme el tiempo pasaba aparecían nuevas cosas que hacían que ese mismo dolor fuera menos importante, cosas que me hacían más fuerte y que me llenaban de felicidad.

Así mí vida fue retornando a su cauce, mejoré en la escuela, conocí nuevos amigos -algunos duraron poco pero otros, los que incluso hoy siguen siendo de las personas más valiosas para mi, se quedaron junto a mí- y también logré, poco a poco, ir creciendo en ese que había sido mí sueño desde que era pequeño. La música, cantar.

Con ayuda de mí tía Val logré que me aceptaran en una academia de música, y aunque era difícil lidiar con ella y la escuela al mismo tiempo, no era algo que me iba a permitir abandonar. Aquél era mí sueño e iba a luchar por ser tan bueno como para conseguirlo.

Pero aún había otro sueño que tenía y que pensaba que nunca iba a poder cumplir, uno que tenía que ver con una promesa y con un chico de ojos marrones cuyo recuerdo siempre me hacía sonreír aunque al mismo tiempo me llenaba de tristeza, uno que a veces deseaba con tanto anhelo olvidar aún sabiendo que era imposible. Un sueño que, cuando cumplí 17, no tenía la menor idea de que estaba a punto de poder hacerse realidad.

Y de que iba a causarme tanto dolor y alegría como nunca podría haber siquiera imaginado.

Fin.

Wild | Saga Blue Neighbourhood [#1]Where stories live. Discover now