Infiltrado

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Hay muchas cosas abstractas que su cuerpo escupe en la cama. Su respiración, su aliento, su gemido, su calor, que ya era mío. Pero nada como ser incinerado vivo (aunque ya estaba muerto) por el acidulce de su mirada.

No hay cosa abierta que se pueda mantener así, delante de sus ojos negros. El espacio mismo se estremecía por la amplia oscuridad que yacían en ellos, y que irónicamente, como un chiste de la naturaleza, daban luz a mis días, que no eran suyos.

Fue ahí que entendí el porqué. No era una deficiencia visual, ni alguna enfermedad genética. La vida se encargó de hacer justicia, y puso, como si de algo sirviera, unos vidrios en cada uno, en misericordia al ser humano, por gracia inmerecida.

Pero no era suficiente, no. Su física presencia desafiaba las leyes naturales, atrayendo a todo lo que respirara en éste mundo. Ni su creador podía esconderla, por más ciega que fuere la gente, de los jugosos placeres de la carne que veían con el olfato. Por consiguiente, como quien arranca el mas bello y delicado pétalo de una rosa, ocultó su alma en el centro de una cebolla, atormentada por la ciento de capas, como si tuviera la culpa de su existencia.

Ojos han de ver para sufrir.

Mío y tuyoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora