Aretes de sol.

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|bruna en galería|







Realmente aquella idea había llegado más lejos de lo esperado. Eso era algo totalmente extraño. Alma tenía muchas ideas y pocas de ellas eran cumplidas. Como esa vez que en el campamento de la escuela quiso dormir sobre un árbol. Al día siguiente tuvo montón de picaduras y picazón por donde nunca pensó.


Alma era espontánea. O al menos intentaba serlo.


El primer recreo duraba sólo veinte minutos. Ella se encontraba en el patio de la escuela, al aire libre. Ahí fue donde dejó caer la tela color damasco con diferentes tipos de joyería. Muchas echas a mano o sacadas del baúl de su madre. Collares, pulseras, aretes y hasta calcomanías de las bandas del momento. Tal como lo había planeado, Alma había abierto su propio negocio. Le asustaba y también le gustaba.




—Quiero esos aretes.


—Dame dos calcomanías.


—¿Me das un juego completo?





Jamás lo imaginó. Sus joyerías eran bastante usados al parecer, y eso se hacía notar en las cinco ventas que tuvo en sólo diez minutos. Alma tenía una sonrisa tan grande que no cabía en su rostro. ¿Eso lo podía hacer Otto? Lo más probable es que sí, pero ella quería pensar que no.


Así mismo, fue este quien salió de la puerta trasera. Cuando vio a su hermana ahí, sentada como si nada y rodeada de gente que quería sus productos, realmente se sorprendió.


Alma seguía sorprendiéndolo.


Se acercó, ensuciando sus bototos. Y al tenerla en frente realmente no sabía que decir. Se dignó a tomar un par de aretes, en forma de sol.




—Los quiero —al decir eso, Alma lo miró confundido —Y espero que por ser tu hermano reciba un descuento.


—Primero, no. No hay descuentos —se levantó y se puso en frente de él. Era tan alto. Al menos tres cabezas más que ella. Otro punto más a su favor para que él se sintiera superior —Segundo. ¿En serio vas a comprarme aretes? ¿Qué moda sigues ahora?


—No te interesa. Y no son para mí —sacó de su bolsillo un billete y unas cuantas monedas. Dándoselas a su hermana le sonrió irónicamente —No creas que no me di cuenta de la joyería de mamá.


Alma frunció el ceño y le devolvió el dinero —Vale, es gratis. Ahora fuera de aquí, tengo clientes.


—No los suficientes.


—¿Me estás desafiando?


—Probablemente, sí.



1990.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora