Parte 4: "Desaparecer" (1)

499 46 12
                                    

Narra Angela:

—Hasta luego, señora Bruna, cuídese mucho.

—Tú cuídate más, linda. Yo estoy segura aquí, con mis amigos.

La tierna mujer de sesenta años me palmotea la mano derecha, con una dulce mirada y entrañable delicadeza. Es inevitable no sentirme mal por la madre de Fraise, quien cree que me llamo Anna. Lo único que me hace sentir mejor es saber que todavía recuerda a la perfección a la misma Fraise, quien le da un beso a su madre en la mano izquierda, se levanta del suelo y se limpia las rodillas.

—Listo, mamá. Nos vemos pronto —Sorbe por la nariz—, muy pronto. Compórtate, ¿de acuerdo?

—Claro, mi pequeña fresa.

La señora le manda un beso en el aire, que luego mi amiga coge imaginariamente y lo pone junto a su corazón. Salimos de la habitación, apenadas por tener que alejarnos, una vez más, de la pobre señora. Trato de ahogar las ganas de llorar.

—Ella estará bien, calma —le digo a la chica de cabello corto, acariciándole el hombro—. Créeme. Mejorará.

—No lo creo —Niega con la cabeza, sin dejar de llorar—. Sólo quiero que sea feliz.

—Y lo es. Mientras no sepa por qué sufre, no sufrirá. Si no lo sabe, no lo siente. Ella es feliz en su mundo, piensa en eso, Fraise.

Asiente con la cabeza.

Se me hace muy duro de digerir cada que veo escenas como estas. Fraise sufre por la madre que va perdiendo poco a poco, y yo sufro por la madre que no conseguí cuando niña, en los momentos en que más la necesitaba. Me duele muchísimo, pero en cambio, trato de hacer que mi amiga vuelva a tener esa sonrisa que la caracteriza, así como ella me alienta cuando frustro por alguna razón.

—Ven aquí.

Le abro los brazos para abrazarla y entregarle todo el afecto que puedo. Ella tiene que ser fuerte. No hay dolor que no se pueda soportar en esta vida, ¿no es así?

—¿Quieres que vayamos por chocolate?

Siento su sonrisa en mi hombro.

—Sí.

Nos alejamos y, sonriendo tristemente, nos vamos hacia el ascensor del hospital. Hay gente por todos lados, en especial ancianos caminando con sus bastones y enfermeras sujetándolos del brazo. Se me destruye el corazón. Sé que la gran mayoría de ellos han sido abandonados por sus hijos sin compasión alguna. Algunos no lo recuerdan, mientras que otros lloran todos los días por saber que, una vez más, nadie apareció. Se sienten inservibles por no haber conseguido la felicidad en una nueva oportunidad que se les presenta.

Entramos al ascensor.

—¿Puedes tomar café hoy? —pregunta Fraise.

—No lo creo. Mañana será un día en el que lo necesitaré con urgencia, así que todo el día estaré con aroma a café dulce.

—Entiendo. ¿Y sigues igual de nerviosa o...?

—Mis lectores me escriben diciendo que estarán presentes, que probablemente graben algún vídeo saludándome y lo manden para que me sienta más segura y cosas así. No sé cómo resultará todo.

—¿Y ya sabes qué responderás en cada pregunta?

—Sí.

—¿Y dirás en qué te inspiraste para tu última obra?

Trago saliva.

—Bueno... Diré que me inspiré en la historia de una conocida mía, nada más.

Di que me odias, por favor (DQMAP #2)Where stories live. Discover now