• d o s •

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m e t a s

Ella ya era brigadier cuando Ken llegó a la academia, y a veces, a los de su rango, les pedían que vigilaran a los soldados de primera clase.

Desde un principio, como todos, siempre lo subestimó. Se acercaba a él por defecto cuando los entrenamientos de piso entre el lodo y los obstáculos de alambres de púas eran muy fuertes. Ken tomaba la mano que le extendía, resignado, y se retiraba del circuito. Era una total vergüenza.

—Este no es lugar para ti —le decía Jordan, una y otra vez, sin siquiera dignarse a mirarlo.

Pero Ken no se iba a rendir: tenía una meta, un objetivo. Lograría lo que se propuso, y lo haría con honores.

Cuando decidió que el crepúsculo del amanecer era el momento idóneo para trotar por las mañanas— cosa que le ayudaba a aumentar su nula resistencia; fue cuando descubrió que la rubia también tenía esa rutina.

—Eres lamentable —lo molestaba ella, con una leve sonrisa, bajando su ritmo para que él no se quedara tan atrás.

Poco a poco, con el pasar de los días, llegó a recorrer los kilómetros que Jordan trotaba, con mayor rapidez, hasta que se le hizo tan fácil como respirar.

El circuito de los entrenamientos de piso ya no era un obstáculo, de hecho, incluso se convirtió en el más sobresaliente de los soldados de primera clase.

Jordan sonreía con orgullo y satisfacción.

Así fue como se conocieron.

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