• c a t o r c e •

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s u e ñ o s

Kentin no quería irse de la academia sin hablar una última vez con Jordan.

Era el penúltimo día de clases. La encontró detrás de un edificio, sentada entre las raíces altas de un enorme árbol. Dormía, pero su sueño se interrumpió cuando lo sintió acercarse.

—Eres demasiado ruidoso —se quejó, incorporándose. Kentin se sentó a su lado.

—Me voy.

—Me alegra —Jordan no lo miró al decirlo—. No perteneces aquí.

No perteneces a mí.

Kentin había escuchado demasiadas veces esa frase, pero esta vez, tenía un segundo significado implícito detrás de las palabras.

—Estoy satisfecho.

Se sentó en un hueco, junto a Jordan. Ella se acomodó de forma que quedaba apoyada en su pecho.

Era lo más cerca que estarían jamás.

— ¿Por ser una vergüenza?

Eres mi mayor orgullo.

No sabía por qué las palabras de la rubia estaban tan llenas de doble sentidos en esa ocasión.

Sin embargo, ella luchaba por no derrumbarse. La academia jamás volvería a ser lo mismo sin el escuincle con actitud de niña que otrora fuera su aprendiz. Al menos había hecho un buen trabajo… Kentin era ahora todo un hombre.

Pero eso nunca lo diría en voz alta.

—Te quiero.

Jordan ahogó una carcajada y se acomodó en su lugar.

Entre los brazos de Kentin, con el silencio como nana, se quedó profundamente dormida.

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