• c i n c o •

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p u n t u a l i d a d

A Jordan no le gustaba esperar, y gracias a eso, Kentin aprendió a ser puntual.

Si él no aparecía a las cuatro en punto de la mañana, se iba a trotar sola y no le importaba. Igual con los entrenamientos. Aunque en la academia todos eran igual de estrictos con eso.

Sólo una vez llegó tarde, y fue en la misma ocasión en la que llevaba un paquete entre las manos.

—Buenos días.

Kentin lo abrió, encontrándose un par de guantes negros, con aberturas en el dorso de las manos. Eran cortos, distintos a los de Jordan: completos y cerrados.

—No entiendo.

—He visto tus manos sangrando en algunos entrenamientos.

No había nada más que entender.

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