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El agua recorría el metal del cuchillo mientras lo enjuagaba, mientras la esponja recorría su filo, comencé a pensar nuevamente en aquel sueño. Las escenas asediaban mi mente como fogonazos, el dolor, la sangre, la oscuridad y la luz cegadora. Un calor proveniente de mi mano me hizo volver, noté un corte en uno de mis dedos, la esponja se había deslizado y el filo había cortado mi piel. La sangre comenzaba a caer junto con el agua, como un tinte rojo y oxidado que se deslizaba hacia las cañerías. Un ruido se instaló en mis oídos, un chirrido metálico hizo que me lleve ambas manos a los oídos, soltando el cuchillo que retumbó al chocar contra el fregadero.

¿Qué era aquella sensación? Sentía mi cabeza pesada, mis rodillas temblando, el lugar a mi alrededor comenzó a dar vueltas. Llevé mis manos bruscamente a la mesa, abriendo la herida y comenzando a sangrar nuevamente, el espacio a mi alrededor era borroso, apenas podía mantenerme quieta. Sabía que estaba temblando como condenada, que aquel dolor en la mano solo era camuflado por mi espasmos involuntarios. Lloraba, deseaba que aquella escena llegase a su fin, estaba al borde del colapso. Sentí ruidos, ruidos externos, comenzaba a tener pánico.

Alguien quería entrar, debía defenderme, no quería morir. Era tan cobarde que le temía a la muerte, a la única forma de escapar de aquel sufrimiento sin molestar a nadie. Los golpes en la puerta se intensificaron, tomé el cuchillo con la mano herida y la oculté tras mi espalda. Me sostuve de las paredes mientras avanzaba hacia la puerta, la única parte de la casa que veía claramente, un aura azul la envolvía mientras me acercaba. Sentía un viento frío chocar con mi cara, sabía que estaba dejando un rastro de sangre tras de mí, debía defenderme.

Había ingresado en un estado de autodefensa, por mi cabeza pasaban las imágenes de lo que estaba por ocurrir, abriría y le clavaría el puñal en la garganta. No importaba, no miraría, era demasiado cobarde para ver como otro moría. Lo atacaría, me defendería, sobreviviría. Llevé mi mano al picaporte, un calor invadió mi cuerpo, la adrenalina fluía como el sudor que bajaba por mi cuello. Girar y matar, dos pasos, solo necesitaba hacerlo. 

"-Mata-" rugió una voz en mi interior, una voz que siempre me daba miedo, pero esta vez parecía darme fuerzas para lograrlo. "-Despedaza-" canturreó una segunda, mi mano giraba lentamente el picaporte, solo faltaba tirar hacia atrás. "-Sobrevive-" declaró un coro en mi cabeza, me impulsé hacia delante mientras abría la puerta completamente. Estaba por atacar con mi cuchillo, solo restaba aquel paso, cuando sus ojos castaños me detuvieron en seco. "-¿Sucede algo?-" preguntó Nahuel con gran asombro ante lo que estaba viendo, no sabía que decir, me mantuve en silencio mientras no podía dejar de temblar.

"-¿Qué te sucedió?-" preguntó al notar la sangre que bajaba de mi mano oculta hacia el suelo, "-Me corté-" le respondí con voz quebradiza, estaba al borde de desmayarme, no podía entender como seguía de pie. ¿Cómo podía permitirme seguir luego de estar a punto de matarlo? Lo dejé ingresar, se apresuró a sentarme y tratar la herida, el ardor que provocaba su tratamiento solo servía para incrementar aquellas voces, pero me aferraba a la madera de la silla para no obedecerlas. Finalmente cuando terminó pude reincorporarme, el cuerpo aún temblaba, pero la sangre estaba contenida tras un buen vendaje.

Tuve la oportunidad de tomar mi medicina a escondidas, cuando él pasó al baño, al volver estaba más recuperada. Con pocos rastros de mi ataque anterior, parecía una persona completamente diferente. Nahuel había decidido visitarme por unos libros, se los presté con gusto, le agradecí su atención. Mi intención de sacarlo de la casa se hacía evidente, me disculpé por estar apurada, lo comprendió y besó mi mejilla. Aquel gesto me hizo estremecer, lo despedí y me encerré en mi soledad.

Corrí a mi cuarto, me acosté boca abajo, comencé a llorar por lo ocurrido. Mi enfermedad había estado a punto de quitarme a un amigo, a alguien que no podría reemplazar, mis lágrimas no bastaban para justificar tal acción. Comencé a rogar que aquel día se terminase, deseaba con fuerzas dormirme, dormir y no despertar hasta el amanecer. Pero el destino, el caprichoso destino, tenía otros planes para mi sufrimiento.

VocesWhere stories live. Discover now