Capítulo Uno: "Nueva sangre"

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Mis primeros recuerdos se remontan a la Taberna del Jabato, en la ciudad de
Kerval, donde Arturo, el tabernero, habitaba en el último piso junto al resto del
personal. Su humilde habitación tenía una cómoda cama, una mesa y una chimenea
que brindaba un agradable calor en las Frías noches de invierno. fue mi compañero
de habitación, amigo y guía.
Los días eran cálidos, salía junto con Arturo a comprar los bienes para la taberna.
Agua, verduras, carne, pan, cerveza y cebada. La gente en poco tiempo empezó a
creer que era el hijo de Arturo, pero no estaban equivocados del todo. Tan solo era
un crío al mando de él, pero el aprecio y cariño que me tenía se reflejaban en su
forma de dirigirse a mí. En las Noches la taberna se vestía de fiesta, las jarras
rebozando de cerveza se tomaban el lugar. Yo siempre estaba al lado de Arturo, lo
ayudaba a llenar jarras de cerveza y vino, escuchaba las increíbles y fantasiosas
historias de soldados y aventureros que pasaban por la ciudad.
La mayoría hablaban de una guerra, la más grande de todas, dónde millones de
vidas humanas fueron cobradas y pocos sobrevivieron. Tales frases como "la guerra
contra la magia oscura volverá", "ese crío que rescataron no es normal, debería
morir", "Las cenizas de la guerra se encenderán otra vez por ese niño" eran las más
comunes. Tras oír eso, fuertes dolores se apoderaban de mí, me retiraba a mis
aposentos a descansar, pero toda la información se quedaba dando vueltas en mi
cabeza.
A mis 8 años Arturo contrató a una tutora llamada Kiara, nuestra relación no era
agradable, pero me enseñó cosas básicas cómo sumas y restas, habla más
avanzada y aprendí a leer y escribir, aunque realmente no logré aprender mucho.
Las clases duraban desde después de almuerzo hasta la cena, a veces me
escapaba por la ventana, deslizándome por el tejado para refugiarme en la ciudad.
Me alimentaba de carne descuidada que estaban ahumando los carniceros para la
mañana siguiente, también bajaba al puerto en busca de pescado en el mismo
estado. Mi niñez quizás no fue lo mejor que se le puede dar a un niño, pero fui feliz
junto a mis amigos.
Hasta que un día, mi vida dio un vuelco. En la taberna, los sábados en la noche se
realizaban apuestas, asistían todo tipo de gente y se apostaba de todo, desde una
daga, hasta terrenos que valían miles de monedas de oro. Un verano, llego un
caballero, de alto rango, se distinguía por la ornamentada y adornada armadura que
portaba. Las pocas cosas que recuerdo es que: se adentró en una discusión con
Arturo, sus miradas se centraban en mí y dedos índices me apuntaban, tras una
apuesta que desconozco de qué era con Arturo, el caballero se río y dijo:
-Arturo, con tus recursos no puedes cuidar a un niño que merece una digna
educación, en cambio, en un entorno como el castillo, rodeado de soldados, recibirá
una educación y adiestramiento como soldado espectacular.

Su destino no es ser soldado, es ser buen mozo y educado, no un niño influenciado
por estereotipos bélico -Anunció enojado Arturo.
- Como sea, la apuesta ya está se ha realizado y he ganado, dame al chico, dijo el
caballero, disgustado.
- ¡No te lo voy a entregar, no es un objeto! -Gritó Arturo.
-Entrégalo ahora. -Dijo el militar, haciendo un ágil movimiento con la mano y
colocando su espada en el cuello del tabernero.
Arturo tembló de susto, se colocó pálido y me dio una palmada en la espalda para
anunciar que me vaya con él. Sus ojos se llenaron de lágrimas y se refugió en su
cuarto. Fue lo último que supe de él.
Cuando salimos de la taberna, una tenue lluvia empezó a caer. Estaba
desconcertado, tantas cosas sucediendo al mismo tiempo. Había dejado de vivir
con Arturo, mi destino era desconocido junto a ese extraño ¿soldado? ¿teniente?,
cada segundo me desconcentraba más de la realidad. Cuando estábamos cerca del
barrio alto de Kerval rompió el silencio:
-Mira, sé que fui un poco brusco en la taberna. Y también sé que estás bastante
desconcertado respecto a todo esto, pero... ¡Ah! ¡Se me olvidan mis modales! Me
presento, soy Ádoril, el nuevo general del ejército de los Reinos del Norte.
-Guardé silencio-
-Creo que fui un poco bruto cuándo te reclamé y te pido disculpas por aquello, pero
no estabas recibiendo buena educación, además sé quién eres, conozco tu pasado.
No debes estar rodeado de esa gente tan expuesto cuándo cualquier persona puede
asesinarte.
- ¿A qué te refieres? Desconozco lo que me dices. -dije, bastante confuso.
- ¿No lo sabes? -Dijo Ádoril desconcertado- bueno, será mejor que no lo sepas
todavía… -Anunció susurrando.
- ¿Y hace cuanto eres general?
-Bueno, no hace mucho, me enteré la noche antepasada. También supe, era un
poco obvio realmente pero bueno, que el general pasado fue destituido.
- ¿Y quién era el anterior? -Pregunté interesado.
- ¡¿no sabes?! Fue quien te resca... -se calló de repente- logró ganar la guerra.
-En la Taberna había escuchado de él, se llamaba ¿Harry?, no, no era así ¿era
Harold? Si, ese era, Harold.
-Sí, él era. Creo que para conocernos mejor deberías decirme tu nombre ¿no?
Nunca me había cuestionado mi nombre, siempre me llamaban “Chico” o “Niño”.
Arturo nunca se preocupó por eso, por lo que sólo pude responder:
-No poseo nombre. -Anuncié secamente.
- ¿Cómo qué no tienes nombre? Todas las personas tenemos uno, pero entiendo
tu caso… Tendré que pensar alguno, aunque creo que ya tengo el perfecto.
- ¿Cuál se te ocurre?
-Griffith te llamarás, y tendrás mi apellido, Droverson.
-Griffith Droverson, me agrada, Ádoril Droverson -Dije orgulloso.

Magia oscura "Cenizas de Guerra"Where stories live. Discover now