Capítulo 3 - Buenas Amistades

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Durante mi estado de shock, Judith me explicó algunas cosas más. Me dijo que ya no vivía en Argentina, y sí en España. En principio repetí las mismas bonitas palabras que antes; después pensé bien y tenía sentido ya que mis bisabuelos eran españoles que emigraron a Argentina. Me dijo que en esta época todas las mujeres iban prácticamente vestidas de los pies a la cabeza, que era escandaloso estar sin guantes delante de otra persona, sea esta mujer o hombre. Me contó que tenía que llamar a todo el mundo de "Usted, señor" y cuando poseían títulos aristocráticos, como duque, conde, marqués y etc, pues tenía que decir su título y después el nombre de la ciudad o de las tierras que eran dueños. Algo muy complicado, era más fácil llamar a uno por el nombre, menos mal que nací en los noventa y que en 2017 no hace falta estas formalidades. Escuché alguien llamar a la puerta y en seguida la abrió.

—    Señorita Basset, permiso. – dijo una chica pelirroja mientras entraba con una bandeja en las manos con un gran cubo de madera. Noté que salía humo y ella me miró. – Soy Holland, tu criada y acompañante, he venido a ayudarte a ducharte. – dijo mientras tiraba el agua caliente del cubo a una bañera de madera que antes no estaba allí.

—    Como que ayudarme a ducharme?

—    Es normal que las criadas ayuden sus señoras a ducharse, igual que los criados ayudan a su señor. También a peinarte, a vestirte, a todo... – dijo Judith, que ahora estaba estirada en mi cama.

—    Ni loca! – le respondí.

—    Perdón Señorita Basset? – me miró Holland sin entender. Entonces me acordé de que nadie podía ver Judith, solamente yo.

—    Nada, olvídalo Holland. – sonreí – Hum, no hace falta que me ayudes a bañarme, seguramente tienes cosas más importantes que hacer! – dije intentando que se vaya.

—    No señorita, mi deber es ayudarla en lo que me necesite. Estoy aquí para servirla. – contestó y pude notar que tenía un acento inglés.

—    Sabes que pasa Holland? – ella me miró – Viví mucho tiempo en Francia y ellos allí tienen la costumbre de ducharse solitos – mentí – Así que por favor, me ducharé sola.

—    Perdoname, señorita, no sabía eso. Pero después puedo ayudarla a vestirse o por lo menos con el peinado? – me suplicó – Es que mi único deber en esta gran casa es cuidarla, y si no lo hago, me aburro muchísimo

—    Vale – dije una de las palabras que más usaban en España.



Entre en la bañera y el agua estaba muy caliente, cosa que me encantaba. De chiquita en el invierno, mi madre me duchaba en la bañera de casa con el agua tan caliente que las yemas de mis dedos salían arrugas. Recordar a mi madre me cerró la garganta y tenía ganas de llorar. Sé que desde la muerte de Stefano, o Yeyo como le decíamos, cambie mucho. No quería aceptar que mi hermano, mi mejor amigo ya no se despertaría. Ya no nos pelearíamos por tonterías, entonces me cerré en mi mundo y eso causó mucho daño a la gente que quería. Sé que me quieren ayudar, quieren que hablen con ellos pero me siento mejor así. En mi burbuja, sin importarme nada ni nadie.

El jabón era en tableta y tenía un fuerte olor a limón. Pasé por todo mi cuerpo y pelo; que obviamente quedó echo mierda, sin hidratación pero limpio. Me sequé y la verdad no tenía ni idea de qué ponerme así que toqué una pequeña campana que había al lado de mi cama y rápidamente golpearon en la puerta. Era Holland.

—    En que puedo ayudarla Señorita Basset? – me miró.

—    No sé que ropa ponerme. – la miré - Lucía... quiero decir, mi madre me dijo que hoy nos visitaría una señora St John, no sé que tipo de ropa debo vestir. Me ayudas? – la miré

En Otra ÉpocaWhere stories live. Discover now