7. Rebecca.

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Me detuve a observar la fachada de la casa dónde Harry se detuvo. Era pequeña, pero aún así muy hermosa. Las paredes eran blancas, las puertas y el tejado eran de un color azul marino muy oscuro. Los detalles de las puertas eran de color dorado, reluciente. Parecía una de esas casas que moldean para los pasteles. Quién lo diría, yo estaba en la puerta de la casa del chico más codiciado del instituto, cualquier chica moriría de envidia. Reí para mis adentros al pensar en eso. A veces puedo ser tan patética.

-¿Piensas quedarte allí tragando lluvia toda la noche o vas a entrar?- gritó el rizado desde la puerta. Me acerqué con una risa irónica.

Observé el interior de la casa, mientras que Harry se ocupaba de colgar las llaves y encender las luces. Me sorprendí bastante al ver el lugar. Era todo lo contrario de lo que imaginé. Pulcro y ordenado.

-¿Entonces nos iremos ya?- pregunté apresurada.

-¿Acaso tienes miedo?- me miró de manera insinuante.

-¿Miedo a ti? Por favor. No seas iluso, y vámonos.

-No pienses que vas a subirte así, mojada a mi auto. Aunque, de todas formas, conmigo como compañía, seguramente mojas el asiento- giñó un ojo y se alejó de mí, dirigiéndose a quién sabe dónde.

Me acerqué a una especie de mesa alta dónde se encontraban porta retratos con fotos de Harry de pequeño. Solté una risita al ver una foto dónde Harry, de pequeño tenía un corpiño y sonreía, divertido. Qué adorable y lindo era, ¿qué le pasó?

-¿Qué no te han dicho que las cosas ajenas no se tocan?- me sobresaltó la voz ronca de mi acompañante. Pegué un saltito y devolví a su lugar la fotografía.

-Toma. Ponte esto- dijo entregándome un pantalón deportivo que al parecer, a él le quedaba chico, una remera de mangas cortas, y un buzo que a mi me quedaría de vestido.

Sin dudarlo fui a la habitación a dónde Harry me guió y me cambie. Moriría de hipotermia si seguía con mi vestido plomo, completamente empapado. Salí y me desesperé al no encontrar a Harry, pude jurar que había sentido su presencia caminar cerca de mí mientras me cambiaba, del otro lado de la puerta. ¿Dónde diablos se había metido?

Y entonces abrí una puerta que quizá no debería haber abierto. Allí se encontraba él; con el torso desnudo y su sonrisa que decía ''Vamos nena, sé que te mueres por tocar mis abdominales''. Llevé mis manos a mis ojos de forma infantil. Entreabrí mis dedos, y lo miré nuevamente. Debía admitir que su cuerpo parecía tallado a mano por los mismísimos dioses.

Oh esperen, Charlotte se metió en mi cuerpo o algo así. Yo no dije eso, no no y no.

-Veo que tampoco te enseñaron a tocar la puerta, gatita. Pero te entiendo, no puedes resistirte a ver esto. ¿Verdad?- rió.

-Estas...- iba a decir desnudo, pero las estúpidas palabras no salían de mi boca.

-¿Irresistibe? ¿Hermoso? ¿Perfecto?

-Horrible- dije- Horrible es la palabra- dije por fin, desapareciendo de la habitación.

Luego de cinco horas, -o al menos eso me pareció-, Harry salió de la habitación. Sí, esta vez tenía ropa. Su inconfundible perfume podía sentirse a metros de distancia.

Soltó una carcajada que me incomodó.

-Te ves patética con esa ropa. Enserio, deberías verte-rió sin parar. Le dediqué una mirada fulminante y luego de unos largos segundos, se detuvo. Por fin.

-Genial. ¿Nos iremos ahora?

-Tranquila cariño, la noche está en pañales- dijo echándose sobre su sofá.

Bueno, creo que me secuestraron. Papá te amo, no sé que será de mi esta noche, pero recuérdame como la hija ejemplar que no entraba a casa de adolescentes que conoció hace una semana. Sí, tal vez, estaba exagerando un poco.

RudeBoy |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora