T R E S

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La vida no era fácil a los doce años.

Su madre comenzó a tener novios. Estaba bien para Ofelia, qué su madre consiguiera él amor.

Pero su madre no conseguía el amor.

Conseguía marihuana y más alcohol, conseguía moretones en sus mejillas o conseguía un hombre qué no quería a Ofelia y le pedía a su madre qué la diera en adopción o la entregará a su tía.

Ofelia siempre los enfrentaba y les gritaba. “Mi madre jamás hará eso. Ella me ama. Ella jamás me entregaría a tia Perla.”

Ofelia pensó en suicidio por primera vez cuando se dio cuenta de lo equivocada qué estaba.

Suicidio. La palabra pesaba en su boca. Antes de qué su padre la abandonará, su familia iba a la iglesia. Suicidio es pecado, profesaban. Matarte a ti mismo. Ofelia quería gritar. ¿Y qué si no quieres vivir? Ellos decían qué la vida es algo qué Dios te entregaba y no podías simplemente quitartela. Pero, ¿donde estaba Dios cuando Ofelia trataba de dormir por las noches, escuchando la cama del cuarto de su madre rechinar y gemidos? ¿Donde estaba su Dios, cuando la madre de Ofelia se drogaba tanto qué ni siquiera la reconocía? ¿Donde estaba su Dios cuando Ofelia sufría dia tras día?

La muerte parecía compasión.

Ofelia comenzó a sentir algo. Una comezón en el pecho.

Se dio cuenta qué era resentimiento.

Ofelia no lo pensó más. Sólo lo pensó cuando le dieron las noticias y cuando esas noticias se realizaron. Ofelia se asusto de ella misma. Recordaba mirar los cuchillos de la cocina y mirar sus brazos. Se estremecia, y la idea le dolía sin siquiera haber hecho un movimiento.

Ella calló ese sentimiento de querer morir mientras su tía pasó un buen tiempo criticandola con su marido. No quería darle otra excusa para vociferar qué todo era culpa de su madre, qué la crió mal. Esa era su manera de desahogarse, pensaba Ofelia. Era su manera de desahogar todo lo qué pensaba de su madre, y cómo ella no le hacía caso, criticaba a Ofelia.

Ofelia pensó qué odiaba más a su tía qué a los novios de su madre.

Es decir, los novios de su madre eran extraños. No debían por que importarles Ofelia.

Pero, ¿su tía? Era su familia. Y sin embargo, actuaba cómo si simplemente hiciera todo eso porqué era lo qué la gente esperaba de ella. Para alardear de su caridad. Cómo decir “oh, vaya, sí, mi hermana es una alcohólica y estamos criando a su hija.”

La hacía limpiar, cocinar, cuidar de sus niños y esperaba qué no se quejará, que agradeciera en cada momento su simple existencia, y cuando la noche descendía, abría la boca para quejarse de ella con su esposo.

“Ofelia” había susurrado una vez uno de sus primos. “Están hablando de ti”

“Déjalas qué hablen” había respondido Ofelia. Entrecerro los ojos y apretó las manos en puños. “Un día me iré muy lejos. A un lugar donde jamás vuelvan a verme. Y espero qué se arrepientan.”

Ofelia ignoro la pequeña vocecita qué le decía qué eso sonaba mucho cómo a la muerte.

OfeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora