Día 1

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Ahora que estoy en esta habitación, atado a las sábanas de la camilla, puedo observar el parque que está más allá del jardín de este hospital. Veo que los niños juegan unos con otros, como si no hubiese sucedido nada de lo que mis ojos ya gastados por los años han tenido que ver. Algunos de esos niños que se cuelgan de los brazos de los árboles nacieron después de la atrocidad, otros eran tan solo unos bebés que fueron bendecidos por la fortuna de la vida. Pero aquellos que podemos recordar con precisión cada momento de aquel infierno, aquellos que traemos las cicatrices en nuestra piel, son aquellos adultos y ancianos como yo. No hay ninguno de esos adultos jugando con los niños, ni siquiera los cuidan de los accidentes. Todos se esconden del propio pasado que vienen cargando, viendo aquellas imágenes que fuimos capaces de contar. 

Algunos de los que vivimos ahora en este pequeño pueblo hemos llegado aquí destrozados. Algunas familias completas se instalaron en aquellos años de caos, otros lo hicieron solos, apenas con las extremidades de sus cuerpos unidas al tronco. Parejas, niños, ancianos, todos ellos sucios, hambrientos, sedientos. Uno que otro llegó aquí tan solo para ver su muerte. Aparecieron también personas con heridas abiertas, infectadas, otras eran heridas de muerte. No habían medicamentos y el pequeño hospital no se daba a basto con todos los que venían huyendo de su propio infierno. 

No puedo decir con seguridad qué día es hoy, pues hace meses mi cuerpo está atado a esta cama y nadie se ha tomado la molestia de decírmelo. Tan solo sé que nos encontramos en algún punto del año 1960, tal vez en diciembre. No sé qué tan grave me encuentro de salud, pero he escuchado cosas por los pasillos. Me siento que mi vida está llegando a su fin. No tengo temor alguno, aunque me hubiera gustado que las cosas fuesen distintas. Últimamente, cuando he sentido que las fuerzas me abandonan, puedo recordarlo todo. Son imágenes que corren a gran velocidad y me muestran cosas que había olvidado. No puedo dejar de pensar en aquel tiempo durante 1945, cuando el infierno nos inundó a toda la ciudad y especialmente a mí. Lo que vi bajo tierra, lo que escuché en aquellos túneles son las pesadillas que me persiguen con furia incluso cuando me encuentro despierto. Escribo esto observando a los niños que juegan, y estas imágenes siguen corriendo por mi cabeza y todo tiene más sentido para mi. Escribo esto por que lo que viví merece ser leído y por que esta historia me aprieta de la garganta casi estrangulándome. Puedo sentir sus dedos sobre mí, enrollados en mi cuello. 

Era en 1945 cuando vivía en Dresde, Alemania. A pesar de que la guerra había dejado destrucción a su paso, las personas de la ciudad podían salir a las calles más seguido. Había llegado la noticia que la guerra estaba llegando a su fin. Las tropas Alemanas se habían debilitado y todo estaba por tener un cierre muy próximo. Debo decirlo, se respiraba en el ambiente un poco de esa paz que se había perdido desde que todo comenzó. En el centro de Dresde conocía a un viejo amigo que era un total aficionado a la guerra. Era de esos tantos que vivía su día a día buscando noticias nuevas sobre quién atacó a quién, cuándo, dónde y cómo había resultado todo. Aunque yo no fuese un partidario del asunto, siempre era interesante ir y sentarse a escuchar las nuevas que Arthur me traía. 

Recuerdo que esa tarde Arthur tenía un vinilo reproduciendo en el gramófono que solía esconder en el ático cuando nadie lo estaba escuchando. Con "nadie" me refiero solamente a él. Arthur era ya un anciano que se había quedado sin familia debido a la guerra. Su hijo se había enlistado en el ejército y su esposa había muerto tras un bombardeo. Nunca lo pregunté, pero siempre quise pensar que aquello había afectado a Arthur de tal manera que su obsesión por la guerra se había convertido en su hobbie favorito. En el gramófono se escuchaba la bella voz de una mujer que cantaba una melodía que no recuerdo, pero sé que era demasiado bella y tranquila. No era capaz de poner atención a la letra, pero lo sabía, era totalmente hermosa. 

—No puedo creer que después de todos estos años, las cosas vayan a terminar de esta manera. —Escuché a Arthur decir, mientras me sentaba en una pequeña silla de madera—. Ya no hay emoción, no hay nuevos encabezados, las cosas se han estado enfriando poco a poco. 

La última vez que te vi con vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora