Día 8 (Parte II)

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Lo vi debajo del umbral. De nuevo con aquella máscara que me daba escalofríos y aquella ropa militar sin identificación. No estoy seguro qué sentí cuando lo vi de nuevo ahí, respirando el mismo aire que yo, viéndome desde la puerta, al acecho. Sentí que había retrocedido el tiempo y la agonía iniciaba de nuevo. Que iría a por la cazuela pequeña y la levantaría contra mí otra vez y se iría otras tres noches más. Tal vez había vuelto para terminar lo que el hambre y la sed habían empezado. Me hubiera lanzado a los gritos, maldiciéndolo y atacándolo con mis preguntas, pero justo ese octavo día, mi cuerpo no podía levantarse de la tierra. Le observé, con los ojos entre abiertos y cerrados. La puerta se cerró detrás de él, haciendo eco en la cueva. Sus pesadas botas se dirigieron hacia mí hasta que las vi justo por frente a mi nariz. Hubiera podido aplastarme la cabeza con sus pesadas botas y darme por muerto y yo no habría hecho movimiento alguno. Recuerdo que mi vista se estaba yendo de mi cuerpo. La visión comenzó a tornarse cada vez más opaca, hasta que solo podía ver su silueta parada sobre mi. De nuevo, era tan solo una silueta.

Sentí un par de brazos que se pasaron por mi pecho y me tiraron hacia arriba. Yo ya era casi un peso muerto que era elevado de la tierra. Escuché luego la cadena moverse, hubo un sonido de rompimiento y luego se calló. Mi tobillo se sintió libre de su atadura y entre mi inconsciencia comprendí que me movía de lugar. Mi estómago estaba apoyado en su hombro y mi cabeza colgaba, agitándose con el movimiento. Uno de sus brazos me sujetaba rodeándome el tronco hasta la espalda. Mi humanidad se había convertido en un costal de papas. Escuchaba los pesados pasos de sus botas militares andando por el suelo. La poca luz que entraba por mis ojos  dejó de existir y caí en una profunda oscuridad. Pensé que al fin había caído desmayado o tal vez muerto, pero mis oídos seguían escuchando los pasos de esas botas pesadas. Habíamos abandonado la cueva y yo no supe que pensar. En ese momento por mi cabeza solo se me cruzó hacia dónde nos dirigíamos, un pensamiento que se convirtió en una pregunta y dicha pregunta salió de mi boca con palabras diluidas en sonidos de balbuceos. Atribuí todo aquello más a la pérdida de sangre que a mi desnutrición. Lo intenté un par de veces más, pero las palabras se diluían al salir de mi boca. 

Me dejé de mover después de algunos minutos de caminata. Mi cuerpo fue cargado entre un par de brazos de nuevo y mi espalda se encontró con un respaldo. Escuchaba las botas caminar cerca mío mientras mis ojos intentaban encontrar una luz. Cada vez más el sonido  se hacía más lejano y leve. Entonces lo pensé, ahí era mi lecho de muerto, ahí sería totalmente abandonado. Tras esto la luz volvió a mis ojos y vi. Estaba ahora en un lugar de paredes de concreto. Busqué a mi alrededor, tallando mis manos contra mis ojos, intentando aclarar mi vista. No encontré puertas, no encontré ventanas, ¿a qué me sonaba eso? Había latas en una de las paredes y un barril al lado... Era aquella la habitación, ¿lo era? No lo creí hasta que vi al sujeto subir por unas escaleras hasta la habitación. La sangre se me heló. 

-Arthur...-Escuché mi propia voz decir después de comenzar a balbucear. 

El sujeto de la máscara se acercó hacía el barril, tomó una cazuela como la de la cueva y la llenó de agua. 

-¿Dónde...Arthur? -Las palabras salían de mi boca sin coherencia.

Una repentina sensación de agua fría impactó mi piel. El sujeto me empapó el cabello y la cara, sentí como volver a vivir. Naturalmente comencé a lamer el agua que había caído cerca de mis labios. Por un momento creí que aquel sujeto regresaría a llenar la cazuela y me daría de beber. Pero fue solo eso, un pensamiento. El hombre del traje militar estaba frente a mí, como una enorme torre imponente a la cual yo no podría subir. Aunque lo hubiera intentado, mi cuerpo carecía de fuerzas y el mismo pensamiento se paseaba por mi cabeza una y otra vez, vistiendo un traje rosa de grandes proporciones, tan extravagante como inquietante, mientras a cada paso me señala con su mano y luego con la misma me saluda. Me muestra sus dientes amarillos, como mazorcas de maíz, tan grande su sonrisa que se lleva media cara. Ese pensamiento infame que me dice, que algo sucio estaba sucediendo, y aunque parezca extraño, era hasta ese momento que aquel traje rosa se me había aparecido. O era que ya estaba viendo visiones, esas visiones que anuncian la muerte. 

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⏰ Última actualización: Aug 02, 2017 ⏰

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