Día 5 (Parte II)

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Era extraño, como un mundo paralelo al que estaba acostumbrado. La luz no entraba por ningún lugar excepto al mechero y en cada rincón sentía que miles de ojos sordos me observaban. Tuve más de una vez la sensación de alguien caminar a mis espaldas, pero al girarme, la nada me decía: "Hola, sigo aquí". Si alguna vez te has sentido perseguido, agobiado, perdido; seguramente me entenderás a la perfección cuando te digo que en mi pecho se había acrecentado la sensación de un nudo y en mi cabeza se había desatado una guerra de dudas. En un punto de mi recorrido, cuando ya la ansiedad se había apoderado de mí, comencé a notar algo extraño en el suelo. Mis pies se hundían más en la tierra de lo que antes lo hacían, y a su vez, la firmeza de la tierra había desaparecido. Iluminé con el mechero hacia el suelo y vi cómo la humedad había pasado a mojar la tierra al grado de crearse una capa pequeña de lodo. Mis botas se habían manchado con el barro. Busqué por las paredes y el techo, pero no había ni una sola gota de agua, al menos, no que pudiera verla. ¿De dónde venía toda esa humedad? Me pregunté, antes que mis ojos vieran lo que había por delante. No muy lejos, a algunos pasos de mí, vi una esquina que giraba hacia la derecha. En todo aquel tiempo había estado caminando de forma recta, pero ahí encontré un quiebre. Al llegar a la esquina encontré lo que hasta hoy recuerdo como unas huellas. Eran similares a las que mis botas habían dejado plasmadas en el lodo, pero estas habían estado mucho antes que yo pisara esos suelos enlodados. 

Mis sentidos se encendieron al instante, pasé el mechero cerca de ellas y me puse de cuclillas. Eran huellas de botas grandes y pesadas. Más adelante las mismas huellas seguían su curso. Caminé en cuclillas siguiendo el rastro de las huellas, cuidando de no aplastarlas con mis botas que se habían embargado de aquel suelo. Me puse de pie cuando me di cuenta que el rastro de aquellas huellas era demasiado largo. Iluminando las huellas, caminé tras ellas con la vista abajo, viendo cómo estaban moldeadas perfectamente en el barro. Estaba encontrando algo, algo que sin saber qué era, parecía llevarme a un lugar. ¿Huellas frescas en un túnel? La respuesta de Arthur me pasó rápido por la cabeza: Ese "No" que me decía tan pocas cosas. Si nunca había escuchado nada extraño ¿cómo explicaba aquellas huellas? Me quedé en la mitad de aquel pensamiento, pues el suelo bajo mis pies se acabó. Sentí un vacío debajo de mis botas y automáticamente me sentí caer. Lancé un grito que más que de terror, había sido de sorpresa. Tomé el mechero con fuerza entre mis dedos y todo mi cuerpo vibró, en breve segundos, me estrellé contra una especie de líquido. Mi cuerpo se sumergió en él, entrando un poco a mi boca. Sabía espantoso, ¿qué era aquello? ¿Qué me había pasado? Levanté mi cabeza para mantenerme a flote, pues cada vez sentía que me hundía más y más en aquella especie de aceite. ¿Aceite? No estaba seguro, era tan solo lo que se me pudo ocurrir al sentirlo sobre mi piel. 

Di un par de pujidos y pataleos, con mi corazón bombeando a gran velocidad. El mechero había quedado a salvo gracias a mi brazo que lo mantuvo a flote. Tras pasar el asombro, observé hacía arriba el enorme hueco por donde había caído. La luz del mechero iluminó en lo que me había sumergido. Era una materia aceitosa negra, muy parecida al petróleo crudo. Tenía aquel mal sabor de boca, pues estaba seguro que había tragado un poco. Automáticamente escupí, pero era demasiado tarde. Dejé de hundirme, pero mis pies no tocaban una superficie. Era una sensación asquerosa, pero sobre todo, angustiante. La altura que aquella fosa tenía de profundidad era bastante generosa. Con la adrenalina correr por mis venas, me moví por el espacio a través del aceite. Me encontré con el borde de la fosa antes de lo que imaginé. Cambié mi dirección  y del mismo modo, el otro de los bordes de la fosa se me plantó enfrente. Me di cuenta que el espacio donde me encontraba era muy pequeño, lo que aumentó más mi frustración. Ahí el aire parecía inexistente. Intenté relajarme y pensar, pero no podía, no sabiendo que me encontraba solo, o al menos, hasta el momento. 

—¡Ayuda! —Comencé a gritar. 

Grité, con la desesperación saliéndose por mis poros. Grité una y otra vez la misma palabra, sin pensar en lo tanto que me había alejado de la habitación. No me escucharía Arthur, ni la mujer, ni su hijo. No me escucharía nadie. Terminé creyendo que me había metido en aquella situación por mi mismo, terminé por darme cuenta, cuando los gritos dejaron de ser potentes, que estaba indefenso. Dejé de gritar, con mi garganta cansada, y me moví de nuevo hasta el borde de la fosa. Intentando nadar, cuando en realidad, la espesura del aceite lo hacía imposible. Llegué con lentitud y palpé la superficie. La fosa parecía cavada directamente hacia la tierra, sin ningún material de concreto en las paredes. Podía sentir incluso algunas raíces salir por la tierra que me rodeaba. Seguí palpando, buscando alguna roca que me ayudara a escalar, pero mis dedos se encontraban solo con tierra maciza y limpia. Rasqué la tierra con mis uñas, intentando aferrarme a ella, pero parecía inútil. Pasé de rascar a golpear con mi puño. No sabía exactamente qué quería conseguir, tan solo golpeé intentando abollar la tierra ¿consiguiendo qué? ¿escapar por ahí? ¿liberar mi tensión? No lo sé. Di varios golpes y mi puño se cansó, aún así, seguí atacando la pared, hasta que un halo de luz proveniente desde arriba me iluminó. Me detuve al instante y mi cabeza se giró en dirección de la luz. Lo único que vi fue una fuerte luz cegando mis ojos, luego esta se movió fuera de mi cara y se hizo a un lado. Parada, sosteniendo lo que parecía una linterna, una silueta estaba observándome. Elevé el mechero, pero la luz no era suficiente para poder verle. 

Pensé en Arthur, pero, ¿de dónde había sacado él una linterna? Quedé en silencio, paralizado. Aquella silueta que se había quedado quieta, iluminando la fosa, me parecía de lo más surrealista posible, pero a la vez, muy real. No sé si fue por mi silencio o por qué, pero la linterna se apagó y escuché los pasos de la silueta alejarse y desaparecer de mi vista. En ese momento reaccioné. 

—¡Hey, no, espera! —grité, agitando el líquido con mis manos.

Volví a dar un grito, luego unas palabras de auxilio.

—¡Necesito ayuda! —Y escuché como el silencio me respondió —. Por favor —dije, con voz apagada. 

Ahí estaba yo, de nuevo solo. Quedé en silencio y en una inmovilidad total. Quise hacerme tantas preguntas como era posible, pero estaba aún impactado. El olor de aquel aceite era intenso y me comenzó a marear de manera pronta, ¿era acaso que veía cosas? Quise creerlo, pero a su vez, no quería volver a estar solo y morir en aquella fosa. Fue entonces que de nuevo, el halo de luz volvió a aparecer. No pude evitar sonreír, no sé que pensé en aquel instante, pero ahí estaba de nuevo la silueta, lanzándome una cuerda que llegó a tocar el aceite y empaparse de él. Vi la cuerda frente mío y el halo de luz moverse en círculos. Dudé primero en acercarme a ella, me pregunté si debía tomarla, me pregunté de nuevo si no me lo estaba inventando. Pero, si no, qué otra solución tenía. Con ambas manos me aferré de la cuerda y tiré de ella, asegurándome que fuese seguro subir por ella. Fui subiendo con las fuerzas que me quedaban tras darle de puñetazos a la pared. Fui acercándome hacia la silueta que me iluminaba con su linterna, pero seguía sin tener un rostro. El aceite escurrió de mi ropa y caía a la fosa en pequeños hilos que se escuchaban en el eco. 

Llegué hasta la superficie y tomé la mano de aquel sujeto que usó sus fuerzas para sacarme. Sentí su áspera piel con la mía y a la vez de cerca pude ver la tela de su ropa. Una pequeña placa en su saco centelleó con la luz de la linterna. Puso la linterna en el suelo y tiró de mi con ambas manos, escuchando nuestros jadeos de esfuerzo. Fue que me di cuenta que el mechero se había quedado en el fondo de la fosa, hundiéndose poco a poco, quedando su luz rezagada en las profundidades de aquel hórrido lugar. Pensé en los demás y la importancia de aquella luz para ellos, pero el pensamiento se fue pronto, tenía una linterna frente mío. 

Ya afuera, quedé en pie frente la silueta que ahora desde muy cerca alcanzaba a ver apenas la ropa que vestía y algo en la cabeza que usaba... ¿era acaso un gorro o algo? Se volvió al suelo por la linterna y lanzó la luz hacia el suelo. Esperé que pusiera la luz en su cara, pero antes, escuché su voz áspera y masculina. 

—¿Estás bien? —dijo.

Respiré, me incorporé y dije:

—Sí, muchas gracias, yo...

—Me alegro. —Interrumpió.

En ese momento vi la linterna apagarse y percibí unos movimientos cerca de mí. Sentí un fuerte golpe por detrás de mi cabeza y tras esto, no recuerdo más.

La última vez que te vi con vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora