¡REVOLUCIÓN!

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REVOLUCIÓN fue lo que experimentaron las redes sociales cuando todos en el Instituto San Mateo comenzamos a hacer eco de las injusticias que Ludovic y Andrés habían vivido (había material de sobra que aportara credibilidad a nuestro mensaje). Twitter, Facebook, Instagram, Snapchat, Youtube, Periscope, Youknow, Tumbrl. Todo internet estaba conmocionado por la historia, mensajes de apoyo llegaban por doquier e incluso se hizo Trending Topic el hashtag "Apoyolandres".

Un día después, había reporteros en la puerta del colegio y una concentración de la comunidad LGBT se convocó para apoyar la protesta escolar. Como nadie entró a clases, fue imperativo suspender las actividades, e incluso, poco después de las cuatro de la tarde, el ministro de educación pronunció su consternación respecto al tema.

Mis padres (papá en especial porque estaba acostumbrado al espíritu quejica de los franceses), estaban orgullosos de que su hijo mayor hubiese salido en defensa de la justicia y de los menos favorecidos y no dudaron en ir a ratificar su posición frente al Consejo Escolar. Incluso si no lo hubiesen hecho, ya la noticia había tomado un carácter viral y era cuestión de tiempo para que la presión los obligara a reconsiderar la arbitraria decisión. El asunto era que ya nuestras exigencias se habían elevado, no sólo queríamos que a Ludovic y Andrés se les exonerara de las sanciones, sino también el despido inmediato del director.

Lo íbamos a lograr, estábamos seguros, pero la batalla habría de alargarse unos días. Cuatro, para ser exactos.

Junto a la carpa que Ludovic (por razones que me resultan incómodas de preguntar) compartió con mi hermano, se erigieron al menos otras diez tiendas más. Muchos padres colaboraron con la causa, algunas agrupaciones organizaron actividades recreacionales para pasar el tiempo y, aunque una gran parte del alumnado optó por mantenerse al margen de la situación, ya para el tercer día teníamos una comunidad organizada que funcionaba bastante bien.

Cuando la Consejera Académica por fin se dignó a dar la cara, estábamos hasta estableciendo turnos por si el asunto se alargaba más de una semana. Pero no hizo falta. El director había decidido (vale, que le habíamos puesto la soga al cuello) renunciar. Además, iban a crear un consejo estudiantil, del cual los dos líderes de esta revolución formarían parte, para velar por el bienestar de todos los alumnos.

Y, sí, cualquier alumno, hombre o mujer, podía usar falda cuando le apeteciara, ¡gracias al cielo!

El júbilo que nos trajo la noticia se tradujo en gritos de victoria y consignas cantadas a viva voz. Pero, aguántense un poco, que lo más interesante pasó en medio de esa celebración, cuando Ludovic y Andrés, después de haber recibido las felicitaciones de un buen montón de personas, tuvieron un tiempo a solas para conversar (ajá, que yo los estaba espiando, pero el punto es que ellos creían que estaban solos).

—Estaba pensando —comenzó Andrés—, que quizá... Bueno, al baile de bienvenida le van a hacer la temática del apoyo a la diversidad. Pensé que... ya que todo esto ha pasado y que no nos han expulsado... Ejem, la prensa sigue muy atenta. Sería interesante que tú y yo...

Ludovic soltó una risita y alzó una ceja.

—Andrés Medina, ¿estás intentando pedirme que sea tu pareja?

Entonces, el torpe de mi hermano pareció ahogarse con su propia saliva. El pobre nunca había sabido cómo proponer una cita, y eso que muchas veces había practicado conmigo hasta el cansancio lo que se suponía que tenía que decir. Ay, oficialmente Andrés estaba ligando con el paliducho alternativo. En mi posición de hermana gemela, creo que me tocaría tener una seria charla con él.

Es que como llegase a la casa con el cabello teñido... lo desheredaba, pero, de verdad, se olvidaba de mí. Puaj.

—¡No! Vale, o sea, sí, pero en el baile. No me tomes por un indecente. ¿Se entiende...? Ah, demonios. —Andrés se revolvió el cabello con una mano y esbozó una media sonrisa—. La cosa es que daría de qué hablar y eso se traduce en más apoyo mediático. Todo el Consejo Educativo nos tiene en la mira, debemos cuidarnos las espaldas. Y me agradas, creo... que podríamos pasarla bien, ¿tú qué dices?

Sacó, de repente, una prímula rosada que sobrevivía, aunque un poco aplastada, en el bolsillo de su pantalón y se la ofreció a su pretendido esbozando una media sonrisa.

—Que claro que acepto, ¡tonto! —Ludovic se lanzó a abrazarlo. ¿Estoy loca o le rozó la comisura de los labios cuando lo besó?—. Pero no me des más flores, querido, ¡dame revolución!

No me des flores, dame revoluciónWhere stories live. Discover now