capitulo 5

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Chicas disfruten la lectura y quieran al señor OGRO

—Eres un maldito desagradable, ¿lo sabes verdad?— le dijo Sara a su
hermano, mientras éste tomaba asiento en uno de los sillones de cuero
negro que estaban en la oficina.
—Me lo han dicho un par de veces.
—Mira Heriberto, no voy a permitir que hostigues a Victoria, ella es una
buena profesional y...
—De qué profesional me hablas Sara, si ni siquiera tiene experiencia.
Sara abrió los ojos, se cruzó de brazos y miró a su hermano.
—¿Cómo sabes tú que ella no tiene experiencia? ¿Acaso estuviste
mirando su informe?
—Claro que lo revisé, tengo que saber con quién voy a trabajar. Puede
ser una asesina en serie o una demente.
—¡Ja! qué gracioso, tú hablando de dementes. No entiendo por qué te
interesó saber de ella.
Siempre funcionamos igual, yo busco, hago las entrevistas, las
contrato y tú te ocupas de que renuncien ¿Por qué ahora es distinto?
—No hay nada distinto Sara, te estás imaginando cosas.
—Claro, estoy de siquiátrico y me estoy imaginando todo. Solo te diré
un par de cosas que espero traspasen ese duro casco que tienes por cabeza.
Primero: No acoses a Victoria, ella es excelente en su trabajo y quiero
que siga aquí. Segundo: Si escucho una sola queja de parte de ella, te
buscas tú una nueva secretaria y a Victoria me la quedo como mi asistente. Y
tercero: Ten cuidado con ella, la chica es experta en artes marciales. Si
quieres mantener tu lindo rostro, yo que tú no pensaría en hostigarla.
Heriberto tragó el nudo que se le había formado en su garganta ante el
comentario de su hermana y se dispuso a hablar.
—Vaya, veo que la señorita Victoria tiene aquí a su más ferviente
defensora. Tranquila hermana, si ella no aguanta mi ritmo es porque no
sirve. Y si no sirve se va.
—Estás encaprichado con ella porque te desafió por teléfono. Mira
hombre, vas a cumplir treinta y nueve años y te estás comportando como
un chiquillo de quince. Dale una oportunidad a Victoria, ¿quieres?
—Tendrá la misma oportunidad que han tenido todas las demás. Si
ella renuncia, no es mi culpa, si veo que no sirve se va.
—Está bien, solo trata de ser un poco menos desagradable, ¿quieres?
—No te prometo nada hermana, sabes que eso está en mí y no se
puede cambiar.
Heriberto se levantó del sillón y se dirigió a la puerta para salir de la
oficina de su hermana.
Victoria estaba en su escritorio enviando algunos correos, cuando su jefe
pasó por delante de ella y se metió en su oficina. Ella no sabía qué hacer,
estaba tan nerviosa que se petrificó.
—Señorita Gutiérrez, venga a mi oficina— le gritó Heriberto desde su
oficina.
Victoria dio un pequeño salto en su silla. Se levantó, tomó la agenda de
su jefe, respiró profundamente y caminó hasta la puerta de la oficina del
ogro. Era primera vez que entraba en esa oficina. Miró rápidamente los
detalles. El espacio era muy iluminado y tenía los mismos muebles que la
oficina de Sara. Fijó la vista en un portarretratos que había sobre un
mueble a un lado del escritorio. En la fotografía estaban él y una mujer de
cabello oscuro que posaban sonrientes para la cámara. Al lado de esta una
fotografía de un niño de unos cinco años, sonreía mostrando que le faltaban
algunos dientes.
—Bien dígame, qué tengo para hoy.
—Bueno señor, a la una tiene una reunión con su abogado, el señor
Roberts. A las tres lo esperan en la fábrica de contenedores. Eso es todo lo
que tiene agendado para hoy ¿Necesita algo más?
—Vamos a dejar las cosas claras señorita Gutiérrez. Mi hermana cree que
usted es un buen elemento y que debemos mantenerla en esta empresa.
Solo espero que esté a la altura de lo que se espera de usted.
« ¿Me está desafiando?» Pensó Victoria. «Este maldito arrogante y mal
educado, ¿quiere asustarme? »
Victoria sentía, que con cada palabra pronunciada por su jefe, su rabia y
su impotencia crecían.
Tenía ganas de saltar sobre el escritorio, lanzarse sobre él y golpearlo
tanto, que perdiera el conocimiento. Si él quería hacerle pasar por una
prueba para ver si era digna de trabajar en su empresa, ella pasaría el curso
con honores. Sabía que era capaz de soportarlo, solo tenía que ignorar sus
palabras pesadas y hacer bien su trabajo.
Heriberto miraba cómo Victoria se sonrojaba, no sabía si de timidez o de
rabia, probablemente era la segunda opción. Miró cómo brillaban esos
grandes ojos Verdes y luego fijó sus ojos en los labios de su secretaria, que
de vez en cuando, hacían un pequeño y encantador puchero.
—Señorita Gutiérrez, cuando yo llego en la mañana, diez minutos
después usted entra a mi oficina con un café. Un «espresso machiatto» para
ser más exacto.
Supongo que sabe usted usar la carísima máquina de café que hay en
este piso.
—Sí señor, claro que sé…
—Luego revisamos la agenda. En una carpeta que está en su
escritorio, hay una lista con nombres, por nada del mundo deseo recibir
una llamada de alguien de esa lista.
Bueno eso por el momento, tráigame las carpetas que están sin firmar
y un café.
—Bien señor — contestó Victoria y caminó lo más rápido que pudo para
salir de esa oficina. Se dirigió refunfuñando hacia la máquina de café.
—Es un mal educado, ni un por favor y ni qué decir del gracias. Si
pudiera le diría por dónde puede meterse su carísima máquina de café, qué
se cree… Uyyyy.
Decía Victoria mientras comenzaba a preparar el café de su jefe. Luego
de que estuvo listo, tomó el café, las carpetas y entró en la oficina de
Heriberto. Depositó todo sobre el escritorio y volvió a salir, para volver a su
escritorio y seguir con su trabajo.
Faltaban quince minutos para la una, cuando Victoria se encontró frente a
ella, con los ojos de un hombre que la miraba con curiosidad. Él sonrió al
ver la cara de Victoria y se dispuso a hablar.
—Buenas tardes, soy David Roberts, el abogado del señor Ríos Bernal.
Tengo una reunión con él a la una. Y tú debes ser la nueva secretaria de
Heriberto, ¿no?
—Señor Roberts, soy Victoria Gutiérrez la secretaria del señor y la señorita
Ríos Bernal. Le avisaré enseguida al señor que usted está aquí.
El hombre le sonrió con amabilidad, Heriberto pidió que hiciera entrar
de inmediato a su abogado a la oficina. Victoria acompañó al hombre hasta la
puerta y le dijo con una gran sonrisa: —¿Desea algo de beber señor
Roberts? — Heriberto vio la sonrisa en la cara de su secretaria y parpadeó
rápido un par de veces. Cuando Victoria sonreía se formaban unos coquetos
hoyuelos en ambas mejillas.
—Un café por favor Victoria.
—Y usted señor Ríos Bernal, ¿desea que le traiga algo?
Heriberto negó con la cabeza y bajó la mirada hasta los papeles que
tenía sobre su escritorio.
Victoria salió de la oficina para ir en busca del café que le habían
solicitado.
—Es muy bella tu nueva secretaria—dijo el abogado.
—Pero es insoportable — contestó Heriberto apretando la mandíbula.
—No te creo, se ve muy simpática y amable.
—De simpática no tiene nada — dijo Heriberto soltando un poco el
nudo de la corbata.
—Por qué dices eso. La conoces desde cuándo, ¿horas tal vez?
—Personalmente hace un par de horas, pero ya había hablado con ella
por teléfono y créeme amigo, las apariencias engañan.
En ese instante, Victoria volvía a aparecer en la oficina con el café que le
pidiera el abogado.
—Aquí está su café señor Roberts, ¿desea algo más?
—No Victoria, muchas Gracias.
—De nada señor, y ahora si no me necesitan para nada más me retiro,
es mi hora del almuerzo.
—Que tengas un rico almuerzo Victoria. Nos vemos luego.
—Gracias señor Roberts, hasta pronto.
Victoria salió de la oficina y David se encontró a su amigo que lo miraba
fijamente con el ceño fruncido.
—¿Qué 'fue todo eso David?
—Solo fui educado Heriberto. Qué hay de malo con eso.
—Nada, solo que la mirabas mucho.
—¿Tengo prohibido mirar a tu secretaria Heriberto? —preguntó el
abogado en tono divertido y mirando cómo su amigo movía el cuello de un
lado a otro en un claro signo de tensión.
—No, para nada, pero ella es mi secretaria y tú mi abogado, les pago
para trabajar, no para que se anden sonriendo y mirando.
—Estás de peor humor que hace dos semanas atrás. Pensé que
llegarías como nuevo de tus vacaciones, más relajado, pero veo que me
equivoqué.
—Dejemos esta conversación hasta aquí, ¿quieres? Dediquémonos a
nuestros asuntos.
—Lo que tú digas amigo — dijo el abogado con las manos en alto en
señal de rendición —, lo que tú digas.
Victoria tomó su bolso y bajó a almorzar hasta la cafetería de la naviera.
Sentía cómo la gente que estaba ahí reunida la miraba y murmuraba a sus
espaldas. Luego recordó que ese día comenzaban a correr las apuestas
sobre cuánto sería capaz de aguantar al ogro de su jefe.
Pidió un sándwich de pavo, una coca cola y buscó donde sentarse.
Miró que desde una mesa le hacían señas con las manos, eran Jilian y
Marina que la invitaban a sentarse con ellas.
—Hola Victoria, ¿qué tal tu día?— preguntó entusiasmada una curiosa
Jilian.—Muy bien, gracias.
—Supongo que ya interactuaste con el ogro, ¿qué tal te fue?
—Dentro de todo bien. No creo que vaya a tener problemas con él,
mientras yo me dedique a hacer bien mi trabajo, él no tendría nada de que
quejarse.
—Esa es mi chica — dijo Marina —, queremos ganar esta apuesta
Victoria. Jilian y yo apostamos por ti, creo que no me arrepentiré de invertir
mi dinero.
—¡Sí!— exclamó Jilian—. Las otras chicas estaban aterradas, pero tú
te ves segura. Me encanta.
—Bueno cuéntanos, cómo fue el primer encuentro con el ogro.
—Fue corto y preciso. Me dijo lo que tenía que hacer cada mañana y
revisamos su agenda, solo eso.
—¿Y no te gruñó?— preguntó Marina sonriéndole a Victoria.
—La verdad, no lo encontré tan ogro como ustedes dicen. Sí, es
pesado, pero lo que no soporto es su mala educación. No pide nada por
favor y no da las gracias para nada. Eso me enferma.
—Bueno Victoria, lo importante es que te enfoques en quedarte. Ya
sabes, si duras seis días ganamos la apuesta.
—Chicas, haré lo que pueda, tengo mucha paciencia, solo espero que
este hombre no me la agote toda.
Victoria se quedó ahí, conversando con sus nuevas amigas. Luego de que
se cumpliera su tiempo volvió a su puesto de trabajo. Para su alivio Heriberto
no estaba. Él tenía una reunión fuera de la naviera y ella pedía que esa
tarde no volviera.
Y así fue, su jefe no volvió a su oficina esa tarde. Llegó la hora de
marcharse a casa. Tomó su bolso para sacar algo que tenía dentro de este.
Victoria siempre cargaba en su bolso paletas de dulce de sabor a fresas,
esas eran sus preferidas.
Para endulzar el día, decía ella. Sacó una le quitó el envoltorio y se la
metió en la boca.
Luego miró que todo en su escritorio estuviera en su lugar y comenzó
a caminar hacia el ascensor.
Cuando pasó por la puerta de la oficina de su jefe se quedó parada y se
dijo para ella: « Nota mental: acordarme de comprar más paletas de dulce,
las voy a necesitar para endulzar cada hora del día. »
Llegó al ascensor, subió e hizo el recorrido hasta el primer piso. Salió
a la calle y tomó una honda respiración, quería irse a casa y descansar,
estaba feliz, ya había pasado su primer día con el ogro y no había bajas en
el equipo.

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