capitulo 6

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El día siguiente fue una bendición para Victoria. Su jefe no apareció en
todo el día por la oficina, solo la llamó un par de veces, para verificar
alguna información, siempre tan mal educado como siempre. El día pasó
volando, luego de terminar los informes del día y dejar su escritorio
ordenado Victoria se marchó a su casa feliz, su segundo día había sido
espectacular.
Era miércoles y Victoria esperaba en el vestíbulo del primer piso el
ascensor que la llevaría hasta su lugar de trabajo en el piso diez. La puerta
del ascensor se abrió y Victoria dio un paso para ingresar, pero titubeó antes
de decidirse a ingresar.
Dentro del aparato había un niño de unos siete años que viajaba solo.
Ella lo miró y sonrió, el niño le devolvió la sonrisa. Ella sintió curiosidad
por este pequeño que viajaba solo y le preguntó: —¿No eres muy joven
para trabajar aquí?— dijo ella con una gran sonrisa.
—No, yo no trabajo aquí, vine con mi papá.
—¿Y dónde está tu padre?
—Se quedó en el estacionamiento, en el subterráneo. Yo ya soy
grande y puedo subir solo hasta el piso diez.
Victoria abrió los ojos en signo de sorpresa ¿Piso diez? ¿El pequeño
había dicho piso diez?
—¿Cómo te llamas?— preguntó ella, ya adivinando la respuesta.
—Max, Maximiliano Ríos Bernal. Mi papá es Heriberto Ríos Bernal, él trabaja en el
piso diez.
—Sí, lo sé. Yo soy Victoria su secretaria.
—¿Trabajas con mi papá? Genial, llegaremos juntos hasta el piso
diez.
Victoria sonreía con lo que el niño le decía. Era tan parecido al padre.
Cabello rubio oscuro y ojos cafés, pero eran distintos a la vez, el chico era
amistoso y simpático, aún no se contagiaba con la amargura de su
progenitor.
Llegaron al piso diez, entraron juntos en el vestíbulo de la oficina.
Victoria llegó a su escritorio, prendió su computador y comenzó su día
laboral. Se sentó en su silla mientras conversaba animadamente con el
pequeño Max. Hablaron de video juegos, ya que los dos eran fanáticos de
ellos, de fútbol y dibujos animados. Ella sonreía con cada ocurrencia del
niño. De pronto él la miró con cara de pregunta:
—¿Qué es eso que haces con tu cara?— le dijo él de golpe, muy
intrigado.
—¿Qué cosa?— dijo ella tocándose la cara, tal vez tuviera algo
pegado y no se había dado cuenta.
—Eso que haces cuando sonríes. Sonríe y te diré dónde.
Ella sonrió y el niño acercó sus pequeños dedos y los posó sobre los
hoyuelos, que se le formaban a Victoria cuando sonreía. Ella rió con más
ganas.—
Ah, estos son hoyuelos, nací con eso, es como nacer con un lunar.
—Hacen que te veas más linda — dijo él todo coqueto y continuó con
sus manos en la cara de ella.
Heriberto aparecía por el vestíbulo y paró en seco su andar al ver la
imagen que se mostraba ante sus ojos.
Su hijo y su secretaria sonriéndose mutuamente, el niño tocando su
cara y ella tomando las dos manos del niño. Algo se estremeció en su
interior, algo que hace tiempo no sentía, un pinchazo en su corazón.
Sacudió su cabeza y se encaminó hasta su oficina, no sin antes soltar
su malhumor a Victoria.
—Max, deja de molestar a la señorita Gutiérrez. No quiero que tenga
excusas para no hacer su trabajo.
—Buenos días señor Ríos Bernal — dijo ella levantándose de su silla.
Él la miró y siguió de largo hasta entrar en su oficina. Ni un buen día,
ni un movimiento de cabeza, nada.
—¿Te estoy molestando Victoria?— preguntó el pequeño con un gesto
triste en su cara.
—Para nada Max. Es que tu papá a veces es muy estricto con el
trabajo, pero yo tengo todo listo, no me voy a retrasar con nada.
—Genial, pero si te molesto me dices y me voy.
—Max tú no podrías molestarme.
El niño le sonrió y a ella se le estremeció el corazón. Debía ser
terrible para un niño tener un padre tan ogro como el señor Ríos Bernal.Victoria
se dirigió hacia la máquina de café, para preparar el espresso machiatto,
que su jefe exigía estuviera diez minutos después de su ingreso a la oficina.
Max acompañó a Victoria en todo el trayecto hasta la oficina de su
padre. Luego comenzaron a revisar la agenda de Heriberto.
—Señor, hoy tiene una reunión a las once en el quinto piso, en
logística. Luego a la una, almuerzo con el representante del Banktrans.
—Mierda — dijo Heriberto, tocándose el puente de la nariz—, había
olvidado ese almuerzo.
Llame al banco y cambie el almuerzo para otro día.
—Señor, según su agenda este almuerzo ha sido postergado dos veces.
—¡Dos veces! vaya ¿A qué hora llega Sara?
—La señorita Sara hoy no viene a la oficina.
—¿Cómo qué no viene?
—La señorita Sara tenía una reunión con el director de la aduana en el
puerto. Estará todo el día visitando las dependencias.
Heriberto tomó su teléfono móvil y marcó el número de su hermana. Al
segundo tono ella le contestó:
—Dime hermano.
—Sara, ¿cómo es eso de que vas a estar todo el día fuera de la
oficina? ¿Por qué no me avisaste nada?
—A ver Heriberto, si necesitas saber algo de mi agenda, Victoria sabe todo.
Solo tienes que hablar con ella. Estoy en el puerto, trabajando.
—Lo sé, es solo que hoy vine con Max, porque su niñera no llegó a
trabajar, Greta tiene día libre y según mi agenda tengo un almuerzo con
alguien del Banktrans. No puedo posponer, ya que lo he hecho dos veces.
Dime, ¿con quién dejo a Max? No lo puedo mandar con el chofer.
—Lo siento hermano, hoy no puedo ayudarte en nada.
—Está bien, ya veré cómo lo soluciono, adiós.
Victoria miraba la cara del pequeño, que no hablaba nada, su rostro triste
la estremeció.
Heriberto cortó la llamada y se pasó la mano por la nuca, en claro
síntoma de desesperación.
Victoria viendo la situación decidió prestar ayuda a su jefe, arriesgándose
a que el tipo le soltara alguna mala palabra, pero lo hizo de todas formas.
—Señor, si usted quiere puede dejar a Max conmigo — Él la miró de
arriba abajo sin decir nada, pero ella siguió hablando—. Mi hora de
colación es a la una, lo deja conmigo y almorzamos juntos, usted va a su
reunión y yo lo cuido aquí.
—Sí papá, déjame con Victoria, yo quiero almorzar con ella—dijo Max
entusiasmado.
—No sé Max, no quiero que molestes a la secretaria en su hora de
colación.
Victoria sentía la sangre hervir en su interior, la rabia se estaba
apoderando de ella.
—Señor Ríos Bernal, es una urgencia. Deje a Max conmigo, así podré
almorzar acompañada.
Heriberto miraba a la mujer que tenía frente a él. Su corazón comenzó a
latir más a prisa, cerró los ojos y decidió que no tenía otra opción, dejaría a
su hijo con su secretaria, mientras él iba a la reunión.
—Bueno Max, no me queda otra alternativa que dejarte con la
señorita Gutiérrez. Pórtate bien quieres.
—Sí papá, me portaré más que bien.
Victoria sonrió por el entusiasmo del niño, pero cuando giró la cabeza, se
encontró con la opaca mirada seria de su jefe, lo que hizo que su alegría
desapareciera.
Ella le dijo lo último que tenía en la agenda y salió de la oficina
seguida por el pequeño Max, que al parecer, se había enamorado de ella a
primera vista.
Heriberto sentado en su sillón de cuero negro, respiro profundamente.
No sabía por qué esta chica, doce años más joven que él, lo descolocaba
completamente. Ella lo desafiaba con cada mirada, él era desagradable con
ella, pero ella estaba aguantando estoicamente la situación.
Él fijó su miraba en las fotografías que estaban sobre una mesa en un
rincón de la habitación.
Miró con detenimiento en la que aparecía él y su esposa, Marsela, y
nuevamente sintió cómo un puñal atravesaba su pecho. Era un dolor agudo,
un dolor que aún después de más de dos años, no lograba disminuir. En la
fotografía estaban los dos felices, riendo a carcajadas. Hace mucho que
Heriberto no reía así, tal vez nunca más lo volvería a hacer. Desde la muerte
de Marcela lo único que le importaba era la naviera, hacer nuevos socios,
expandir el negocio, todo era hacer dinero para él.
Heriberto salió de su oficina, para bajar al quinto piso a la primera
reunión que tenía ese día.
Abrió la puerta y se encontró con Victoria y Max riéndose de algo.
Cuando él los miró los dos se callaron de golpe, como si los hubieran
pillado haciendo algo malo. Él le dijo a su hijo que se quedara ahí con su
secretaria, ya que tenía que ir a una reunión, y se marchó dejando solos a la
pareja de nuevos mejores amigos.
—¿Quieres una paleta de dulce?— dijo Victoria, metiendo la mano en su
bolso para buscar las paletas que siempre cargaba.
—Sí, gracias.
Por lo menos el ogro le había enseñado a su pequeño a decir gracias,
pensó Victoria.
—Mi papá es muy gruñón, ¿verdad?— preguntó el niño mirando a
Victoria con dulzura.
—Un poquito — dijo ella sonriéndole.
—No es verdad, él es muy gruñón. Mi tía Sara le dice que es un ogro
amargado, yo me rió de eso, ¿sabes? Porque mi papá no es feo como un
ogro.
Victoria rió con la ocurrencia de Max. Era verdad, su padre era gruñón,
pero no podría ser feo como un ogro, era demasiado apuesto. Si solo fuera
más simpático, podría ser un hombre perfecto.
—Yo creo que mi papá no me quiere, pero no le digas que te lo dije,
¿bueno?
—¿Por qué dices eso Max? — dijo Victoria, acercándose al pequeño y
acariciándole la cara.
—Porque yo tuve la culpa de que mi mamá muriera. Por eso él no me
quiere, me regaña por todo. Casi nunca sale conmigo. Yo quiero ir al cine o
al parque, pero él siempre dice que está ocupado.
A Victoria se le rompió el corazón ¿Cómo un niño tan pequeño podía
cargar con tanta culpa? Con una culpa que ni siquiera le pertenecía.
—No digas eso Max, la muerte de tu madre fue un accidente.
—Pero yo iba con ella en el auto. Yo me salvé y mi mamá murió, por
eso él me odia.
—Max, entiende que los accidentes ocurren todos los días. El
accidente que tuvo tu madre no tiene que ver con que estuvieras en el auto.
Tu papá está dolido, perdió a su esposa, pero no creo que él te odie.
El niño asintió a cada palabra que ella le decía, y la miraba con una
inmensa tristeza en los ojos.
—Se me ocurre algo que podemos hacer.
—¿Qué cosa?— preguntó el niño curioso.
—Intentaré pedirle permiso a tu padre para que me deje salir contigo.
Podemos ir al cine o al parque, donde tú quieras ¿Te parece?
—¡Sí! — dijo el pequeño lanzándose a los brazos de ella.
—Bueno, lo intentaremos, crucemos los dedos para que nos vaya bien.
—Ojalá nunca te vayas Victoria, quiero que seas mi amiga por siempre.
Victoria sintió que una gran ternura la recorría por completo. Este
pequeño niño, que apenas conocía hace algunas horas, ya la quería en su
vida.
Una hora más tarde, Heriberto volvía a su oficina después de haber
mantenido una reunión en el quinto piso. Entró en su despacho y le pidió a
Victoria que le prepara las carpetas con la propuesta de inversión, para llevar
al almuerzo con el representante del banco.
Luego de tener todo listo, y de advertir a su hijo una vez más que se
portara bien, Heriberto salió a su almuerzo.
Ya era la hora del almuerzo para Victoria. Tomó su bolso y le dijo a
Max que la acompañara.
Bajaron hasta el primer piso, pero ella no lo llevó a la cafetería, si no
que salieron del edificio y caminaron dos calles, para llegar a un pequeño
restaurante.
El niño pidió una hamburguesa y Victoria lo siguió en su elección.
Conversaron un buen rato, se rieron hasta que ella le dijo al pequeño que ya
era hora de volver al edificio. Caminaron por las calles tomados de la
mano, felices, como si no existiera nadie más, era su mundo privado.
Entraron en el vestíbulo del piso diez, caminaron hasta llegar al
escritorio de Victoria, que se fijó que la oficina de su jefa estaba abierta.
—¡Tía!— gritó Max, al ver a su tía que se asomaba por la puerta.
—¡Max! ¿Cómo estás pequeño?— dijo Sara mientras el niño se
lanzaba a sus brazos.
—Sara, pensé que usted no aparecería por acá hoy.
—Terminé antes en el puerto y me vine de inmediato. Así es que
ustedes estaban almorzando juntos, ¿no?
—Sí tía, Victoria me invitó a almorzar, me he divertido mucho con ella.
—Y para mí ha sido una excelente compañía— dijo Victoria guiñándole
un ojo a Max.
—Vaya, qué bien que se hayan divertido. Pero ahora Max ven
conmigo a mi oficina para que nos pongamos al día.
Sara entró con su sobrino a su oficina, y él le comenzó a contar todo
lo que había hablado con Victoria ese día. Sara sonreía, hace tiempo que no
veía tan entusiasmado con algo o con alguien al pequeño

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