capitulo 9

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Día viernes soleado para Victoria. Entraba en el vestíbulo relajada, la
noche anterior había dormido como un angelito.
Sara llegó a su oficina y comenzó a revisar la agenda junto a su
secretaria. Cerca del mediodía, Heriberto llamó a la naviera y le comunicó a
Victoria que no aparecería por la oficina hasta el lunes. Ella sintió un poco de
decepción al escuchar las palabras de su jefe, no lo vería ese día.
—Pero, ¿qué me pasa?— Victoria se sorprendió al tener aquellos
pensamientos por Heriberto.
El día terminó y Victoria regresó a su casa. Se dio un baño de tina, para
luego acostarse. Al día siguiente saldría a trotar como cada sábado y el
domingo saldría con Max. Al pensar en el niño, Victoria no pudo evitar
sonreír, y con ese pensamiento se quedó dormida.
El sábado Victoria se despertó antes de que la alarma del reloj sonara. Se
puso su ropa de deporte y bajó hasta la calle, buscó en el reproductor la
música que la acompañaría en su recorrido y se dirigió, como cada sábado,
al parque.
Llegó a su destino, siguiendo con su ritmo, mirando a todas las
personas, que como ella, hacían deporte a esa hora de la mañana.
Algo a su lado derecho llamó su atención. Ahí, junto a ella, más cerca
que la última vez que lo vio, estaba el misterioso hombre de sudadera gris,
ese al que ella deseaba tanto verle el rostro.
El tipo se mantuvo al ritmo de Victoria, ella miraba de reojo a ver si
lograba verle el rostro al misterioso hombre. De pronto, él llevó sus manos
hasta la capucha de la sudadera y la dejó caer hacia atrás, dejando su rostro
al descubierto. Victoria paró en seco su trote, nunca se imaginó lo que estaba
viendo. El extraño por el cual ella iba a trotar al parque, el hombre que
había despertado su curiosidad era nada más y nada menos que Heriberto
Ríos Bernal, su jefe. Él giró la cara para mirarla y la saludó con un
movimiento de cabeza, para luego apurar el ritmo de su trote y desaparecer
por el parque.
Victoria aún no lograba poner en orden sus pensamientos, ¿qué había
pasado ahí? El hombre que ella había encontrado atractivo, hace unas
semanas atrás, era su jefe, ¡su jefe! ¿Qué le pasaba al universo que se
empeñaba en sorprenderla continuamente?
El día domingo llegó y Max era llevado por su chofer al
departamento de Victoria. Ella bajó hasta la entrada del edificio para recibir a
su invitado y le dijo al chofer que ella lo llevaría hasta su casa a las cinco
de la tarde.
Entraron en el departamento y el niño comenzó a curiosear mientras
ella terminaba de arreglarse.
—Guau — dijo Max—, tienes todos los juegos que me gustan.
—Son de Anthony, se puede pasar horas frente al televisor jugando
Xbox.—
¿Anthony? ¿Vive contigo?
—Sí.
—¿Dónde vamos?— preguntó el niño.
—Donde tú quieras ir. No sé, al cine, al parque de diversiones…
—Sí, vamos al cine. Quiero ver El hombre araña, y después podemos
ir a la exposición de dinosaurios, ¿no te asustan los dinosaurios verdad?
—Claro que no me asustan, amo los dinosaurios —dijo ella
dedicándole una gran sonrisa —.
Vamos entonces, primero al cine y luego a por los dinosaurios.
Victoria tomó su bolso, las llaves del auto de Antonieta y salió con su
pequeño amigo para ir al cine.
Disfrutaron de la película del Hombre araña, luego comieron pizza,
para terminar el recorrido del día en la exposición de los famosos
dinosaurios. Cerca de las cuatro y media de la tarde, Victoria decidió que ya
era hora de llevar a Max a su casa. Subieron en el auto y se dirigieron a la
casa del pequeño.
La casa de los Ríos Bernal estaba ubicada en un barrio acomodado, a
unos quince minutos del centro de la ciudad. Cuando Victoria y Max llegaron
a su destino Greta, el ama de llaves, salió a su encuentro.
—¡Greta! — Gritó el niño y se lanzó a los brazos de la mujer —. Ven,
mira, ella es Victoria.
Greta miró a Victoria y le dedicó una amplia sonrisa extendiéndole una
mano para saludarla.
—Mucho gusto señorita Victoria. Soy Greta, el ama de llaves.
—El gusto es mío Greta, y dígame Victoria.
—Tenías razón cariño — dijo Greta al pequeño—, Victoria es muy linda.
—¿Verdad que sí Greta?
—Ya Max — dijo Victoria riendo—, vas a hacer que me sonroje. Bueno
ahora te dejo, prometo invitarte a salir otro día, ¿está bien?
—¿Por qué no se queda a comer? Estoy preparando pasta, el plato
favorito de Max — le dijo Greta.
—Sí Victoria, quédate por favor — le rogó el niño.
— No creo que sea buena idea.
—Si lo dice por el señor, no se preocupe, él no está, hoy llegará tarde.
—Vamos Victoria, comemos y podemos jugar a la Xbox, di que sí por
favor.Victoria se encontró con los ojos suplicantes de Max, y la mirada
risueña de Greta, quien movía la cabeza afirmativamente. Ella no podía
negarse a los pedidos de ese pequeño y no sabía por qué.
—Está bien, no me puedo negar a nada que me pidas Max.
Victoria tomó la mano de un entusiasmado Max, que la guió hasta el
interior de la casa.
Heriberto estaba tirado sobre una cama de algún hotel de la ciudad. Ahí,
desnudo bajo las sábanas, escuchaba el sonido del agua que llegaba desde
el baño. Él miraba el techo de aquella habitación y se preguntaba por qué
diablos seguía con este juego. Su acompañante salió del baño envuelta en
una gran toalla blanca.
—¿En qué piensas cariño?— le preguntó la rubia mujer, mientras se
acercaba a la cama.
—En nada que te importe— contestó él, levantándose de golpe de la
cama y entrando en el cuarto de baño.
Se metió bajo la ducha, y dejó que el chorro de agua le golpeara la
cabeza, se sentía tan mal, como cada vez que terminaba de tener sexo con
Leonela. Se sentía vacío.
Leonela Montenegro era una antigua amiga de la familia. Había sido amiga
de su difunta esposa Marsela, y cuando ella murió, Leonela lo acompañó en
todo, brindándole su amistad incondicional.
Hace un año ella logró meterse en la cama de Heriberto. Él necesitaba
sexo para tratar de aminorar la soledad que lo invadía en ese momento y
ahí estaba ella, dispuesta a darle todo.
Pero él se sentía mal cada vez que estaba con ella, y no sabía bien por
qué. Ella era una fiera en la cama, pero para él era solo un cuerpo que
usaba para su comodidad.
Heriberto salió del baño y se encontró con que Leonela lo estaba
esperando desnuda sobre la cama. Él la miró, pero en vez de lanzarse sobre
ella, para tener otra sesión de sexo, caminó hasta donde estaba su ropa y
comenzó a vestirse.
—¿Qué haces cariño?— preguntó Leonela con la voz demasiado melosa
para el gusto de Heriberto.
—¿Qué parece que hago? Me voy a casa — le contestó él cortante.
—Pero cariño, si apenas llegamos hace un par de horas y…
— No Leonela, me voy, no tengo nada más que hacer aquí.
—Está bien Heriberto, te llamo mañana…
—No, yo te llamo cuando tenga tiempo. Adiós.
Heriberto tomó su chaqueta y salió de esa habitación que lo estaba
asfixiando, dejando sola a una furiosa mujer desnuda en la cama, que
prometió vengarse.
Después de haber comido la deliciosa cena que preparó Greta, Victoria y
Max estaban en la sala de juegos de la casa Ríos Bernal jugando a la X box.
Victoria le pidió al niño que pusieran el juego de baile. Él encantado lo hizo, y
ahí estaban como dos niños riendo y jugando.
Heriberto llegó a su casa y se encontró con un Mini Cooper rojo
estacionado en la puerta. El auto no le era familiar y se preguntó de quién
sería.
Llegó a la puerta de la casa, la abrió y los acordes de Bad Romance de
Lady Gaga le dieron la bienvenida. Siguió la música, que salía de la sala de
juegos, se acercó a la puerta, y quedó de una pieza cuando miró lo que
pasaba en esa habitación.
Su hijo y su secretaria bailaban frente a la gran pantalla de la
televisión. La pareja no notó la presencia de Heriberto y él se aprovechó de
eso para espiarlos un poco más.
Heriberto recorría con su mirada el cuerpo de Victoria. Ella vestía unos
ajustados jeans, botas vaqueras y una camiseta manga larga color verde.
Tragó en seco el nudo que se le había formado en la garganta al ver
aquella imagen de su secretaria.
Victoria reía y bailaba, moviendo las caderas, cosa que dejó a Heriberto
extasiado. Ella, ignórate de que los espiaban, bailaba contoneándose cada
vez más. Heriberto sintió cómo un calor se apoderaba de él. De pronto la
música se detuvo y Heriberto volvió en sí.
—¡Bien Max! — dijo Victoria mientras abrazaba al pequeño —. Me
ganaste otra vez.
—¿Es verdad eso Max?— la voz de Heriberto interrumpió la tierna
escena.
Victoria se puso colorada hasta las pestañas al escuchar aquella voz y
mirar a Heriberto. Por su mente pasaba la imagen de su jefe trotando el día
anterior y para colmo, ese día el hombre estaba vestido con Jeans gastados,
que le quedaban de muerte y un jersey azul oscuro. Nada que ver con el
hombre de negocios trajeado que ella veía en la semana laboral.
—Sí papá — contestó Max, que se soltó del abrazo de Victoria, para
llegar hasta donde su padre —, le he ganado tres veces a Victoria en el juego.
Él miraba con insistencia a Victoria, ella no sabía qué hacer. Comenzó a
buscar con su mirada su bolso que estaba tirado en un sillón. Se acercó lo
tomó y llegó hasta al niño para despedirse, de pronto sentía la inmensa
necesidad de salir de ahí.
—Bueno Max, será mejor que yo me vaya.
—No, no te vayas Victoria, juguemos otra vez, ¿quieres?— le pedía el
niño con los ojitos llenos de ternura.
—Max, no puedo…
—Pero Victoria, por favor, quédate, es temprano todavía.
—Max, mañana tengo que trabajar, pero te prometo que otro día
jugamos de nuevo, ¿está bien?
—Está bien — dijo el niño refunfuñando —, otro día jugamos.
—Bien, ahora me voy. Lo pasé muy bien hoy Max. Nos vemos
pronto.—
¿Puedo llamarte?
—Claro, puedes llamarme cuando quieras, ya tienes mi número. —
Victoria se agachó para quedar a la altura del pequeño y le besó la mejilla —.
Adiós Max.
—Adiós Victoria — el pequeño se colgó en su cuello y le dio un abrazo
apretado. Todo ante la atónita mirada de Heriberto que no sabía qué hacer en
ese instante.
—Buenas noches señor Ríos Bernal — dijo Victoria y se encaminó hasta la
puerta de salida.
Una vez fuera de la casa algo llamó la atención de Victoria. Estacionada
delante del Mini Cooper, estaba una gran motocicleta negra, y sobre esta
un casco negro, el que era cruzado por el dibujo de un rayo. Victoria se acordó
de la vez que casi fue arrollada por una moto y recordó el casco del imbécil
que casi se la lleva por delante. Era él, el tipo que casi la mata era su jefe.
Se metió en el auto y con la rabia que tenía le dieron ganas de pasar el auto
por arriba de la motocicleta, pero se contuvo.
Contó hasta diez y se marchó a su casa.
Heriberto entró en la cocina de su casa seguido por su hijo. Mientras
Greta le servía algo para comer, el pequeño le contaba el día vivido con su
amiga.
—¿Y qué hiciste hoy Max?— preguntó Heriberto a su hijo.
—Fui a buscar a Victoria a su casa, y tiene todos los juegos de la Xbox.
Ella me dijo que eran de Anthony.
—¿Anthony?— Preguntó Heriberto con gesto molesto, apretando la
mandíbula.
—Sí, Anthony. Victoria me contó que vive con ella y que tiene todos esos
juegos y se pasa horas frente al televisor jugando.
Heriberto sintió un poco de decepción al escuchar lo que su hijo le
estaba contando. Pero qué más podía esperar, la chica era guapa y de
seguro tenía novio. Pero en qué estaba pensando, se había vuelto loco, qué
le importaba a él la vida de su secretaria.
Luego de que Max le contara la travesía que había vivido con su
amiga, cada uno se fue a su dormitorio.
El pequeño cayó en un sueño profundo, mientras que el padre daba
vueltas en su cama sin poder conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los
ojos veía los verdes ojos de Victoria, su cuerpo, su gruesa y roja boca. Se
preguntaba cómo sería besar esos labios. Luego se reprendía mentalmente
por tener estos pensamientos hacia su secretaria. Si seguía pensando así
sería un suplicio trabajar con Victoria.

Continuo??

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