Prologo

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Me desperté de un susto. Había sido el sueño más real que había tenido nunca. Pero me tranquilicé viendo que solo había sido una pesadilla; me incorporé,  ¿donde estaba?. Estaba estirado en el suelo de una habitación que no me resultaba familiar. Estaba a oscuras pero podía ver perfectamente que no era mi cuarto. Tardé bastante en adaptar mi vista a la oscuridad ya que mi cabeza me daba vueltas; era extraña la sensación de no recordar nada de lo sucedido la noche anterior ni porqué me encontraba en este lúgubre lugar. Pero cuando lo logré, un escalofrío invadió mi cuerpo; estaba en el centro de una sala no más grande que mi habitación, llena de nada y vacía de cualquier mueble o ventana. Lo único que podía distinguir era una simple puerta de madera situada en una de las cuatro desnudas paredes. Estaba cerrada con llave. Intenté forzarla pero fué en vano.

Golpeé la puerta con desesperación, estaba atrapado! Me senté en el suelo, abatido. Y en ese preciso momento me vino a la cabeza una vaga imagen del sueño que había tenido: estaba en mi coche, con mi música, llovía e iba a toda velocidad. De repente el coche de delante perdió el control, y entonces... el impacto. Ya no recordaba nada más. Por un momento contemplé la posibilidad de que el sueño fuese real, sacudí la cabeza; si fuese así, estaría muerto, o en el hospital; lo más probable es que me hubiesen drogado y llevado hasta aquí. De repente, una luz tenue apareció por debajo de la puerta, y fue aumentando su intensidad. Unos instantes después se abrió de golpe. Todo fué tan rápido que no me dejó tempo ni de pensar: caí al suelo, el contacto con la luz me dejo medio ciego, me tape los ojos con una mano mientras con la otra intentaba levantarme.

Cegado por aquella intensa luz, vi con dificultad una figura entrar en la habitación. Parecía un hombre, el cual me ayudó a levantarme. Me dirigió una sonrisa amistosa, y me miró de arriba a bajo. Lo miré yo también, desconfiado. Me dió escalofríos al ver que era extremadamente delgado y alto. Tenía el pelo negro como la noche y la piel translucida y blanca como la nieve. Por lo que se veía, a ese extraño señor, no le debía gustar mucho el sol. Llevaba unas gafas de lentes muy oscuras y un uniforme que llevaba gravado en su centro un escudo en forma de calavera.

-¿Dónde estoy? -le pregunte consternado.

Se sacó las gafas y se la guardó, tenía los ojos completamente blancos.

-En el limbo chico,-dijo con serenidad- siento decirte esto, pero estás muerto.

Crónicas De Mi MuerteWhere stories live. Discover now