CAPÍTULO 32

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-¡Edelstein! -una voz chillona despertó a Gretel, que había dormido durante la mayor parte de las 8 horas que había durado el trayecto hasta la Selva Negra. -¡Hace como... años que no nos vemos! Eso que tienes ahí... ¿Es una arruga?

Todavía desperezándose, reparó en que el automóvil ya se había detenido y miró hacia Alaric. La ventanilla de su lado estaba abierta y por ella asomaba la cabeza de un joven de despeinados rizos cobrizos y aspecto caótico, que supuso que sería un antiguo amigo suyo. A su lado, una muchacha de larguísimas trenzas pelirrojas, casi idéntica a él, les miraba con una cálida sonrisa.

Edelstein apartó de un manotazo la cabeza del muchacho y salió del vehículo, acto seguido abrió la puerta del copiloto y con un elegante gesto ayudó a Gretel a salir.

-Ernst... ¡Tú sí que no has cambiado, tan escandaloso como siempre! -exclamó sonriente, colocándose a su lado y revolviendo aún mas el cabello de su amigo.- Gretel -se dirigió a ella sin borrar la sonrisa  y señaló con el dedo a los jóvenes pelirrojos- Estos son Ersnt y Emilie, son unos antiguos conocidos, nos acogerán  en su posada hasta que podamos cruzar la frontera. -Se dirigió de nuevo a Ernst y Emilie y la presentó- Ella es Gretel Bauhofer, cuidadla bien por favor.

Ernst se acercó a ella y la observó sin reparo, haciéndola sentir incómoda, en el lugar del que provenía los guardias siempre la habían mirado de aquella manera. De pronto sus ojos, de un color indeterminado entre el azul y verde se toparon con los de Gretel y al ver el miedo que había en ellos suavizó la expresión, provocando que ella también se relajara. Tenía que ser racional, Alaric no la llevaría a un lugar donde pudieran hacerle daño.

-Es fantástica -comentó, dirigiéndose a Edelstein, que al escucharlo torció el gesto, visiblemente incomodado.

-Enséñanos nuestras habitaciones. -Se limitó a responder.

Gretel reparó en sus alrededores, estaban en un alto desde el que se veía un pequeño pueblo de casas de piedra y madera con empinados tejados de pizarra. El pueblo, de nombre Himmelreich según el cartel de la estación, estaba conectado al resto de la comarca mediante una estrecha carretera y mediante una vía de ferrocarril no muy transitada, y todo su alrededor era una vasta extensión de pinos oscuros. Suspiró al encontrarse en terreno conocido, pues los alrededores de Friburgo eran iguales, y cerrando los ojos se llenó los pulmones del aire de las montañas, disfrutándolo como si fuera un tesoro. El ambiente de aquella prisión en la que había estado apenas era respirable. Mientras lo hacía, dejó de lado la conversación que tenía lugar entre Alaric y sus amigos y a sus oídos llegó el susurro del viento, que se entremezclaba con el cantar de los pájaros y con el fluir de un arroyo cercano.

Se sorprendió al encontrarse a sí misma riendo, mirando el paisaje que había dejado atrás dos años antes, acababa de reencontrarse con la libertad y en aquel momento nada podía sentirse mejor. Alaric tenía razón, si aquello era ser libre tenía claro que quería serlo.

Concentrada en intentar ubicarse, escuchó la voz de Edelstein a sus espaldas, que le llamaba para dirigirse a la posada, un edificio solitario, no muy diferente a los del pueblo que presidía la colina en la que se encontraban.

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Tendida en su cama, observaba el techo mientras las lágrimas descendían por sus mejillas hasta impactar contra las sábanas. De pronto se había encontrado sola y ante su incapacidad para dormir, los sentimientos la habían desbordado una vez más. Había vivido demasiadas cosas durante el año anterior, tantas que ante ellas ni el ser humano más fuerte hubiera podido permanecer impasible. Aquel país enfermo lleno de gente enferma le había hecho mucho daño y sus heridas tardarían en cicatrizar aunque fuera libre, el daño estaba hecho y el impacto de lo que había sufrido la lastraría durante tiempo.

En su estado, no se dio cuenta de que Alaric había entrado en su habitación y se había sentado junto a ella hasta que su voz la trajo de vuelta. Sobresaltada, se levantó de golpe y debido a la debilidad, la cabeza comenzó a darle vueltas.

-¿¡Qué ocurre!? -preguntó como por acto reflejo cuando se hubo repuesto.

-Te he traído la cena -En sus ojos volvía a apreciarse aquella luz que llevaba un tiempo mostrándose y que ella no lograba comprender. Nunca había visto nada así y habiendo desarrollado un rechazo hacia lo desconocido, aquello la incomodaba.

Le tendió un panecillo, una Bockwurst y un pedazo de queso y la oservó comerlo en silencio. Era muy poca cantidad, pero no pudo acabárselo. 

-Ernst y Emilie... ¿Están emparentados con Wilhelm?

-Lo están -suspiró él- estudié con Ernst, por eso trabé amistad con Will. Él me presento a otros miembros de la resistencia, aprendí mucho con él.

-Y... ¿Qué fue de él? -no estaba segura de querer saberlo pero quería escuchar buenas noticias, sin embargo al ver como la expresión de Alaric se ensombrecía supo al instante que las cosas no habían salido bien.

-Logró huir, pero no de una pieza... Encontraron su cuerpo desangrado poco después, en las inmediaciones del pueblo más cercano, una de las balas le causó una hemorragia que no pudo detener.

Ambos rompieron a llorar irremediablemente, Wilhelm había causado un impacto enorme en las vidas de ambos.

-¿Quieres visitar su tumba y despedirte de él como es debido?

Ella asintió, tenía que hablar con el sargento mayor una vez más.

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En la oscuridad del cementerio, una tumba brillaba con más intensidad que las demás, era sencilla, de piedra clara y en una pequeña chapa blanca se leía una simple inscripción.

Wilhelm Alois Ziegler
Himmelreich, 18.12.1913 - Belsen 11.1943
R.I.P.
Deine Geschwister

No destacaba en nada sobre las otras, salvo en que estaba cubierta de velas. Los habitantes de Himmelreich las encendían constantemente para recordarle, para mantener viva su llama.

Gretel, emocionada porque al fin se despediría de alguien a quien había querido mucho, dedicó unas emotivas palabras que, por ella, no narraré y Alaric colocó una pequeña vela roja sobre la tumba.

-Adiós, Will, hasta siempre -Se limitó a decir, con una sonrisa triste, pues entre ambos no necesitaban muchas palabras para entenderse.

Zafiros en el barro (Segunda Guerra Mundial)Where stories live. Discover now