Capítulo 3

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III

 Al otro día llego a la escuela y la primera cara que veo cuando subo las escaleras y abro la puerta de cristal es la de Halley Reeves, quien viene por el pasillo principal arreguindada del brazo de su novio siamés. Como tengo que pasar por allí, y no tengo forma de evitarla, me pego lo más que puedo a la pared repleta de anuncios, encorvándome y bajándome el sombreo hasta casi taparme la cara.

 Al parecer Halley me tiene un radar, porque cuando le paso por el lado se voltea y suelta una risita burlona que retumba en mis oídos. Paso de ella lo más rápido que puedo, con la esperanza de perderme en uno de los pasillos que siguen más adelante, pero la muy perra tiene algo que decir.

 —Oye, Alison, lindo sombrero. ¿Dónde lo compraste, en la tienda de antigüedades?

 Un rugido de risas inunda el pasillo, haciéndome empequeñecer de la vergüenza. ¿Qué le habré hecho para que me joda tanto la vida? Sólo Dios sabe.

 Sigo mi camino, ignorando las risas y miradas burlonas de los demás estudiantes.  Total, tengo otras preocupaciones más importantes, como por ejemplo, evitar a Reed. En las clases es imposible porque está en todas. Pero ese no es el peor de los casos, lo que verdaderamente me preocupa son las dichosas tutorías. Si no voy, el Sr. Philips le dirá a mamá y será mi fin; si voy, tendré que pasar tiempo a solas con Reed, lo que me va a causar  un aneurisma y también será mi fin.

**

A la hora del recreo, antes de la clase de algebra, me encuentro con Daria en los casilleros. La pobre viene sujetando una almohadilla contra su mejilla derecha y arrastrando los pies.

 —Veo que te fue mal. ¿Qué te dijo el dentista?

 —Ni me lo recuerdes. Me dijo que tengo una infección y que no me puede sacar la muela hasta que no se me quite. Claro, como no es él quien tiene que soportar el dolor.

 —¿Y no te dio nada para el dolor?

 —Unos antibióticos y una mierda de pomada que pude haber comprado yo misma en la farmacia. Me siento estafada.

 —Qué mal.

 Daria abre el casillero para meter sus libros. Después se mira en el pequeño espejo que tiene pegado detrás de la puerta.

 —¡Qué horror! Me veo horrenda —gime al mismo tiempo que palpa su mejilla hinchada—. Si hubiera sabido que la cara se me iba poner así, no habría venido a la escuela.  No quiero que Greg me vea, se va a espantar.

 «A Greg lo espantas siempre», pienso, recordando la primera vez que ella se le acercó. Si Daria no hubiera sido tan agresiva, quizás habría tenido una oportunidad. Pero ella no es quien de andarse con formalidades. Si le gusta algo o alguien, va a por ello sin titubear. De cierto modo, envidio ese lado suyo. Me gustaría tener aunque fuera un poco de sus agallas.

 —No se ve tan mal —digo para animarla.

 —El «tan» es lo que lo daña —responde ella, sacando un cepillo de su bolsa de cosméticos y acomodándose el pelo, de forma que le tape ese lado de la cara—. Así está mejor.

 —¿Me perdí de algo? —pregunta luego, mirando el sombrero azul que me niego a quitarme.

 —Ni lo menciones, mi pelo está horrible. Anoche no pude dormir y esta mañana ni me quería levantar.

 —No estarías pensando en tu tutor, ¿verdad? —Me dedica una sonrisa socarrona.

 Odio que me conozca tan bien. Aunque tampoco es como ella piensa. Mis pensamientos sobre Reed no tienen nada de románticos, todo lo contrario. Mis fantasías incluyen estrangularlo, lograr que lo expulsen de la escuela o exiliarlo del país. Con cualquiera de ellas me conformo.

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