Capítulo 11

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                                                                          XI

Después de que mi corazón vuelve a su ritmo normal, me tomo el tiempo de analizar mi situación.  Reed está abajo esperándome. Debo hacer algo, y rápido. Es que sabía que él vendría de todas formas.  No sé ni por qué me sorprendí cuando lo escuché en mi mente. El problema para mí no es tanto verlo. Bueno, sí. Ese es precisamente el problema. Verlo después del beso de anoche me pone el estómago a temblar. No he querido pensar mucho en eso porque me confunde en demasía. No obstante, para mi total desconcierto, mi cuerpo se empeña en recordar todas aquellas sensaciones provocadas por el roce de sus labios, las cuales, lo quiera o no, dejaron su huella en mí.

Todo fue demasiado intenso. Aunque no debería sorprenderme. Reed es intenso… «Y sexy».  No, Ally, ni siquiera lo pienses, me reprendo sacudiendo la cabeza, saliendo de mi delirio. ¿Por qué todo es tan confuso?  A mí me gusta Ethan, ¿no? Una no puede enamorarse de dos personas, ¿o sí? Ahora mismo no estoy segura de nada; lo menos que necesito es que Reed venga a confundirme más, así que le devuelvo el mensaje, rezando para que se largue y me deje en paz.

«¿De qué hablas? Te dije que ya no habría trato».

«Alison, si no fuera importante no estaría aquí. ¿Crees que a mí me divierte esto?»

Claro que le divierte. Le encanta. A veces pienso que ese es el único propósito de su existencia.

«Si no me abres tendré que subir a la fuerza…»

 Suspiro exasperada, no me quedan dudas de que lo dice en serio.

El timbre vuelve a sonar, y como sé que él no se va a ir si lo ignoro, y que si lo hago me tomo el riesgo de que de verdad cumpla con su amenaza, decido bajar las escaleras, a ver qué es lo que quiere. Quizá es cosa de algunos minutos, pienso, para después rectificar. Con Reed nada es tan sencillo como lo parece.

Bajo las escaleras, voy a la puerta y me asomo por la mirilla. Luego de todas las cosas extrañas que me han sucedido, ser precavida no está de más. Tengo que ponerme de puntillas, pues casi ni llego al pequeño agujero. Desde allí logro atisbar la imagen distorsionada de Reed, quien está parado en el porche con los brazos cruzados y el ceño fruncido. A pesar de que me encuentro en una difícil posición, mis labios se abren en una sonrisa. Son contadas las veces que lo he visto irritado, y su cara de pocos amigos me hace gracia. Sus ojos oscuros se clavan en la puerta. Estoy bastante segura de que sabe que estoy parada al otro lado observándolo.

─¿Me vas a abrir o qué? ─dice de mala gana. Su tono de voz suena tan mordaz, que no lo pienso mucho y le quito la cadena y el seguro a la puerta.

Al abrirle, me quedo parada en el mismo medio. Que ni crea que lo voy a invitar a entrar. Ni siquiera lo saludo, sino que le dirijo una mirada de impaciencia, a ver si toma la indirecta y acaba con el asunto.

Reed levanta las cejas y recorre mi cuerpo con sus ojos de arriba abajo sin reparo alguno, deteniéndose en mis piernas desnudas, cosa que me hace sentir muy cohibida. Soy una tonta. ¿Cómo se me ocurre recibirlo con tan poca ropa? Los pantalones de mezclilla que llevo puestos apenas me cubren el trasero. Si es que no necesito enemigos, yo cavo mi tumba solita.

─Interesante vestimenta ─comenta él. Espero que mi cara no esté roja, dado que para mi total irritación, su mirada intensa ha logrado acelerarme el pulso─. Yo tú me pondría un abrigo; lo vas a necesitar.

Sus últimas palabras logran llamar mi atención y disipar mi vergüenza.

─¿Disculpa? Yo nunca dije que saldría contigo ─digo cruzando los brazos sobre el pecho.

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